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Noticia
‘Hay un discurso muy crítico que considera que está bien atacar a los hombres’: Nina Power
La filósofa acaba de publicar un libro en el que subraya que la igualdad no se opone a la diferencia.
Nina Power también es autora de ‘La mujer unidimensional’ (2016) y ha escrito para medios como 'The Guardian'. Foto: Thomas Celan
En las plazas y en las calles, miles de mujeres reclaman mayor igualdad de género con consignas feministas. En internet, miles de hombres jóvenes expresan su bronca en la ‘manósfera’, un conjunto de páginas web y foros que promueven una agresiva masculinidad exacerbada. Esta escena se replica en todo el mundo. Las divisiones de género parecen tener hoy más potencia que nunca.
Estudiantes y colectivos feministas protestan en el norte de Bogotá. Foto:Sergio Acero Yate
Estas diferencias afectan creencias, costumbres y también ideologías políticas. Un artículo publicado en The Financial Times recientemente muestra cómo en la mayor parte del mundo desarrollado las mujeres están adoptando posturas cada vez más alineadas en el llamado progresismo, mientras los hombres se inclinan a un conservadurismo cada vez mayor.
¿Qué está pasando con las divisiones de género? ¿Qué sucede hoy con los hombres y la masculinidad? ¿Por qué los hombres se sienten excluidos, aislados y enojados? Estos son algunos de los interrogantes que llevaron a la escritora y filósofa inglesa Nina Power a escribir ¿Qué quieren los hombres?
"Al contrario, es un error creer que la igualdad se opone a la diferencia. Porque, en realidad, hay igualdad en la diferencia, o diferencia en la igualdad. Pensamos la igualdad de manera muy estúpida".
En diálogo con La Nación, Power plantea la necesidad de lograr una reconciliación entre ambos sexos, “promesa que no es una realidad utópica distante” porque, en verdad, “ya está presente en nuestras vidas cotidianas”.
Y tras explicar que el título de su libro “es una provocación, un chiste sobre Sigmund Freud”, quien se preguntó –sin encontrar respuestas– qué querían las mujeres, anota: “Hay una crisis en relación con el empleo y el estatus social que está generando depresiones en los hombres. Y al mismo tiempo se instaló un discurso muy crítico que considera que está bien atacar a los hombres porque la historia lo justifica, porque son los responsables de la mayor parte de la violencia, o simplemente porque hay un cierto deseo de venganza o de derrumbar ideas como las del patriarcado”.
Manifestantes a la altura de la Universidad EAN. Foto:Sergio Acero Yate
“No creo –añade– que esto deba ser un juego de suma cero, en el que unos ganan y otros pierden. Deberíamos oponernos a esta lógica todos juntos. Hay razones muy importantes por las cuales hombres y mujeres deberían funcionar en conjunto”. Y subraya: “Hay algo bastante sospechoso en este discurso que apunta a dividir a los hombres y a las mujeres para que se enfrenten entre ellos”.
En los últimos años hubo una tendencia a ignorar las diferencias sexuales en pos de alcanzar la igualdad de género. ¿Puede la diferencia sexual ser positiva? ¿Es realmente necesario borrar las diferencias entre hombres y mujeres para lograr una mayor equidad?
En el libro defiendo la diferencia sexual. Minimizar e ignorar las diferencias es una maniobra sospechosa. Hay diferencias entre el hombre y la mujer. Y eso no tiene que despertar miedo, sino que hay que celebrarlo. Hay muchos tipos diferentes de igualdad, y no es incompatible con el reconocimiento de la diferencia. Recibir el mismo salario por el mismo trabajo o tener derecho a votar son formas muy específicas de la igualdad que no van en contra del reconocimiento de la diferencia. Al contrario, es un error creer que la igualdad se opone a la diferencia. Porque, en realidad, hay igualdad en la diferencia, o diferencia en la igualdad. Pensamos la igualdad de manera muy estúpida. La igualdad no quiere decir que todo tenga que ser idéntico. O que todos deban tener exactamente lo mismo. Adonde sea que miremos, como seres humanos estamos enteramente compuestos por diferencias. No deberíamos pretender que esas diferencias no existen ni buscar erradicarlas.
