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‘Un novelista es un historiador de las emociones’: Juan Gabriel Vásquez

El escritor colombiano estará el próximo 29 de enero como invitado en el Hay Festival Cartagena 2022

El escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez

El escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez Foto: Claudia Rubio

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“Es importante la conversación que explique nuestros últimos 50 años, que son los años de la guerra que los acuerdos del Teatro Colón están tratando de dejar atrás, y parte de ese relato consiste en escuchar todas las historias y usar las maneras que hemos inventado para contar el mundo para saber qué fue lo que nos pasó”. En esas palabras que dijo el escritor bogotano Juan Gabriel Vásquez cuando recibió el premio de la IV Bienal de Novela Mario Vargas Llosa, en Guadalajara (México), por Volver la vista atrás, se revelan varias de las claves de su propuesta literaria.
De hecho, la periodista y escritora argentina Leila Guerriero, presidenta del jurado, destacó en el acta que la obra más reciente de Vásquez es un “irable” trabajo de investigación y se convierte en un “gran lienzo donde se despliegan conflictos que marcaron nuestro tiempo”.
Aunque en un primer momento Volver la vista atrás podría parecer una especia de biografía de Sergio Cabrera, “el cineasta antioqueño que le ha revelado al país el más sencillo de sus rostros”, Vásquez entrega algo mucho más complejo, como lo explica el crítico Juan Camilo Rincón. “El lector se encuentra con una biografía novelada sobre una saga familiar, la edificación de una historia que se teje con las proezas de hombres que tuvieron que huir y pelear para luego crear y hacer sus propias revoluciones”, dice.
Vásquez lleva cerca de 30 años al frente de las teclas de un computador, creando mundos literarios, tiene más de quince premios y reconocimientos nacionales e internacionales a sus espaldas; ocho novelas, varios libros de cuentos y ensayos, con títulos como Los informantes (2004), Historia secreta de Costaguana (2007), El ruido de las cosas al caer (2011) y La forma de las ruinas (2015), Los amantes de Todos los Santos (2001) y Canciones para el incendio (2018).
La IV Bienal de Novela Vargas Llosa fue la excusa perfecta para revisar su obra en retrospectiva.
El escritor colombiano recibió el reconocimiento de manos de Vargas Llosa.

El escritor colombiano recibió el reconocimiento de manos de Vargas Llosa. Foto:EFE

¿Cuándo supo que se dedicaría a escribir?
Eso pasó en algún momento de 1993, cuando yo andaba por la mitad de mi carrera de Derecho. Fue resultado de un proceso largo en el cual las ficciones que siempre había leído dejaron de ser un pasatiempo y se convirtieron en algo mucho más importante, una manera de estar en el mundo, una vocación. Y eso venía con la decisión de no hacer nada más: de poner la literatura en el centro de mi vida y eliminar todo lo que fuera un estorbo para el oficio. Durante los años siguientes hice mil trabajos alimenticios para financiar la escritura: editor de revista, profesor, traductor, reseñista, o todos al mismo tiempo. Hasta el año 2011, cuando un golpe de suerte en la forma del Premio Alfaguara me permitió dedicarme solamente a mis libros.
Acaba de ganar la bienal Vargas Llosa. ¿Qué siente que ha cambiado ese escritor desde el Premio Alfaguara al de hoy?
En un sentido, nada: mi objetivo sigue siendo el mismo, que es escribir el mejor libro posible. Los premios facilitan muchas cosas, pero ninguna de ellas es la escritura. El trabajo en la soledad de mi escritorio sigue siendo tan difícil como antes, o quizá más, porque una vida de lector lo enfrenta a uno con todo lo que ya se ha hecho, y a veces muy bien. En otro sentido, sin embargo, esa misma vida de lector ha ido llenando mi caja de herramientas, enseñándome a hacer cosas distintas o a hacerlas mejor. Uno nunca termina de aprender.
Usted ha comentado que su obra busca, entre otras cosas, explorar el pasado de Colombia. ¿Este proyecto lo tenía claro cuando comenzó a escribir?
Mi interés ha sido explorar, mediante la ficción, ese espacio de nuestra experiencia en el que las vidas privadas se ven arrastradas por las fuerzas de la historia y de la política. Y no, ese proyecto no existía antes de Los informantes, porque yo sentía que el pasado colombiano era un lugar oscuro, lleno de sombras y de preguntas sin respuesta, y creía que uno sólo puede escribir sobre lo que conoce y domina y entiende perfectamente. Mi gran revelación fue darme cuenta de que la verdad era justamente la contraria: no hay mejor razón para escribir sobre algo que no entenderlo. La literatura como forma de investigación de lo desconocido o lo misterioso. Cuando me di cuenta de eso, fue como si me liberara. Empecé a escribir sobre este país incomprensible que tenemos, y ahora, dos mil quinientas páginas después, sigo en las mismas.
¿Se ha nutrido de autores como Tom Wolfe o Gay Talese, o del propio García Márquez? ¿Cuándo termina el periodismo y dónde comienza la ficción?
El periodismo viene antes que la ficción. En otras palabras, el periodismo está en mis métodos. Todas mis ficciones, con la probable excepción de Historia secreta de Costaguana, nacen de una vivencia: algo que me pasa, una persona que conozco y me cuenta algo. Luego viene un trabajo de entrevistas, de salir de mi casa y hacer un verdadero reportaje que sólo hago para mí, para uso privado. En esta etapa hay mucho trabajo documental: papeles, documentos, objetos del pasado. Luego viene la ficción, un trabajo de imaginación y lenguaje que ocurre de puertas para adentro, en la soledad del estudio. Lo que intento en una novela siempre es contar todo lo que el periodismo o la historia no pueden contar, pero para eso hay que pasar primero por las estrategias del historiador o del periodista.
Carátula de 'La forma de las ruinas'

