Cuando el vecindario llegó al patio, la vieron con los huesos hechos añicos, ensangrentada y crucificada en uno de los gajos del árbol, mientras una mujer la remataba a pedradas. Muchos de los curiosos sintieron paz en sus almas y debieron pensar que sus penalidades llegaban a su fin: habían cazado a una “bruja”. Los demás y las autoridades que llegaron al lugar lo que vieron fue algo muy distinto: una lechuza.
Esto sucedió en El Banco, Magdalena, en la primera semana de octubre del año pasado, y que se sepa, por lo menos públicamente, se trató de la última “bruja” lapidada en nuestro país. Aunque lo cierto es que estas aves no representan peligro alguno, y mucho menos atribuirles el sambenito de agentes del maligno.
Pues bien, este caso, sumado a la fiesta que se celebra en estos días de brujitas y brujotes (porque ya los adultos se colaron en esta) recuerda de alguna manera la época siniestra cuando la Inquisición abrió la esclusa para que saliera el torrente de una cacería de mujeres acusadas de haber hecho pactos diabólicos. Un libro fue el reflejo de ese capítulo tenebroso de la historia del mundo inspirado, entre otras ‘razones’, por la misoginia: el Malleus maleficarum. O El martillo de las brujas.
“No creer en brujas es la mayor de las herejías”. Así, sin mayores misterios (para estar a tono con el tema) es la esencia de este libro (1486) escrito por los inquisidores dominicos Heinrich Kramer y Jakob Sprenger, en obediencia a la bula papal de Inocencio VIII Summis desiderantes affectibus (1448), que instó a investigar y perseguir brujas.
Palabra esta que ‘legalizó’ el jurista francés Jean Bodin (1529-69) así: “Alguien que conociendo la ley de Dios trata de hacer algo mediante un pacto con el diablo”. Desde un principio fue lo que se llama hoy un best seller: según afirman algunos investigadores, se hicieron más de 64 ediciones en latín, francés, español, italiano, alemán e inglés. Un éxito de marketing, afirmarían hoy.
El libro es ni más ni menos que un tratado sobre cómo torcerles el pescuezo (frase muy apropiada para el caso) a las normas, escritas o no, para convertirlas en un inclemente patíbulo. Aunque leído por estos años lo que provoca es risa, muy justa para no aguar la fiesta de Halloween. Sin embargo, hay que empezar por las torturas:
El Malleus maleficarum tiene tres partes en las que, en resumen, se refieren al alejamiento de la fe, las prácticas perversas de las brujas y la manera, para los inquisidores, de descubrir, examinar, encontrar, interrogar y, sobre todo, torturar a la supuesta bruja. Es impresionante, por lo actual, el sistema de interrogatorio del libro: preguntas desconcertantes para confundir a la acusada, intimidación con terribles castigos para quebrarles la moral, promesas, a manera de recompensas, para quien las delatara.
A estos ‘voluntarios’ se les mantenía en secreto su identidad, lo que desató una oleada de falsas acusaciones contra gente común y corriente por parte de envidiosos o por lo que conocemos hoy como falsos testigos. Además, a las acusadas se les incautaban sus bienes (extinción de dominio, en la terminología actual).
Pero lo más ignominioso eran las torturas: el potro, se le amarraban las extremidades en una especie de mesa. Luego las estiraban hasta lo imposible mientras con un mazo les golpeaban piernas y brazos hasta fracturarles los huesos. Claro, confesaban todo lo que los torturadores querían que confesaran. La garruncha, un mecanismo para elevarlas y dejarlas caer con la misma intención de fracturarlas. Y el acto final: la hoguera. Esto explica por qué en esos años las acusadas y ejecutadas llegaron, según cálculos muy conservadores, a casi cien mil.
El libro es ni más ni menos que un tratado sobre cómo torcerles el pescuezo (frase muy apropiada para el caso) a las normas, escritas o no, para convertirlas en un inclemente patíbulo
¿Y por qué brujas y no brujos?, aunque hubo uno que otro. Los estudiosos identifican varias causas. Pero quizás la más contundente haya sido el atisbo de importancia que empezó a tener la mujer en un mundo dominado por el hombre a través de la Iglesia de entonces y del Estado. Ella, como partera, conoció los poderes curativos de algunas hierbas y así se convirtió en consejera de enfermos y desdichados. Lo que la acercaba a la línea que separa la vida de la muerte. Algo inisible para los varones, y mucho más para un clero afectado hasta la médula por la misoginia. Eva fue la culpable de la expulsión del paraíso.
Entonces se echó mano a todos los artificios posibles para ‘satanizar’ a la mujer. El libro es el sumun de estos artificios, cuyos autores, estos sí a la manera de verdaderos magos, sacaron del sombrero y de forma indiscriminada cuanta sentencia, juicio y frase hallaron en contra de la mujer, dándoles una interpretación a su amaño y siempre victimizándola hasta lo inimaginable. Claro, citando como fuente a santos, filósofos, al Antiguo Testamento y a “experiencias” de los hombres. Espantémonos, otra vez valga la expresión, con algunos ejemplos:
“¿Qué otra cosa es una mujer sino un enemigo de la amistad, un castigo inevitable, un mal necesario, tentación natural, calamidad deseable, peligro doméstico, deleitable detrimento, mal de la naturaleza, pintado con alegres colores? Por tanto, es en verdad una tortura necesaria”.
