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Los 100 años de Álvaro Castaño y la inmensa minoría
Aniversario del natalicio del pionero de la radio en el país, con su inolvidable emisora HJCK.
Una de las últimas actividades periodísticas de Castaño fue su columna en la revista Bocas, de EL TIEMPO. Foto: Archivo particular
El primer cargo que desempeñó Álvaro Castaño Castillo (1920-2016) fue como secretario general de la Escuela de Policía General Santander, en el barrio Muzú, en Bogotá. Allí escribió su tesis de grado titulada ‘La policía: su origen y su destino’, para graduarse de abogado de la Universidad Nacional.
En la universidad había tenido como compañero a Hernando Durán Dussan, político llanero, quien también había sido su condiscípulo en los Hermanos Cristianos y con quien fundaría la Academia José Asunción Silva, señal augural de su perdurable amor por la poesía. La poesía, como comunicación que esclarece el misterio y proyecta los sueños, se concretaría en la emisora HJCK: El mundo en Bogotá, fundada el 15 de septiembre de 1950 “para la inmensa minoría”.
En diciembre de 1963, la emisora inauguró su primer transmisor de 10 kilovatios, con la presencia de Jorge Luis Borges y Chabuca Granda. Esa conjunción imprevista de figuras propia de la emisora es uno de sus mayores legados, preservado en el libro de Álvaro Castaño Mis amigos, publicado por Aguilar en el 2015. En el CD que lo acompaña, regresan las voces no solo de Germán Arciniegas y Gabriel García Márquez, Jorge Luis Borges y Álvaro Mutis, Rafael Alberti y Nicolás Gómez Dávila, Eduardo Carranza y Otto de Greiff, Pablo Neruda y Jorge Gaitán Durán, sino también la de la cultura sa encarnada por André Maurois, el capitán de las profundidades marinas Jacques-Yves Cousteau y los célebres actores Jean Louis Barrault y Madeleine Renaud quienes, instalados en la primera sede de la emisora, en el cuarto piso de la carrera 7.ª con calle 17, ensayarían las piezas que montarían luego en el teatro Colón.
Sería la colección literaria de la HJCK la que en verdad se convertiría en memoria oral de nuestras letras, desde su exitoso inicio con Jorge Zalamea y su El sueño de las escalinatas, que compartió con La pollera colorá el primer puesto de los discos más vendidos aquel año. Antonio Cruz contó la anécdota del alcalde de una capital de provincia colombiana que invitó a Zalamea a dar una charla, siempre y cuando no leyera El sueño de las escalinatas. El soberbio Zalamea preguntó molesto por qué. “Porque aquí todos se la saben de memoria, maestro”. Con los piedracielistas, tan afines a la sensibilidad de Álvaro Castaño, y las fábulas y poemas de Rafael Pombo leídos por su mujer y eterno amor, la tolimense Gloria Valencia, creció y creció su audiencia.
Álvaro Castaño estuvo casado con la fallecida presentadora de televisión Gloria Valencia de Castaño. Foto:Andrea Moreno
Un amor y la naturaleza
Con ella exploró otra faceta que hoy cobra inusitada vigencia: entre 1974 y 1993 hicieron juntos Naturalia, “la historia de los animales y los animales en la historia”, el primer programa ecológico de la televisión colombiana. Su productor fue Rodrigo Castaño, el hijo fallecido antes que su padre y cuya foto presidía la mesa donde lo vi por última vez.
En una entrevista, Rodrigo recuerda que su padre se sabía todas las noticias sobre animales que aparecían en los periódicos y en la revista sa La vida de las bestias, que recibía en su casa de Bogotá: desde el cumpleaños del mono de Tarzán hasta el descubrimiento de una nueva especie. Qué nos dirían y mostrarían los creadores de Naturalia hoy: peces en los canales de Venecia, osos pardos en Buenaventura, jabalíes en las calles de Barcelona, cabras montescas en Albacete, pumas por Santiago de Chile, pavos reales en Madrid y aves en las playas de Perú. La vida animal vuelve por su fuero, los cielos parecen más azules y las playas más limpias y los delfines aparecen en las noticias nadando entre las olas.