Carátula de 'La forma de las ruinas' Foto:Archivo particular

En una columna, Vargas Llosa aplaude de su nuevo libro el desafío de novelar hechos que en realidad ocurrieron. ¿Cómo fue ese trabajo de herramienta literaria para convertir todo ese insumo en una novela? ¿En qué momento sintió esa estructura y la voz que llevaría Volver la vista atrás?
La novela tuvo muchos comienzos fallidos a lo largo de 7 años, hasta que, en enero de 2020, hice un descubrimiento definitivo: yo tenía que desaparecer del libro. Tenía que contar la historia imaginando a mis personajes como si fueran ficticios, como Dostoievski imagina a Raskolnikov, como Virginia Woolf imagina a la señora Dalloway. Yo tenía una serie de anécdotas, de hechos reales, de peripecias, pero tenía que imaginar las emociones, la conciencia de estos personajes. La palabra que me gusta es interpretar: interpretar por medio de la imaginación las vidas de los otros. Por eso insisto en que el libro es ficción aunque no contenga hechos inventados. Pero es que una cosa son los hechos y otra las emociones. Un novelista es un historiador de las emociones.
¿Cuál es el personaje suyo con el que más se ha encariñado sus novelas?
Me encariño mucho con los personajes femeninos. Sara Guterman en Los informantes, Elaine Fritts en El ruido..., Magdalena en Las reputaciones. En Historia secreta... hay un personaje que se llama Charlotte. Todavía a veces me sueño con ella. Y en La forma de las ruinas está Andrea, que sólo aparece durante 12 páginas, pero que tiene una importancia simbólica enorme. Es como un centro de gravedad del libro, y no muchos lectores se han dado cuenta. Finalmente, en Volver la vista atrás está el personaje de Marianella Cabrera, la hermana de Sergio, un personaje fascinante que le cambió el curso a la novela. Es raro hablar en estos términos de una persona que existe, pero así es: su historia, la historia que me contó, tiene unas dimensiones humanas que no han hecho sino crecer para mí desde que se publicó el libro, y sé que a muchos lectores les ha pasado lo mismo.
Usted ha explorado el 9 de abril, el narcoterrorismo, la guerrilla. ¿Ha pensado escribir algo sobre la política actual colombiana?
No. No escribo novelas de terror.
Usted ha explorado el cuento, el ensayo y la novela, ¿ha escrito poesía?
Sí, porque soy lector de poesía. Pero lo he hecho para consumo privado, por así decirlo, y a cuentagotas, porque es terriblemente difícil. Lo que sí he intentado es aprender en la prosa las lecciones de la poesía: la eufonía, el ritmo y, sobre todo, el control. La poesía enseña control, y eso –el control de la frase, del párrafo– me importa mucho.
En uno de los cuentos, Vásquez relata su búsqueda de un particular libro de gramática escrito por Rafael Uribe Uribe.

En uno de los cuentos, Vásquez relata su búsqueda de un particular libro de gramática escrito por Rafael Uribe Uribe. Foto:Claudia Rubio. EL TIEMPO

