Desde esa primera edición en Barcelona bajo el sello Plaza & Janés y con el respaldo de la agente literaria Carmen Balcells, La casa de los espíritus ha hecho un recorrido que nadie habría imaginado en aquellos años en que su autora, una graciosa y desenfadada periodista chilena, vivía junto a su familia el exilio en Caracas.
A estas alturas, la historia es ampliamente conocida: desde Chile le avisan que su abuelo se está muriendo y el 8 de enero de 1981 empieza a escribir lo que, suponía, era una carta para él. Pero los recuerdos, la nostalgia y el espíritu de su abuela no cesaban de dictarle al oído y las palabras llevadas al papel dieron origen a algo que ni ella era capaz de definir, pero que meses después cambió radicalmente su vida.
Cuando se cumplen cuatro décadas de la publicación de su primera novela, Isabel Allende recuerda aquel tiempo, la inocencia con la que se enfrentó a ese texto y curiosos detalles de su escritura.
El aniversario coincide con sus 80 años y desde la buhardilla de su casa en Sausalito (California) donde vive con Roger, su marido, y sus dos perras, dice que se siente mucho mejor que a los 70. Habla también de actualidad y cuenta que por primera vez desde su estreno como escritora no está embarcada en un nuevo libro. “Siento que si no estoy escribiendo me falta algo, estos meses sin escribir han sido duros”, reconoce.
Allende recuerda aquel tiempo, la inocencia con la que se enfrentó a ese texto y curiosos detalles de su escritura
Le impresiona este aniversario de La casa de los espíritus?
Mira, tengo ochenta años y no sé cómo llegué aquí, porque me parece que ayer estaba trabajando en la revista Paula, que ayer se murió la Paulita (1992), que todo pasó hace muy poco. Y de repente veo a mis nietos, que tienen 30 años, y digo, pero qué pasó yo los tenía chiquitos en brazos hace tan poco.
Me sentía como aplanada
“Te fijas que después de 340 años la tapa sigue siendo moderna”, comenta sobre la portada de esta edición conmemorativa, que conserva el diseño original y que estas semanas aparece simultáneamente en Chile y España y también estará disponible en Argentina, Uruguay, Perú, Colombia, México y Estados Unidos (en español).
Traducida a más de 30 idiomas y con millones de ejemplares vendidos en todo el mundo, la historia de estas cuatro generaciones testigos y protagonistas del convulsionado siglo 20 chileno, ha sido adaptada al cine, al teatro, al ballet y marionetas, entre otros formatos. Y pronto, anuncia también en el prefacio, debutará en una miniserie de televisión.
¿Cómo recuerda esa etapa en la que escribió 'La casa de los espíritus'?
Yo tenía 39 años y en Venezuela sentía que mi vida no iba a ninguna parte, que había hecho algunas cosas en Chile que no tenían ningún valor afuera, que nada me estaba pasando que valiera la pena mencionarse. Me separé mucho después, pero mi matrimonio ya estaba colapsado. Mis hijos eran adolescentes, no me necesitaban para nada, yo istraba un colegio, que no podía ser un trabajo menos adecuado para mí, que no sé sumar. Tenía que andar cobrando plata, vestida de señora, además, con medias y con falda ¡en Caracas! Todo el hippismo anterior ya no lo podía ejercer y realmente ni lo sentía por dentro. Me sentía como aplanada. Y en eso vino la muerte de mi abuelo.
El impacto de la noticia desató la escritura. “La forma en que escribí La casa de los espíritus es imposible de repetir —señala—: sin un plan, sin una idea de para dónde iba, sin saber que estaba escribiendo una novela. Empezó como una carta, después pensé que era una memoria, no sabía lo que era, pero seguí no más. Nunca hice un esquema de lo que estaba pasando, hasta que mi hijo y mi marido leyeron el manuscrito y dijeron, ‘pero aquí hay gente que empieza de 18 años y setenta años después sigue teniendo 18 años’. Entonces mi marido, como ingeniero, hizo un cuadro donde salían las fechas, lo que estaba pasando en Chile y lo que les estaba pasando a los personajes, en esos años. Y así, más o menos, lo pude organizar un poco, pero eso fue después”.