El libro muestra cómo muchos hombres se sienten solos, aislados y a la defensiva por la idea de que la masculinidad es mala en sí misma y es tóxica. ¿El feminismo excluyó a los hombres? ¿Se volvió demasiado extremista, rígido e inflexible?
No atribuiría esto al feminismo. No pienso que el acto de denunciar a los hombres sea algo exclusivamente feminista. La segunda ola del feminismo buscaba liberar no solo a las mujeres y a las chicas, sino también a los chicos y a los hombres de las expectativas sociales impuestas en relación con el género. En años recientes se impuso un estereotipo de la feminista enojada, que odia a los hombres, que empezó a ser visto como algo positivo. Es muy curioso. Vivimos en una sociedad de consumo que saca provecho del feminismo, pero que no está enfocada en el complicado juego de vivir en un mundo mixto. Un mundo donde los hombres y las mujeres definitivamente existen como tales. La postura del feminismo tiene que estar en sintonía con la propia realidad: es imposible pensar en un mundo separatista. Me pregunto qué hay detrás de este discurso contemporáneo que describe a los hombres de esta manera. Creo que no proviene del feminismo, sino de otro tipo de agenda.
¿Y cuál sería concretamente esa agenda? ¿De dónde surge este discurso?
En un libro muy breve que publiqué en 2009 expliqué que la creación de distintas categorías de consumidores estaba basada en una manera superficial de entender el feminismo y la femineidad, y eso estaba generando personas muy susceptibles de ser controladas por esta nueva economía que predicaba a favor del conocimiento y los datos, características asociadas a lo femenino. Alguien está haciendo dinero con todo esto. Además, es útil para la clase dominante dividir a la gente y decir que no tenemos nada en común, ya sea que esas divisiones se generen en torno a la raza, al género, la edad o cualquier otra cosa. Esto beneficia a la gente que apunta a explotar las diferencias para sacar provecho y generar ganancias de ellas. Apuntan a hacernos creer que no somos capaces de cerrar brechas y crear puentes entre nosotros.
¿Cuál es el rol del capitalismo y del mercado en cuanto a generar estas divisiones en nuestras sociedades?
La tendencia general ha sido la de ir hacia una economía que no necesita de la diferencia sexual y que pretende ignorar esas diferencias. Pero la economía industrial entró en crisis. El trabajo típicamente masculino ha sido desplazado a otros lugares del mundo donde las empresas pueden pagar salarios menores a los trabajadores. En la clase trabajadora en particular, en algunas regiones de Gran Bretaña hay grandes centros industriales abandonados. Hay grandes problemas con la pobreza, el consumo de drogas, diferentes tipos de adicciones y un sentimiento de no tener ningún lugar a donde ir. No hay ningún rol social específico. No hay ningún lugar para los hombres. Hay un sentimiento de inutilidad que proviene de no tener un rol social definido. Muchos hombres jóvenes o de mediana edad sienten que sus existencias no tienen un significado claro en relación con el trabajo y con la familia. El nihilismo aflora, y es fácil que los hombres se aíslen. Vemos crecer la depresión masculina y los suicidios masculinos (en niveles ya muy altos). Es algo muy preocupante.
¿Y cuál es el rol del Estado y de los gobiernos con respecto a esta creciente enemistad entre géneros?
Hay un uso oportunista de la invocación de la diferencia sexual por parte de los gobiernos, pero no hay ninguna posición coherente. La transición de una economía industrial a una economía y una sociedad posindustriales ha potenciado esta línea de la igualdad y similaridad. Se convirtió en un objeto político esta idea de la autodefinición y autopercepción del individuo. Es un síntoma de muchos cambios y transiciones que apuntan hacia un mundo virtual, hacia una idea descorporizada de lo que significa ser humano. Esto no es progresista por más que pretenda serlo. Al pensar el futuro de esta manera, en realidad estamos retrocediendo.
