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Gracias por tu magia querido Fiori, ¡hasta siempre mi hermano!
Carlos Polo, uno de sus amigos cercanos en La Cueva, rememora al fallecido periodista.
De izq. a der.: Carlos Polo, Heriberto Fiorillo y Efraim Medina. Foto: cortesía de Carlos Polo
Conocí a Heriberto Fiorillo haciendo la fila para entrar a un cine, él estaba con Claudia, su esposa, como siempre, y pese a que nunca habíamos cruzado una sola palabra, pese a que él no tenía idea de quién era ese muchacho de greñas alborotadas, él, que era ya un referente de la crónica, del cine, del periodismo, de la palabra y la cultura, sonrió de forma afable cuando le solté a quemarropa, que tenía un puñado de poemas sueltos y que estaría encantado en conocer su opinión.
Claudia que ha entendido a las mil maravillas, lo que significa ir de la mano de un titán, de un hombre público, sonrió y me atrevo a afirmar, que lejos de sentirse incomodada o invadida, ella estuvo amable y jovial. Fiorillo me dio un apretón de manos, con toda esa generosidad que siempre le conocí, me dio las señas de a dónde podía enviar los textos, mostrándose sonriente y tranquilo.
Recuerdo nítida esa tarde hoy, después del cuarto aguacero e’ mayo que el cielo ha decido dejar caer tras la partida del máster, ahora que el sol resplandece con suficiencia por la ventana, veo que las gotas se siguen lanzando desde las nubes grises, y mientras escribo, el nudo en la garganta continúa apretando. Es muy jodido esto de despedirse de la gente que uno quiere.
Después de aquella tarde de espera en la fila para entrar a una sala de cine, Heriberto volvió a mostrar su generosidad, no solo respondió y comentó los textos, además, fue bondadoso con su juicio. Creo que él no tenía idea de lo que significaron para mí aquellas palabras sinceras, él no sabía que, de muchachito, alguna vez me topé con una voz maravillosa que me hizo detener la pulsión por el 'zapping' y quedarme a mirar un programa cultural que me dejó enganchado.
Fiori no tenía idea que ya iraba con fervor ese color de voz, ese tono narrativo. Seguí a 'Talentos' con mucha iración y placer, 'Talentos' fue un programa de televisión, que no solo narraba Heriberto, sino que también dirigía con esa férrea rigurosidad y con esa devoción estética por la que se hizo conocido.
De izq. a der.: Carlos Polo, Heriberto Fiorillo y Efraim Medina. Foto:cortesía de Carlos Polo
El creativo programa fue para mí un descubrimiento importante, algo muy raro para un muchachito que había leído unos cuantos libros y que en ese entonces tenía unos intereses muy básicos, los amigos, la música, el tropel, las chicas, la esquina, la calle, ¿qué iba a saber en ese tiempo de conceptos?, de crónica en televisión, de periodismo narrativo, pero sí hubo un nombre que se me quedó grabado en esa época: Heriberto Fiorillo.
Hoy que su partida hace parte ya del inventario de lo irremediable, hoy que tengo este cúmulo de emociones encontradas en el pecho, recuerdo aquella charla que dio Heriberto en la Biblioteca Piloto del Caribe sobre el Grupo de Barranquilla, sobre La Cueva, sobre esos eternos vaciladores que escribían cuentos, novelas, reportajes, crónicas, columnas, que hacían películas, pintaban murales, hermosas obras de arte, mamaban ron, ‘frías’, tiraban trompadas, domaban paco-pacos, hacían sancochos, mientras arreglaban y desarreglaban el mundo…
Esa noche me sentí parte de esa cofradía de locos transgresores, me sentí uno más de ese relato, de esa narrativa que solo un mago como Fiori pudo sacarse de su sombrero, después… Bueno, después me aceptó una invitación a Villacronopios, en casa de Bop, el melómano, el librero loco, y hablamos sobre Raúl y sobre su libro, en ese espacio para pelaos inquietos que se llamaba Abra-Palabra y Fiorillo una vez más me mostró toda su generosidad.
¿A cuenta de qué?, una figura de su relevancia presentaba su más reciente libro, 'Arde Raúl', en un espacio de, y para pelaos medio díscolos, que jugaban a la programación cultural… Después fue Efra, el loco Medina, tu compadre, tu compinche, a quien conocí en una Feria del libro de Bogotá y a partir de allí convergieron todas las bifurcaciones y empecé a hacer pequeños trabajos para esa hermosa criatura estética que Heriberto se sacó del sombrero, El Carnaval Internacional de las Artes.
