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‘Tuve que imaginarme cómo sería perder las palabras’: María Gómez Lara
La poeta bogotana habla de su libro 'El lugar de las palabras', fruto de un incidente de salud.
María Gómez Lara (Bogotá, 1986) está terminando la tesis de su doctorado de Poesía Latinoamericana de la Universidad de Harvard (EE. UU.). Foto: Nestor Gómez/EL TIEMPO
“Yo me he pasado toda la vida escribiendo sobre los huecos. Sobre el vacío; los vacíos metafóricos o emocionales. Y de repente me queda este vacío literal, adentro de la cabeza”. La poeta María Gómez Lara se refiere al espacio que quedó en su cerebro, luego de que le extrajeron un pequeño tumor en forma de corazón en el año 2017. Un incidente, sin duda, impactante para cualquier ser humano, que ella supo exorcizar a través de la tabla de salvación que siempre la ha acompañado: la poesía.
“Es el sonido de la piel cerrándose supongo / la cicatriz cosiéndose / los diecinueve puntos de metal / o tal vez algo más profundo / algo que craquea desde los huesos / las placas tectónicas de mi cerebro / juntándose otra vez / después del terremoto / reacomodándose / (…) conexiones nuevas para el vacío...”.
Estos versos hacen parte del poema Ese sonido, del libro El lugar de las palabras, que Gómezacaba de publicar en la prestigiosa colección La Cruz del Sur, del sello español Pre-Textos. Ese texto fue el primer poema que la autora escribió luego de la cirugía. “Algo que no sabía, cuando lo escribí, es que el vacío que queda en el cerebro nunca se llena”, explica la también ganadora del Premio Internacional de Poesía Fundación Loewe a la Creación Joven en 2014 con el libro Contratono (Visor).
Gómez es autora también del poemario Después de horizonte (2012). Sus poemas han sido traducidos al italiano, al inglés y al árabe. Tiene una maestría en Escritura Creativa de la Universidad de Nueva York y otra en Literatura y Lenguas Romances de Harvard.
Ahora tuvo que suspender por un tiempo la cátedra universitaria para finalizar su tesis de candidatura a doctorado en Poesía Latinoamericana de esa misma universidad estadounidense. Rodeada de centenares de libros en su apartamento de Bogotá, y con la divertida compañía de su perra Bianca, Gómez le compartió a este diario, de manera virtual, detalles de su nuevo libro.
Usted comenta que toca el mundo con las palabras y la voz...
El título del libro, si no fuera literal, podría ser el de cualquier poemario: en la poesía lo que nos preocupa es el lugar de las palabras. Sin embargo, en este caso, me refiero al lugar físico del cerebro donde está el lenguaje. La anécdota que origina el libro es que tuve un tumor cerebral en un lugar relativamente cercano al lenguaje. No tan cercano, claro, porque conservé las palabras intactas. La operación salió muy bien y ya pasó todo. Lo que sí sigue vigente es la posibilidad de tocar el mundo con la voz, con las palabras. Antes, yo pensaba en las palabras como la herramienta para nombrar las pérdidas, para convertir las heridas en cicatrices. Y en este libro, en cambio, tuve que imaginarme cómo sería perder las palabras, cómo nombraría esa herida. De hecho, un poema se llama Nombrar una herida en las palabras. Entonces, lo que quedó es esa sensación de que las palabras son algo táctil, material, frágil, pero no solo por los límites de lo que alcanza a decirse, sino también por esa fragilidad de ser cuerpo, de poder enfermarse, de romperse.
¿Cómo fue poetizar el cerebro y esta experiencia tan compleja?
Empecé a escribir esos poemas desde el primer diagnóstico: llegué a mi casa a escribir. Pero eso no se debe a lo complejo de esa experiencia: yo siempre estoy escribiendo, es algo que no puedo evitar. Y da la casualidad de que esta vez fue sobre ese tema. Sin embargo, lo fundamental en este libro no es la enfermedad sino su transformación en poesía. Además, creo que el gran protagonista de este texto es el lenguaje, el lenguaje en cuanto cuerpo; y también la fragilidad de las palabras; y de la vida. La fragilidad que nos hace humanos. Y la fragilidad que, paradójicamente, es justamente donde creo que está la fortaleza.
