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Legado del ideario del expresidente Virgilio Barco, en tres libros de lujo

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Don Germán Montoya (izquierda) fue secretario general durante la presidencia de Virgilio Barco (centro). En la imagen aparecen con Misael Pastrana.

Don Germán Montoya (izquierda) fue secretario general durante la presidencia de Virgilio Barco (centro). En la imagen aparecen con Misael Pastrana. Foto: Archivo particular

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Los grandes hombres tienen dos vidas, una que ocurre cuando trabajan en esta tierra; y una segunda que comienza el día de su muerte y continúa por un tiempo tan largo como equivalente “al poder de vigencia que tengan sus ideas y concepciones”. Igual celebramos la vida en esta tierra de Virgilio Barco que su segunda vida gracias al poder de su ejemplo, de sus realizaciones y de la perdurabilidad de sus visiones, propósitos y grandes ejecutorias. El cuidadoso trabajo del constitucionalista Marino Tadeo Henao muestra los valiosos legados que nos ha dejado el presidente Virgilio Barco y el perfil de un dirigente político excepcional:
Habría que mencionar su actitud independiente, a lo largo de su vida. De familia conservadora, Barco es liberal, no de la línea oficialista, sino de la de Gaitán. Así como su condición de cucuteño, y no de oligarca bogotano. Independencia también en la relación con expresidentes como Alberto Lleras, que lo designó ministro de Obras Públicas, Carlos Lleras Restrepo y Alfonso López Michelsen, quien dijo: “Tuvo carácter, algo que con frecuencia en este país se confunde con el mal carácter”. Discreta, pero de peso, fue la influencia de Julio César Turbay. Otro ejemplo de esa actitud fue su relación con las maquinarias electorales con las que contó para llegar a la presidencia, pero bien pronto estableció límites. Escogió sus ministros con libertad y designó personas que le garantizaran un comportamiento independiente. Así explico mi nombramiento como ministro de Gobierno. Fui el primer sorprendido.
El esquema gobierno-partidos de oposición era la superación de tres décadas del esquema del Frente Nacional que, de jure y de facto, Barco promovió y defendió. Un formidable gesto de independencia con su propio pasado político y con la cultura política predominante. Era buscar la forma más difícil de gobernar. Barco vio con claridad que el sectarismo era algo del pasado y que era hora de recuperar el juego democrático. Mantuvo el esquema pero ello no fue obstáculo para hacer pedagogía sobre el Gobierno y el debido respeto a la oposición, fuera la que fuera. Propició consensos que llevaron al plebiscito y a la Asamblea Constituyente. El sentido de la responsabilidad política en materia grave permitió una continuidad entre las istraciones Barco y Gaviria.
La relación con los medios de comunicación no fue bien valorada. Otro ejemplo de su compromiso con la independencia. El propio Barco lo precisó: “Las relaciones del Gobierno con los medios no han sido frías y distantes, sino respetuosas de la independencia que debe tener un periodista en una democracia pluralista”.
El periodista Leopoldo Villar Borda describe: “La antipatía de los medios de comunicación hacia el Gobierno y, específicamente, hacia el presidente Barco causó varios efectos perversos que excedieron el ámbito mediático. Uno de ellos fue el de convertir al secretario general de la Presidencia, Germán Montoya, en uno de los blancos predilectos del narcoterrorismo, al crear la impresión de que en él –y no en el presidente– residía el poder decisorio del Gobierno”.
Estuche de lujo que Villegas Editores pone en librerías.