También ha sido un gran traductor, incluso se metió de lleno con Conrad, ¿qué le aporta la traducción a un escritor?
Creo que la traducción es la mejor escuela de escritura. Y la razón es muy sencilla: uno aprende a escribir leyendo, y el traductor es el lector perfecto. Quiero decir que la traducción es la lectura más atenta que existe, porque tiene que descubrir todos los significados, escuchar todos los ritmos, descubrir todos los secretos de construcción de una frase. Traducir es cabalgar sobre la frase de otro, y al hacerlo se aprende a construir las propias frases. Y lo mágico de la traducción es que uno aprende mucho hasta de los libros malos: traducir un libro malo es ver de primera mano los atajos, las trampas, los errores que se pueden cometer. Y ése es el primer paso para tratar de evitarlos.
Un famoso autor solía decir que no leía a sus contemporáneos, sino que los vigilaba… ¿Usted lee autores colombianos contemporáneos?
Mucho, sí, aunque menos de lo que quisiera. Me interesa mucho lo que están haciendo, por razones egoístas (para no hacer lo mismo) y por razones de las otras: porque me alegra la publicación de un libro bueno entre nosotros. Cualquier cosa que pueda enriquecer la tradición en la que trabajo, o que ponga una pieza más en el rompecabezas de nuestra comprensión de este país, es una buena noticia. Parece algo evidente, pero no creo que todo el mundo esté de acuerdo. En el mundo literario colombiano impera más la tristeza por el bien ajeno, o esa otra emoción que en alemán se llama Schadenfreude: la alegría por la infelicidad ajena. Lástima, ¿verdad?
¿Cuál es su rutina como escritor?
Es muy simple: comenzar temprano y seguir hasta que ya no se pueda. Las primeras horas son cuando mejor me funciona la cabeza, y a partir de mediodía funciona cada vez peor. Los días comienzan con la lectura de un libro especial que, por razones difíciles de explicar, me sirve de diapasón para las páginas que necesito escribir enseguida. Me ayuda a encontrar el tono, digamos. Después de una media hora de esa lectura, abro el computador y trato de hacer algo digno de lo que acabo de leer. Cuando noto que la cabeza se va apagando, paro en una línea donde sepa lo que viene después.
Con 'El ruido de las cosas al caer', el autor bogotano ganó el Premio Alfaguara de Novela.

Con 'El ruido de las cosas al caer', el autor bogotano ganó el Premio Alfaguara de Novela. Foto:Archivo particular

¿Quiénes leen sus borradores?
Las primeras lectoras son mi esposa, mi editora en España, mi agente y mi editora en Colombia: las cuatro son una especie de jurado fijo. A veces, pero no siempre, le pido su opinión a un colega que valoro especialmente, pero que además puede decirme algo pertinente sobre el libro en cuestión. Volver la vista atrás fue un caso excepcional, porque tuvo un quinto lector que fue su personaje principal: Sergio Cabrera.
¿Cuáles son sus autores fundamentales y qué libros siempre vuelve a leer?
Los tengo detrás de mí mientras escribo, alrededor de los diccionarios, porque son verdaderamente libros de consulta. Recurro a ellos para resolver un problema, para pedir ayuda o para buscar apoyo o consuelo, cosas que un escritor necesita con mucha frecuencia. ¿Cuáles son? Depende: ¿cuánto espacio tenemos? Ahí va un inventario: Cervantes, Shakespeare, Montaigne, Stendhal, Flaubert, Tolstoi, Dostoievski, Chéjov, Conrad, Joyce, Virginia Woolf, Hemingway, Faulkner, Proust, Camus, Marguerite Yourcenar, Hannah Arendt, Borges, Onetti, García Márquez, Fuentes, Cortázar, Vargas Llosa, Philip Roth, Ricardo Piglia, VS Naipaul, Kundera, Coetzee, Alice Munro, Sebald, Javier Marías, cuatro antologías de poesía y diez libros de entrevistas con escritores. Suficiente para llenar una vida.
¿Cuál es su meta como escritor? Los anglosajones siempre hablan de la ‘gran novela americana’, en América Latina se habla de Cien años de soledad, Rayuela y Conversación en la catedral. Después del boom se habló mucho de 2666 y de Los detectives salvajes, de Bolaño. ¿Qué tan cerca está de ese techo?
El último que debe decir eso soy yo. Pero me pregunta cuál es mi meta, y eso sí lo puedo decir. Mi meta es escribir libros que sean dignos de la importancia que la literatura tiene en mi vida. Mi meta es escribir ficciones de las que el lector salga sabiendo algo más, pero algo que no hubiera podido saber fuera de la ficción: algo que ni el periodismo ni la historia puedan darle. Yo creo que la literatura de imaginación -una novela, un cuento– es una forma de conocimiento. Es verdad que es un conocimiento ambiguo, irónico, indirecto, no cuantificable. Pero es conocimiento. Y sin él nuestra especie sería más pobre, o nos quedaríamos sin entender cosas importantes y, lo que es peor, sin saber ni siquiera que esas cosas existen. En resumen: llevaríamos vidas más simples, más planas, menos interesantes. La literatura no nos hace mejores, pero sí más complejos y más capaces de entender la complejidad.
CARLOS RESTREPO
REDACCIÓN CULTURA

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