Mucho del enojo que sienten los hombres se refleja en internet, los foros y redes sociales de la ‘manósfera’. ¿Qué lugar ocupa internet en este fenómeno de fuerte división entre hombres y mujeres? ¿Empeora y profundiza aún más este problema?
La gente a veces escribe de una forma que no refleja literalmente lo que piensa. Lo hace para descargarse y llamar la atención. Hay posturas llenas de misandria o misoginia. Las personas misóginas existen, pero son un número reducido. Muy pocos hombres odian patológicamente a las mujeres, y muy pocas mujeres odian patológicamente a los hombres. Las redes sociales alientan a la gente a sostener posturas extremistas, especialmente porque esto genera dinero. La persona que grita y lanza estos fuertes reclamos de protesta va a llamar la atención de los demás porque su posición es poco usual. Eso es tomado y tergiversado para descartar al otro, o para estereotipar la postura como de ‘todos los hombres’ o de ‘todas las mujeres’. Se originan todo tipo de incomprensiones. Y los gobiernos occidentales aprovechan para imponer un muy confuso control sobre la gente. Porque las personas se vuelven inseguras con respecto a lo que están o no habilitados a decir. Y eso genera autocensura. Necesitamos entender la manósfera sin condenarla, por más que parezca demasiado extremista.
¿Cómo podemos hacer para crear una masculinidad o una femineidad más positiva? ¿Dónde podemos encontrar mejores modelos para seguir?
En el libro planteo que es posible ser mejor o peor hombre o mujer. No se trata de generar un mejor estereotipo de la masculinidad o de lo femenino, sino de considerar que todos podemos trabajar para ser mejores. Los hombres jóvenes necesitan mentores. Tanto en las instituciones educativas como en la sociedad debería haber una mayor transmisión cultural de valores positivos asociados a la masculinidad. Los hombres jóvenes necesitan tener a hombres mayores en distintos ámbitos.
¿Qué es exactamente el patriarcado? Más allá de que su connotación suele ser negativa, ¿puede contener también una dimensión positiva?
Hay una idea muy superficial del patriarcado, que es la que suele ser atacada sin que la gente sepa con exactitud a qué refiere. Hoy el patriarcado se convirtió en todo lo que no nos gusta de los hombres. Considerarlo algo ‘malo’ es igual de unidimensional que considerar que el patriarcado es fantástico. No es ni bueno ni malo, es algo que debemos comprender, más allá de aceptarlo o condenarlo. En sus orígenes, el significado bíblico del patriarca tiene que ver con el hombre que toma responsabilidad. El patriarcado no se trata de poseer cosas, ni de controlar a las mujeres y niños como seres inferiores. No es sobre la dominación económica y social. Las mujeres no son necesariamente víctimas del patriarcado. En realidad, se trata de asumir responsabilidades para con uno mismo. Tenemos que abrazar nuestra adultez y aceptar que ser un buen hombre implica hacerse cargo de determinadas responsabilidades. Después sigue la compleja pregunta de qué significa exactamente la responsabilidad. Y cómo se aplica de manera diferenciada.
¿Podemos reconciliar a hombres y mujeres? ¿De qué manera podemos dejar atrás esas divisiones impuestas?
Primero, deberíamos recuperar ciertos valores asociados al cristianismo, como el valor del perdón, la aceptación de que todos somos capaces de dañar y ser dañados, la idea de que todos sufrimos de distintas maneras. Un reconocimiento de un sentido compartido y mutuo, que consiste en que en verdad ninguno de nosotros sabe exactamente qué es lo que está haciendo. Necesitamos construir relaciones más humildes hacia el otro y hacia el resto del mundo. Antes que esta postura divisiva que impacta en ambos lados. Es mucho mejor si dialogamos, si llegamos a un entendimiento mutuo, si conciliamos y nos perdonamos sin buscar culpabilizar al sexo opuesto por todo. En la vida cotidiana esto pasa todo el tiempo. No es una promesa utópica distante. En realidad, esa reconciliación ya está ahí presente. Ya tenemos a esta posibilidad.