Estuche de lujo que Villegas Editores pone en librerías. Foto:Archivo particular

En forma paralela con la imagen de un mandatario ausente e incapaz, los medios construyeron la de un secretario general que hacía y deshacía en Palacio sin consultar a su jefe. Para quienes sabían fue claro que había un acuerdo entre ellos como parte de la organización de su despacho, para que Montoya se ocupara de asuntos rutinarios, y así el presidente no fuera distraído de los grandes problemas que exigían su toda su atención. Barco, en ocasiones, se mostraba perplejo y comentaba: “Si ellos me conocen... ¿cómo pueden decir esas cosas?”.
Por haber sido embajador en Washington y miembro del Banco Mundial, no pocos consideraron que sería y dócil frente a las políticas de estos. Dos testimonios nos revelan la independencia con que afrontó las políticas: Luis F. Alarcón recalca que “...pese a la coincidencia en ciertos aspectos fundamentales, la apertura se inició a pesar del Banco Mundial y no debido a su presión… (la apertura) se inició pese a los obstáculos impuestos por el Banco que valoraba negativamente el enfoque gradual...”.
La idea del progreso social estuvo siempre presente. Pero al mismo tiempo, creo que le dio su propio significado a la noción del New Deal de Franklin D. Roosevelt. O sea, ¡un nuevo trato, una manera diferente de hacer las cosas, otra forma de gobernar, otro estilo de construir un futuro diferente! Y eso fue lo que hizo Barco: en sectores claves barajó de nuevo. ¿Se puede imaginar mayor redistribución del poder el proceso que llevó a una nueva Constitución? ¿Y el esquema Gobierno-partidos de oposición acaso no redistribuía las cargas de la vida política? ¿Y los pasos que se dieron para la apertura económica? ¿El programa de erradicación de la pobreza absoluta? Todo un nuevo escenario para los más vulnerables. Sólo la convicción y el compromiso del hacedor, impaciente pero cuidadoso en el diseño de los caminos a tomar. Impaciente pero calculador, previsor y atento a las barreras que podrían frustrar sus propósitos. Idealista pero sin vanas ilusiones. Dispuesto a correr riesgos y a sufrir contratiempos sin dejarse tentar por los halagos de la popularidad. Sabía que el éxito lo daría la claridad de sus propósitos, la firmeza de sus decisiones y la contribución de un equipo leal, empoderado para cumplir con la tarea encomendada. Barco, de alguna manera un privilegiado, se preocupaba y muy sinceramente por los pobres.
En las relaciones internacionales, Colombia asumió actitudes divergentes de las de la mayoría del Consejo de seguridad de la ONU. Otro episodio fue la fuerte controversia en el Consejo Permanente de la OEA, por la salida de la cárcel de uno de los más conocidos capos de las drogas ilícitas. El presidente Barco dio precisas instrucciones al embajador Lemos que produjeron una resolución conjunta de Estados Unidos y Colombia.
El presidente Barco proyectaba su independencia en las expectativas que abrigaba hacia sus colaboradores: dedicación, experticia y, claro está, independencia. Lo esencial era realizar la tarea encomendada sin distracciones. Buscaba darles juego a sus jóvenes colaboradores. Por eso podía delegar en ellos enormes responsabilidades. Una vez que sabía de su formación y de sus cualidades éticas, simplemente los convocaba, les exigía, los dirigía, pero dejándoles un amplio margen de libertad.
Barco, siempre consciente de lo posible, siempre prudente, no temía la audacia cuando las circunstancias lo reclamaban. ¿Qué tal el esquema Gobierno-partidos de oposición, o el acuerdo de paz con el M-19 o la reforma constitucional mediante una Asamblea Constituyente, o el gradualismo para la apertura económica en contravía de altos directivos del Banco Mundial o la guerra que declaró contra las drogas ilícitas o la escogencia de sus ministros y así de tantas decisiones y eventos?
Era muy cuidadoso con sus textos, que corregía una y otra vez. Con la ayuda de Sylvia Moscovich de Vasco les añadía lo que llamaba “anotación musical”. Por la pronunciación de esos discursos era impecable, pese a que no se le reconocía como gran orador. Su discurso en la Asamblea Especial de la ONU en Nueva York es considerado uno de los mejor pronunciados en el recinto. La priorización de su tiempo era clave. Lo importante desbancaba todo lo demás. No obstante su tenacidad hay que subrayar su flexibilidad, su capacidad para adaptarse a una nueva situación. Como en su agenda, en su mente había espacio para lo inesperado.
¿Cómo fue que el presidente Barco dejó tantos legados de gran significación? Siempre ordenaba estudios previos y siempre priorizaba. Trabajar por trabajar no era su estilo. Sus grandes realizaciones son de vieja data, o porque las concibió con años de anticipación a su realización o porque las intentó y no lo consiguió. En los temas de política social insistió con obstinación en impulsar políticas entonces miradas con escepticismo, pero que hoy se reconocen como visionarias: la alianza con los pueblos indígenas para proteger la Amazonía, la erradicación de la pobreza absoluta como meta y la promoción de una democracia participativa, principio fundamental en la Constitución de 1991.
¿Quién habría podido imaginar el 7 de agosto de 1986 que, sin que estuviera en su plataforma de gobierno, iba a dar los pasos fundamentales para sustituir la Constitución de 1886? ¿Que tendría que dedicar mucha energía a combatir la brutal amenaza de los narcotraficantes? Con razón el profesor Deas subtituló su estudio así: “Vida y sucesos de un presidente crucial, y del violento mundo que enfrentó”. Un gobernante respetuoso del trabajo de sus antecesores. Creía en la continuidad. Y así ocurrió cuando César Gaviria lo sucedió en la presidencia.
Duras críticas afirmaron que su gobierno no había política de paz. Todo lo contrario. El proceso se institucionalizó, el cese del fuego se mantuvo, el trato con la UP fue respetuoso, y logró el primer Acuerdo de Paz, después del Frente Nacional. El M-19 y otros grupos se incorporaron en su gobierno o en el del Gaviria. No fue poca cosa que el proceso se mantuviera después del asesinato de Carlos Pizarro y que Navarro Wolff fuera luego uno de los tres presidentes de la Asamblea Constituyente. Aunque anticlerical, fue el alcalde que preparó a Bogotá para el Congreso Eucarístico, nombró como capellán de palacio a un franciscano y visitó a Juan Pablo II.
Por fin, después de varias décadas, se le rinde merecido homenaje a un dirigente que debe servir de ejemplo desde concejales hasta presidentes. Es la exaltación de un ciudadano que vio en el servicio público su verdadera vocación y en la materialización de su indeclinable compromiso con el bienestar general.
Malcolm Deas respondió así su propio interrogante sobre cómo calificaría la persona de Virgilio Barco: “En una palabra, y en el pleno sentido de esa palabra, irable”.
FERNANDO CEPEDA ULLOA*
ESPECIAL PARA EL TIEMPO
*CORTESÍA VILLEGAS EDITORES

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