Álvaro Castaño, quien se definía sin más como “un coqueto”, se inició en la historiografía recreando vidas femeninas: los trovadores y las cortes de amor con Leonor de Aquitania, reina de Inglaterra “por la rabia de Dios”; o Abelardo y Eloisa, maestro castrado por pecar con su alumna; Sissi la Emperatriz, que rompe el protocolo y huye al galope como el más hábil de los jinetes; o Kiki de Montparnasse, en el París de entreguerras, enloqueciendo a fotógrafos y pintores. Sus textos pueden ahora encontrarse en Para la inmensa minoría, publicado por Taurus en el 2006. “La historia es una novela que fue”, decían los hermanos Goncourt.
A las mujeres y la música debemos añadir la poesía y la ética como otros de los pilares del trabajo de Álvaro Castaño, donde también laten su amor combativo y militante en pro de los animales y su culto sin sombras a la amistad, del que hablaron sus dos grandes amigos Álvaro Mutis y Gabriel García Márquez.
A esa órbita cercana de afecto y preocupación sincera y profunda por el arte y el diálogo con otros mundos y otras lenguas pertenecieron muchos otros, a quienes también convocaba y celebraba en su emisora: Gonzalo Mallarino, fiel a Antonio Machado, cuyos poemas recitaba con fervor apasionado; el polaco Casimiro Eiger, que luchó con fervor por el arte colombiano, u Otto de Greiff con sus eruditos cursos sobre compositores, siempre iluminados por el humor.
Con sus amigos: el periodista Álvaro Castaño Castillo (q.e.p.d.), la gestora cultural Gloria Zea y el periodista Bernardo Hoyos (q.e.p.d.). Foto:Archivo EL TIEMPO
Su legado cultural
Es justo recordar ahora otras dos empresas culturales en las cuales Álvaro Castaño participó como fundador. El 24 de mayo de 1986 fue uno de los signatarios del acta de nacimiento de la Casa de Poesía Silva y fue también uno de los fundadores de la Universidad de los Andes. En ambas ocasiones fue debido a sus amigos, María Mercedes Carranza, en el primer caso, y Mario Laserna, en el segundo. Pero con sus amigos no solo fundó instituciones culturales. También jugaba tenis en el club, mientras tomaba “una chichita”, y, durante un tiempo, fue presidente del equipo de fútbol Independiente Santa Fe.
Al evocar su figura me pregunto si no estamos clausurando una época y despidiendo una generación, la misma de Alejandro Obregón, quien también cumple 100 años de nacido, y el “tocayito” Álvaro Mutis. La generación de una Bogotá municipal y sosegada, a la cual ciertos nombres la cubren ya de un manto parroquial de leyenda: teatro Faenza, café del Rhin, un dancig llamado La Bombonnière, situado en la calle 14 con carrera 8.ª, prostitutas de pocos años, media tobillera y cachumbos, tranvías y primeros edificios de la Ciudad Universitaria.
Así entonces, gracias a la mágica grabadora de bolsillo y la alerta curiosidad infatigable de Álvaro Castaño Castillo hemos recobrado el tiempo real de la historia y el arte. “Mi grabadora, donde está aprisionado todo el viaje, minuciosamente y para siempre, como un insecto en un baño de ámbar”, dijo al recordar el mítico viaje a Estocolmo que hizo para acompañar a Gabriel García Márquez a recibir el Premio Nobel de Literatura.
En su grabadora estaban las voces de un tiempo creativo de la cultura colombiana. A 100 años de su nacimiento, el archivo de la emisora, que recoge más de 50.000 grabaciones y que fuera donado al Archivo de Bogotá, garantiza y preserva su copioso y rico legado. Álvaro Castaño murió en su casa de Bogotá, en la calle 85 con 12, el 9 de agosto de 2016.
Un día en que Jorge Luis Borges estaba grabando para la HJCK, Álvaro Castaño le ayudaba a recordar los versos que se le escapaban. En algún momento de la grabación, ninguno de los dos logró recordar un poema. Justo después, Castaño pergeñó este texto que lo define como lo que era en realidad: un poeta.