Una novela total
La crítica literaria de Chile no ha sido especialmente generosa con ella. Sin embargo, en 1983, Ignacio Valente celebró con dos artículos seguidos la aparición de la novela. Y de alguna manera intuyó cómo había sido escrita: “Sospecho que Isabel Allende no supo bien lo que hacía. Tal vez no se dio cuenta de que engendraba una obra tan múltiple: eso que suele llamarse una ‘novela total’ (...) y también, como de paso, una ‘novela de la decadencia de la clase alta chilena’, pero sin los eternos y gastados tópicos que ese subgénero suele prodigar e incluso una ‘novela del siglo XIX’ en el mejor sentido: un ‘novelón’ a los Balzac o a los Dickens —salvadas las distancias—, pero a la vez profundamente chileno y contemporáneo”.
Tal vez no se dio cuenta de que engendraba una obra tan múltiple: eso que suele llamarse una ‘novela total’ (...) y también, como de paso, una ‘novela de la decadencia de la clase alta chilena’
No escribía con pluma, pero sí en una rudimentaria máquina portátil que había instalado en la cocina. “Escribía de noche, andaba con una mochilita y adentro llevaba el manuscrito, porque era único, entonces no lo podía perder. Se me quedó una vez en la peluquería y casi me muerto”, recuerda divertida.
En esa copia única “hacía cut and paste: y lo pegaba con scotch (cinta adhesiva) y corregía con un líquido blanco que se llamaba tipex, entonces las correcciones no podían ser muy extensas”. Pero más que la dificultad tecnológica, lo que le sorprende hasta ahora es “la ignorancia y la inocencia” con las que escribía. “Nunca había leído una crítica literaria, no había asistido a un taller literario, era buena lectora, sí, pero no sabía nada de la industria del libro”.
Fue su madre, Francisca Llona, quien les mandó el manuscrito a algunos editores en Argentina y ya es parte del anecdotario cómo se perdieron esa oportunidad. “Nadie lo leyó”, asegura. Entonces pasó por Caracas el escritor argentino Tomás Eloy Martínez y le dijo que no se podía publicar nada sin un agente literario. “¡Yo no sabía que existían los agentes literarios!”. Él nos dio el nombre de Carmen Balcells y le mandamos el libro por correo; es decir, un manuscrito, inmundo, con manchas de café, con scotch”.
¿No hizo una copia en limpio?
No, si no había tiempo, eran quinientas y tantas páginas, qué lo iba a pasar en limpio. O sea, las páginas que estaban muy malas, esas las volví a copiar, pero no todo. Y fíjate que ese manuscrito se perdió. Carmen Balcells lo buscó mucho después, porque decía que eso tenía un cierto valor, cualquiera que estudiara cómo se escribía, entonces vería cómo era la cosa. Pero nunca lo encontraron”.
Una nueva vida
Antes, había escrito teatro y publicado libros infantiles. “Mira, las obras de teatro no eran mías, yo ponía una idea, escribía algo y venía ‘La compañía de los cuatro’ y la transformaban, eran los que hacían todo el trabajo y lo hacían precioso. Yo sentía que me llevaba el crédito sin merecerlo, porque entre el proyecto que yo presentaba y lo que salía después en el escenario, había una inmensa diferencia. Cada uno de los actores aportaba cosas que a mí no se me habrían ocurrido nunca. Así que con ellos aprendí mucho”.
También trabajó en un organismo internacional y ya casada y con dos hijos hizo periodismo en televisión y revistas, conquistando una enorme popularidad con sus columnas de humor en la revista Paula (...).
¿La publicación de su primera novela significó entonces un cambio radical?
Nació otra persona —afirma—. Yo siento que nací a otra vida. La casa de los espíritus fue como una de esas encrucijadas en que el destino se te va en otra dirección, completamente inesperada”.
