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'Tenemos que reconquistar la ficción': María del Mar Ramón
La escritora, invitada al Hay Festival de Cartagena, habla de su novela 'La manada'.
María del Mar Ramón, escritora colombiana. Foto: Coresía Jimena Cortés
Un golpe de juventud rompe la vida en dos. Aislados entre los muros de la opulencia y con la certeza de la impunidad que les conceden el estatus y el dinero, Hache, el Mono, Sánchez, Kiko y el Negro presumen de ser los mejores mediante los abusos y el uso de la fuerza, se enredan a puñetazos y llegan a perpetrar un homicidio. Son adolescentes que operan como fieras desbocadas en 'La manada' (Planeta), una historia que María del Mar Ramón narra con exquisita maestría.
En su segundo libro la escritora colombiana retrata una ciudad que los protagonistas deciden ignorar desde su mundo ilusorio. De esa vida real urbana, privatizada y artificiosa, y que en ocasiones se convierte en el germen de diversas violencias, Ramón revela sin maniqueísmos ni juicios moralizantes la manera en que van escalando los actos de esos cinco jóvenes, hostiles y ciegos ante la vida que transcurre a su alrededor.
En un interesante ejercicio político y afectivo, como ella misma lo señala, 'La manada' pone frente a los lectores una serie de realidades incómodas y preguntas sobre la impunidad, la familia y los privilegios, descubriendo algunos miedos sobre la crianza, la perversidad de los secretos familiares y los excesos que permite el poder en nuestro país.
En la actualidad, Ramón está trabajando en la adaptación audiovisual de esta novela.
En La manada es clave el ir y venir entre el pasado y el presente. ¿Cómo manejó el tiempo en ese sentido?
En la escritura de una novela es fundamental valerse de toda la teoría y la práctica, pero en La manada desarrollé un ejercicio más intuitivo. Yo quería que para la historia, para la trama y para el ritmo se entregara un contexto, y la mejor manera de hacerlo era construyendo las imágenes que van y vienen alrededor de eso. Quería armar toda esa complejidad del mundo que habían habitado los personajes, aunque sin yo arrojar las conclusiones morales sobre ellos. Cuando construí esta novela fui muy ambiciosa; tenía la intención de contar y de arrojar casi que una gran hipótesis sobre la violencia. Sentí que la mejor manera de hacerlo era narrar los otros mundos que rodeaban a los personajes, que nos hablaran de otras historias que también me interesaba incluir en ese universo. Esa decisión fue muy intuitiva y, al mismo tiempo, funcional a mi ambición narrativa. Tuve que tomar decisiones sobre lo que pasaba en el presente de ellos y lo que iba sucediendo en las historias paralelas. Las escenas en las que están ellos son tan angustiantes y asfixiantes también lo eran para mí como autora que sentí la necesidad de hacer un juego con los lectores y con la escritura que le diera un poco de aire a ese universo tan claustrofóbico.
¿Cómo definiría el género de La manada? Hay recursos de la novela policiaca, algunos aires de biografía, un fuerte componente de thriller…
… Y una intención casi etnográfica. A mí me gusta mucho leer cosas que no tienen nada que ver con lo que estoy escribiendo, pero hubo un momento en el que pensé que lo único que podía leer para darle esa carne de angustia al libro era Crimen y castigo. Para ese momento del crimen, cuando Hache se pregunta si lo hace o no, me apoyé en la capacidad de los rusos para manejar paletas tan complejas de emociones. Me gusta mucho el thriller y me interesaba que hubiera ese encuentro de géneros, con etnografías de las familias y la genealogía de las clases sociales colombianas combinadas con las tensiones del policiaco.
'La mandada', de María del Mar Ramón. Foto:archivo particular
Es que cometer un error garrafal no es tan difícil…
Ellos son adolescentes y me gustó mucho la narración de las angustias que se viven en esa etapa porque ellos cometen un crimen gravísimo el más grave según el código penal siendo aún adolescentes. La línea entre un error y que de verdad se te vaya la mano, es muy tenue. Cuando empecé a escribir, para mí ellos eran los enemigos totales, pero a medida que fui avanzando en la creación de la historia, dije: no es tan difícil matar a alguien. Lo que se construye en la novela es un ambiente tan nocivo que uno todo el tiempo cree que ellos van a matar a alguien, porque el límite es tan difuso entre una cosa y otra… Creo que es un tema de masculinidad: ellos están dispuestos a cualquier cosa y uno termina sintiendo mucha compasión y pesar. Yo no quería tomar esa decisión por el lector, pero me divierte mucho pensar que mis lectoras y lectores terminarían sintiendo muchísima empatía por un asesino y un violador. Las escenas de la violación y del asesinato son contundentes, pero uno no quiere que le pase nada y puede comprender el contexto sin exculparlo. Para mí ese era el ejercicio más interesante a nivel político y a nivel afectivo. En esa época yo venía de un proceso militante mucho más rígido, y la literatura permitió esto, conmoverme, ver matices y entender que la maldad y la bondad son cuestiones mucho más aleatorias de lo que creemos y de lo que queremos creer.