Hoy que el peso de tu ausencia es un hecho irreversible, máster querido, hoy que decidiste emprender la fuga, hoy agradezco desde cada uno de mis átomos la confianza que en mí depositaste, hoy tengo más claro, lo afortunado que he sido por haberte conocido brother.
Hoy que tengo la certeza del enorme privilegio que fue trabajar bajo tu guía, bajo tu ejemplo, hoy, que echo de menos las cosas simples que compartimos, una cerveza, un trago de güisqui, unas buenas comilonas, las carcajadas, la risa, el sentido del humor, tu repentismo.
Hoy que te llevo en la cabeza viejo Fiori, y recuerdo que fuiste el último de los maestros que todavía me quedaba en pie, me acordé del Flaco Puya-nube, Ernesto McCausland, quien de atrevido me dio licencia para ‘cronicar’, de Mandrake, Animal Tomón, Aníbal Tobón, el primero en darme ‘certificado’ literario. Hoy que tampoco está mi hermano Alexander Polo, quien fuera mi soporte emocional, hoy, que todos ustedes partieron y me quedé solo en esta lucha, en esta aventura, tengo claridad de que debo hacer el mejor de los usos con todas y cada una de sus enseñanzas…
Hoy, que tengo esta enorme responsabilidad de honrar sus memorias, sé que tengo que esforzarme para estar a la altura de sus expectativas, cuales quiera que fueran, hoy, que habita en mí, una orfandad rotunda, pesada y ominosa, doy gracias por ese extraño accidente cósmico que me puso en sus caminos.
Hoy tengo mucho más que claro, que bajo ese sombrero alón y tras esas misteriosas Ray-Ban oscuras, se escondía un mago, un ‘tigre’ bondadoso, un ingenioso mamagallista. Nojoda, Tigre, y ahora con quién voy por esas ‘piñitas’ con avena en la 20 de Julio, con quién me siento a hablar de películas clásicas, de la música de la vieja guardia, de libros, de autores, de técnica narrativa, de periodismo literario, de fútbol, de filosofía, de la vida… Seguro que hay con quien, y de sobra, pero no será lo mismo máster, porque una cosa es charlar y otra aprender mientras se ‘tira carreta’.
Hoy que ha sido un día lluvioso y lento, me asalta la curiosidad por esa novela que estabas trabajando entusiasmado, de la que tuve el honor de escuchar un par de capítulos de tu propia voz, no sé hasta donde te dejó avanzar la enfermedad. Tengo la esperanza de que mucho, ojalá mi 'bro' querido, sería muy bueno que no se perdieran de tu voz narrativa en una apuesta tan definitiva como lo es la novela.
Ayer, no más ayer, un periodista me preguntaba por un ejemplo de tu generosidad, y me acordé enseguida de la vez que me atracaron y te enteraste de que me habían robado el teléfono móvil y un reloj, cuando nos vimos, me recibiste con un reloj lindísimo y súper fino, y con el dinero para que me fuera a comprar un teléfono nuevo y no aceptaste ningún pretexto de mi parte. O la vez que contento por todo lo que logramos en el Carnaval de las Artes y me esperaste en la oficina con una caja de lujo de habanos Cohíba.
Recordé también aquella vez que se dejó caer por la oficina un cuentista de Puerto Colombia pidiendo apoyo económico a la Fundación La Cueva para la publicación de su libro y sacaste de tu cartera una suma jugosa que el escritor, quien también sobrevive con la venta de números de Lotería, recibió agradecido, dinero que salió de tu propio sueldo.
Viejo Fiori, lo único me da algo de consuelo es saber que tu cuerpo descansó, la certeza de que estás con ellos, con ese ‘combo bravo’ de ‘confabuladores’ de La Cueva. Estoy seguro de que estás metido allá entre cazadores e intelectuales, estás siendo testigo de excepción de los dos tiros que recibió la Mulata de Obregón, del elefante que puso el pintor en la puerta del bar. No hay lugar a duda de que estás degustando la sazón del Nene Cepeda, saboreando sus suculentos sancochos, mientras afilas tu repentismo jovial sentado a la diestra de Gabito.
Estoy más que seguro que German Vargas y Alfonso Fuenmayor te recibieron con un abrazo y con una botella de Mezcal, que Eligio García Márquez te volvió a dar las gracias por esa tremenda crónica que te jalaste teniéndolo a él como personaje central, que Borges hizo lo propio por la entrevista que le hiciste y Rulfo avergonzado, te pidió disculpas por aquel día en que te enseñó los dientes atiborrados de pasta dental… Estoy seguro de que, todos esos magos, en este mismo instante, están soñando otras vidas, otras Cuevas, otras Comalas, otros Macondos.