El libro es de la Editorial Pre-Textos Foto:Archivo particular
Manuel Borrás, su editor, definió el libro como un gran poema. ¿Cómo está estructurada la obra?
Manuel, que es un estupendo lector de poesía, dice que ese libro es un poema largo en varias partes. Y tiene razón, en el sentido en que es un libro armado como un conjunto: es un libro con continuidad, en donde los poemas dialogan entre ellos. La estructura la pensé mucho. El trabajo de edición, además de quitar la mayoría de los poemas, consistió en hacer varias versiones del orden. Hice unas treinta hasta llegar a la definitiva. La estructura es más o menos cronológica (no por la escritura de los poemas, sino por el hilo de la historia que articula el libro). El poemario está dividido en cuatro partes: Para cubrirme la voz, Nombrar una herida en las palabras, Lo que pase cuando corten mi materia y Cómo me cosí esa cicatriz.
El poema que da la bienvenida al lector se titula Mi primer poema cardiocéntrico...
La historia de ese poema es que en la presentación de mi libro anterior, Contratono, Darío Jaramillo Agudelo dijo, como un elogio, que la palabra ‘corazón’ no aparece nunca en mi poesía, que mis poemas nombran la ruptura desde las partes duras, desde los huesos. Entonces, como mi tumor tenía forma de corazón, empecé a escribir poemas cardiocéntricos, a usar la palabra ‘corazón’, por supuesto, en un contexto distinto al que Darío se refería. Y ese poema fue el primero que escribí. El título tiene algo de ironía, pues creo que, para escribir poesía sobre una cosa así, hay que ser capaz de tomar distancia, incluso de tener cierto humor: es estar al mismo tiempo muy adentro y al menos un poco afuera del propio cuerpo.
¿Cómo así que el cerebro no duele?
Hay un poema en el libro que justo se llama así y parte de una cosa que aprendí, y es que el cerebro es el órgano que procesa las señales del dolor que vienen del resto del cuerpo, pero no de sí mismo, pues no tiene receptores de dolor. De todas maneras, lo que hice fue partir de ese dato científico para darle una dimensión poética, para crear una metáfora más amplia de la enfermedad, del dolor de la conciencia, del miedo a la muerte, de la fragilidad de la condición humana.
“Mientras uno tiene miedo a la muerte el resto de la vida no desaparece”, dice. Varios poemas aluden al miedo también...
Así como este libro es en gran medida un libro sobre el lenguaje, también es un libro sobre el miedo, el miedo a la muerte, que convive con otros matices del miedo. Creo que el miedo y el dolor son las emociones más humanas, las más instintivas, también las más profundas y las más intransferibles. Pero en este libro tenía que encontrar una manera de lidiar con las dos, que fuera comunicable, que pudiera conectar a quien lea, no solo con mi miedo o mi dolor, sino sobre todo que fuera más allá, hasta también tender un puente con lo propio, con lo humano, y creo que eso solo es posible gracias a la transformación que ocurre en el lenguaje. Y es que la vida es caótica y a veces las jerarquías de los miedos se confunden. Mientras uno tiene miedo a la muerte la vida no se detiene: igual hay que lavar los platos, dar clase, olvidar un desamor. Y a veces es más fácil enfrentarse a los miedos cotidianos que a los trascendentales; a veces se esconden uno detrás de otro, o se confunden. La verosimilitud de estos poemas (al menos la que buscaba) está en que no ponen la experiencia del miedo a la muerte como algo unívoco que borra todo lo demás porque, al menos desde mi punto de vista, no es así. La vida tiene muchas capas, muchas posibles lecturas, y creo que los poemas también deberían tenerlas.
Suma una nueva cicatriz en su vida. ¿Qué aprendió del cerebro?