Resulta muy llamativo el lugar de la madre y su lucha por la impunidad frente al crimen, que termina siendo un reflejo de cómo funcionan las sociedades.
Ahí veo dos vertientes. Primero, por la forma como está constituida la sociedad, la paternidad para los hombres es mucho más selectiva: ellos pueden irse y dejar a una mujer con su hijo. Ellas, en cambio, están impedidas moralmente para hacer eso y están obligadas, por la forma en que la sociedad arma la maternidad, a quedarse ahí. Eso me parece de una crueldad tremenda con las madres, y me interesaba que esa fuera la perspectiva alrededor de ellas. También me interesaba mostrar que la maldad es aleatoria. Necesitamos creer que podemos controlar el destino de las personas a las que criamos y que realmente todo depende de las familias, pero los estímulos que reciben y las formas en que arman sus criterios, sus límites y su moralidad son aleatorios y muy difíciles de rastrear. Creemos sobre todo las clases medias altas y aquellas donde están tan presentes las cuestiones religiosas que tenemos bajo control una cantidad de cosas, pero no es así. Ese es uno de los grandes temores con los que juega la novela: ¿qué pasa si un hijo mío se convierte en asesino? Ella no puede negarlo porque es la mamá y hay algo socialmente muy fuerte en esa figura.
Me gustaría saberlo. Tengo algunas intuiciones al respecto, y una de las más consistentes es que el mundo que habitamos tiene que ser más diverso. Hay que dejar de crear espacios donde todas las personas se vean iguales. Deberíamos estar socializadas en espacios y universos de clase, etnicidad, género, orientación sexual mucho más diversos. ¿Dónde se encuentran estos muchachos con gente que no se ve como ellos? Eso fomenta esa defensa a ultranza del statu quo, que en este caso es de clase y de su condición de hombres. En el momento en que se juntan todos esos espacios de las mujeres, las identidades trans, las personas de otras clases sociales y de otras ascendencias, el aire se vuelve un poco más liviano, y ese puede ser un gran punto de partida. Entre más diversa sea la vida que vemos, podremos construir narrativas del mundo en el que todos tenemos derechos y a lo mismo. Eso es fundamental.
María del Mar Ramón, escritora colombiana. Foto:Coresía Jimena Cortés
El habitante de calle, que es un testigo, dice que para él no hay futuro, pero que para estos chicos sí lo hay porque tienen dinero para torcer las leyes. ¿Qué puede hacer la literatura para discutir estos temas?
Este país es terriblemente excluyente y privatizador, y el futuro está empeñado a unos costos altísimos. Lo que deberían ser derechos realmente son privilegios privados. Hay una necesidad urgente de una apertura porque no hay una idea de derecho más básico que imaginarse un futuro, poder hacer algo colectivo y popular. Este momento es particularmente esperanzador, pues hay unas lógicas de representación y un proyecto político y de país que buscan que la mayor cantidad de gente en la sociedad colombiana pueda imaginarse el futuro. A mí me gusta mucho la palabra imaginación para pensar esto: la idea de construir un mundo viendo más allá de lo material aquí y ahora también es algo a lo que solo han tenido las clases altas. Creo que el empobrecimiento, la exclusión y la violencia que implica eso con las clases más vulneradas empieza por haber castrado la oportunidad de imaginar otros mundos.
¿Qué tanto hay de ficción y de realidad en esta novela?
Yo sentía que tenía que hacer una declaración política explícita y que debía explicarles a las lectoras y lectores que esa historia estaba dentro de la ficción, pero que yo realmente no estaba avalando lo que ellos hacían. Yo puedo escribir lo que quiera dentro de la ficción; no tengo que bajar una línea política y no hay temas censurados. Creo que también estamos un poco aleccionadas por la idea de que ya no debemos leer Lolita de Nabokov. ¡Pues sí tenemos que leerla! Tenemos que hacer una lectura desde el presente porque el libro es buenísimo y no es tarea de la ficción decir qué está bien y qué está mal, ni es su función educar ni hacer estas declaraciones políticas. La ficción es un espacio de libertad y de imaginación donde tampoco hay por qué subestimar a los lectores. Yo no puedo decirles: sobre esto tienes que pensar esto, está mal lo que ellos hicieron, o escribir lo políticamente correcto. Tenemos que reconquistar la ficción, y quienes tenemos posturas políticas que hacemos públicas y explícitas no debemos dejarnos retrotraer por la no ficción y por la coyuntura para satisfacer siempre la discusión social, porque nos va a faltar ese reducto de libertad que es la literatura. La literatura es para otra cosa. A mí me gusta y me alegra cada vez que dicen que la novela es necesaria, pero yo no quiero escribir cosas necesarias; quiero escribir cosas bellas.
¿Cuál es el futuro de La manada?
En este momento estoy trabajando en la adaptación audiovisual de la novela. Se va a producir una serie con un canal extranjero. Creo que va a ser muy potente verla en la pantalla.