¿Por qué más brujas que brujos? Sigamos espantándonos: “Son más crédulas, y como el principal objetivo del demonio es corromper la fe, prefiere atacarlas a ellas. Segunda razón: por naturaleza las mujeres son más impresionables y más prontas a recibir la influencia de un espíritu desencarnado. Tercera razón: tienen una lengua móvil, incapaz de ocultar a sus congéneres lo que conocen por malas artes”.
Con perdón de la Iglesia, este ‘rosario’ de atropellos contra las mujeres no se para en pelillos: “También tienen memoria débil y en ellas es un vicio natural no ser disciplinadas para lo que les corresponde hacer”. Y hasta su misma voz no escapa del libro: “Pues como son embusteras por naturaleza, así también en su habla hieren mientras nos deleitan. Atraen a los hombres y los matan, consumiendo sus fuerzas y haciéndolos abandonar a Dios”. Párrafo que rematan Kramer y Sprenger con una frase más propia para un bolero que para llevar a una mujer a la hoguera: “Cuando hablan es un deleite que aroma el pecado”. Pero este sí es, como diría precisamente una señora, la ‘mata’ de las injurias: “Hubo un defecto en la formación de la primera mujer. Fue formada de una costilla curva, la del pecho, encorvada en dirección contraria a la del hombre. Y debido a este defecto es un animal imperfecto que siempre engaña”. ¡Qué tal!, como también dirá una dama de estos tiempos. Y sobre su sexualidad, llega al colmo: “Toda brujería proviene del apetito sexual, que en las mujeres es insaciable. Por eso, para satisfacerlo, se unen en o carnal hasta con el demonio”.
Lo anterior parece chiste. Pero no; aunque el lenguaje de los autores del libro mueve a lacarcajada, la verdad es que tiñó de sangre esos siglos bien calificados de oscurantismo.
Ahora la pregunta es: ¿y estas brujas qué hacían? El libro tiene la palabra: “Engullen y devoran niños y cuando no, los matan y se los entregan al demonio. Provocan tormentas, tempestades, esterilizan personas y animales. También lanzan niños al agua delante de los ojos de los padres sin que nadie lo note. Pueden emprender vuelo, bien corporalmente o en contrafigura, y trasladarse así por los aires desde un lugar a otro. Son capaces de embrujar a los jueces y presidentes de tribunales para conseguir con hechizos un inviolable silencio propio y de otros acusados en la cámara del tormento.
“Saben infundir en el corazón y en la mano de quienes se disponen a descubrirlas una angustia paralizante. Saben concitar los poderes infernales para provocar la impotencia en los matrimonios o tornarlos infecundos o causar abortos o desaparecerles a los hombres el miembro viril”.
Y conchudamente se afirma que todo tiempo pasado fue mejor. Vaya vaya.
La síntesis de todo lo anterior la señala el mismo Malleus maleficarum: “La hembra es más amarga que la muerte”. Leer hoy este libro, de unas 250.000 palabras, causa risa y pavor. Este ejemplo es suficiente: “Para identificar a una bruja se lanza a un río. Si flota, no es bruja”. Simple, si no fuera porque la mujer llevaba atado al cuerpo ¡un lastre de piedra!
Y ahora viene algo de humor. En cuanto a testimonios de personas embrujadas, el Malleus es una enciclopedia del chiste. Sus autores, en casi todos los casos, no identifican a quienes narraron la “experiencia”, pero en todos los caso aseguran que “son personas de buena fe y reconocidas por su honorabilidad”. Veamos este par de perlas (negras, para el caso), y no es broma, de lo que ahora se conoce como noticias falsas:
“Cierto padre llamado Helias, movido por la piedad, buscó 30 mujeres y se fue con ellas a un monasterio. A los dos años lo agarró la tentación de la carne y huyó con ellas. Más tarde se arrepintió y cuando oraba pidiendo perdón se le aparecieron tres ángeles, a los que enteró de su tragedia. Ni cortos ni perezosos, uno lo agarró de los pies, otro de los brazos y el tercero le cortó con un cuchillo los testículos. Quedas libre de la tentación”, le dijeron.
Leer hoy este libro, de unas 250.000 palabras, causa risa y pavor
No faltará el maledicente que asegure que no fueron ángeles, sino familiares de algunas de las muchachas. Y este para finalizar: “Cierto hombre dice que cuando perdió su miembro se acercó a una conocida bruja para pedirle que se lo devolviera. Ella le dijo que se trepase a cierto árbol, y que podía tomar el que le agradara de su nido, en el cual había varios . Pues, como se sabe, las brujas acostumbran a reunir varios viriles en nidos, donde se mueven como vivos y les dan avena y trigo. Allí había 30, y cuando trató de tomar uno grande, la bruja le dijo: ‘No debes tomar ese’. El lesionado le preguntó: ‘¿Y por qué no?’. Y ella le respondió: ‘¡Es que ya le pertenece al cura de la parroquia!’ ”.
RENÉ PÉREZ
Para EL TIEMPO
* Crónica basada en una nota del mismo autor publicada en ‘Lecturas fin de semana’, de EL TIEMPO, y en el libro ‘Malleus maleficarum’.