Aprendí muchas cosas; pero creo que la más importante es que la división entre cuerpo y mente no existe. Nuestra conciencia es cuerpo. Nuestro lenguaje es cuerpo: está en un lugar físico que puede dañarse, que es frágil porque está hecho de materia. Y, claro, yo sí creo que somos nuestras heridas y sobre todo somos nuestras cicatrices. Me gusta la imagen de la cicatriz porque condensa lo que sostiene mi poesía: la fuerza en la fragilidad. Somos frágiles porque tenemos una piel que puede abrirse, que puede romperse. Y eso, de alguna manera, también nos hace fuertes: porque la piel sabe cerrarse, porque las heridas cicatrizan.
El libro cierra con un tributo a Frida Kahlo ¿Por qué?
Hasta el último momento estuve dudando si quitar ese poema. Como te decía, en este libro es muy importante la unidad de conjunto, el hilo entre los poemas, pues de alguna manera es un libro que cuenta una historia. Entonces, ese poema, aparentemente sobre otro tema, podría no encajar. Es un homenaje a una obra de Frida Kahlo que se llama UNOS CUANTOS PIQUETITOS! Aparece una mujer herida, ensangrentada, y el título está dibujado en un letrero dentro del cuadro. Las palabras son las que contienen la ironía. La imagen, en cambio, es dolorosísima. La razón por la que decidí dejar el poema, y además cerrando el libro, es porque creo que es una poética, no sé si de lo que logré, pero sí de lo que me propuse hacer en ese libro, de las preocupaciones fundamentales que lo cimientan. Está, por un lado, la transformación del dolor (incluso el dolor del cuerpo) en arte, en mi caso, en poesía. Es la pregunta de qué hacer con el dolor para que sea comunicable. No puede ser el dolor mismo porque además de intransferible es insoportable para alguien más. Lo que nos llega es el dolor a través de la representación. Y ese problema de la representación, también, tiene que ver con otro tema del poema: la distancia entre la palabra y la imagen. Este libro, que está atravesado por el miedo a perder las palabras, reconoce también que las palabras nunca van a ser suficientes, que algo se les escapa (tal vez algo que, a veces, sí cabe en las imágenes). Pero, en todo caso, menos mal existen las palabras, por más limitadas que sean; menos mal podemos extenderlas encima de todo para que ocupen kilómetros. Este poema (y este libro) es, entonces, sobre la voz y su fragilidad. En mi caso, a diferencia de Frida y de la precisión con que dibuja las heridas, los matices de la sangre, los colores, yo sólo tenía palabras para nombrar el dolor. Y lo que intenté fue crear, a través de la voz (de la voz quebrada, de la voz frágil), esa perspectiva tan extraña que me parece necesaria para escribir sobre la enfermedad. Es una voz que está muy adentro del cuerpo, muy al fondo de su dolor. Y, a la vez, es una voz que mira desde afuera, incluso desde lejos. En últimas, en este libro habla una voz que no tiene más remedio que ser, al tiempo, su dolor y su ironía.
El poemario 'Contratono', María Gómez, fue traducido al portugués por el poeta Nuno Júdice bajo el título 'Nó de sombras'. (2015) Foto:Nestor Gómez/EL TIEMPO
'A un centímetro'*
(Para María Gatti
cuya cercanía cambia todo
y tantas veces me ha salvado por tanto)
dicen que tengo
las palabras
a un centímetro
no hay nada del lenguaje en el tumor
no está compometido
el lugar más cercano
en donde vimos algo
es a un centímetro
un centímetro es mucho en el cerebro
dice el médico
imagínate un kilómetro
imagínate una distancia larga
con la precisión de los aparatos es lejísimos
me imagino un centímetro
me imagino una regla
de esas que usaba para dibujar cuando era niña
me imagino la distancia que hay del uno al dos
diez milímetros
más o menos la longitud
de las huellas digitales de mi índice derecho
me imagino que las palabras son mis huellas digitales
y lo que sea que esté a un centímetro
es también mi voz
(¿qué parte de mi voz?
¿qué tono perdería?)
porque yo toco este mundo con las palabras
porque en las palabras estoy yo
¿o no?
¿no soy yo?
es algo a un centímetro que puede inflamarse
me van a rescatar del silencio con antiinflamatorios