Yo siento que nací a otra vida. 'La casa de los espíritus' fue como una de esas encrucijadas en que el destino se te va en otra dirección, completamente inesperada
El “tsunami del éxito” le llegó un año más tarde a Venezuela, cuando ya había empezado a escribir De amor y de sombra. Y ahí sintió el peso de lo que le había advertido Carmen Balcells: “Cualquiera puede escribir una buena primera novela porque pone todo lo que es y lo que sabe ahí, pero el escritor se prueba en el segundo y en lo libros venideros”. “Cuando me di cuenta de que mi libro lo habían comprado todos los idiomas europeos, de que había sido este fenómeno allá lejos, que yo no estaba enterada siquiera, me entró el pánico”.
Usted dice que la escritura ha sido como una brújula. ¿Es difícil no perder el centro con el éxito que ha tenido en todo el mundo?
No, fíjate. Primero que nada, el éxito me vino tarde, no era una jovencita. Y luego, yo vengo de una familia en la cual la sobriedad es un valor. Eso ya no existe en Chile, pero yo me crié así. Yo me crié en la escuela en que lo único que puedes derrochar son sentimientos, servicio, ese tipo de cosas, pero que tú no puedes hacer alardes de riqueza, que si tú tienes mucho, tú eres responsable por otros. Y no son mensajes religiosos, sino que era mi abuelo, la formación castellano vasca, antigua. Para mí ha sido fácil también, porque vengo de muchos años de dificultad económica. De la misma manera, todo el éxito pasa afuera, en una periferia que para nada roza con mi vida.
¿Cree que a casi 50 años del golpe de Estado 'La casa de los espíritus' puede ser un aporte a la memoria del país?
No me atrevería a decir eso, porque sería presumir. Nunca intenté hacer una novela política, pero sin duda ese golpe militar que marcó mi vida y que marcó la necesidad de escribir la novela en el exilio, tenía un peso fundamental en el libro, pero no era mi intención hacer política, nunca ha sido. Del mismo modo que mi intención cuando escribo ficción no es dar un mensaje feminista, sale entre líneas, porque es la persona que soy y porque los personajes que escojo son mujeres fuertes, pero no porque me lo haya propuesto. Eso lo hago cuando escribo algo como Mujeres del alma mía, que es derechamente no ficción, o cuando escribo una memoria.
¿Nunca ha sentido el peso de tener que escribir?
No. Este es mi trabajo. ¡Y me encanta! Siempre empiezo con miedo, porque no sé si esta vez voy a poder hacerlo. Pero lo que he aprendido en estos 40 años es que si me siento, disciplinadamente, soy capaz de escribir casi de cualquier cosa, siempre que no sea deporte o política, si tengo tiempo para investigar. Nunca he dejado un libro a medio hacer, excepto ahora.
Ya cumplidos sus 80 el pasado 2 de agosto, Isabel Allende irradia vitalidad, y entusiasmo. “Cuando me separé de Willie, estaba con problemas de espalda, tenía bursitis en las dos caderas y me costaba mucho subir las escaleras, tenía sobrepeso. Nueve días después de firmar los papeles del divorcio se me fue el dolor de espalda y la bursitis, me puse a hacer gimnasia, a caminar, a dieta. Y hoy me siento con más salud y energía de las que tenía hace diez años. Además, tengo un nuevo marido, todo el entusiasmo de una nueva relación.
¿Diría que está viviendo una de las mejores etapas de su vida?
La mejor fue cuando nacieron mis hijos, cuando éramos pobres, cuando todo era difícil. Vivíamos en una casita Elton, en La Reina. Esa fue la etapa más feliz de mi vida, con un futuro. Yo creía que iba a vivir para siempre en esa casita, que mis niños iban a estar siempre cerca, que nos íbamos a juntar los domingos a almorzar, con todos los amigos y la familia. Bueno, todo eso terminó con el golpe militar; me cambió la vida de un hachazo, como a tantos chilenos. Y esta que estoy viviendo ahora está siendo feliz también, pero de una manera completamente distinta. Esta etapa no tiene futuro, es del día a día y del pasado, de recordar. Porque mañana nos puede pasar cualquier cosa y, ya está, se acabó todo no más. Entonces hay que gozarla ahora.
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