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Poeta Camila Melo Parra invita a una noche de faros y espejos
La escritora colombiana está presentando en la Filbo su poemario 'La noche dice nunca.
Camila Melo Parra, poeta colombiana. Foto: cortesía Andrés Rincón
Tomado del poema “A propósito de la luna de espejos”
Pocas veces se puede tener en las manos un libro, y menos un poemario, que sea imagen de una época. A veces un libro solo se puede comprender con la distancia que da el tiempo.
Por eso, es una fortuna singular leer La noche dice nunca, de Camila Melo Parra (Sílaba, 2023), cincuenta poemas que recogen el espíritu de mi generación, que nos habla de la fugacidad en que vivimos, del placer, del dolor, de la soledad (de la solitud, diría Camila), del amor, del viaje, de la suspensión del cuerpo que, en el aire, por un segundo ni se eleva ni cae. Del vértigo de una noche o de un rato o de una vida.
Quizás por ello en la carátula se encuentre un faro, pues es un poemario que ilumina en un sentido romántico, ya que sirve para entender nuestra existencia y nuestro mundo; pero ese faro también habla de los temas del libro, pues en él se encuentra la oscuridad que oculta, pero en la que también nos develamos ante los cuerpos de los otros, y la luz sin la que el claroscuro sería imposible y que a su vez revela, como una linterna sorda que exagera la oscuridad fuera de su halo.
Un excelente ejemplo de esta imagen es “A propósito de la luna de espejos”, donde cada palabra es pensada para producir esa sensación de desenfreno, de carpe diem, pero que también esboza la probable nostalgia y el vacío por ese momento que jamás se repetirá. O estos versos de “Campo de guerra” que nos hablan de ese algo que nos resguarda (el amor, un momento, una persona), pero que a la vez simboliza la contingencia y las pequeñas treguas de la lucha cotidiana:
“En esta nuestra trinchera
nos veneramos
nos codiciamos
nos vencimos”.
'La noche dice nunca', de Camila Melo Parra, es publicada por Sílaba, 2023- Foto:archivo particular
En la poética de Camila Melo, cada sensación y cada vivencia llevan en sí mismas el germen de su contrario, como el yin y el yang: volvemos al claroscuro y a esas experiencias que tan dulces como amargas conforman nuestro habitar en el mundo como humanos. Quepa aclarar que el “habitar”, en este poemario, según mi interpretación, no se refiere tanto al “permanecer” sino al “saber estar” en cada espacio que la vida nos pone, lo que corresponde también con un cierto dejo nómada que se encuentra impregnado en la voz poética de La noche dice nunca.
Hay libros que, parafraseando aquel famoso aforismo de Brecht, son imprescindibles. Este lo es por revelarnos la tensión que sentimos entre vivir el presente y el presentimiento del vacío y de la nostalgia; por hablar de la herida que no cierra, la carne viva donde sentimos la existencia más que en ninguna otra parte y más que en ningún otro momento. Por dejarnos ver el desasosiego de sentirnos perdidos, la fortuna y el infortunio de encontrar un lugar donde anclar por un breve momento, y el carácter indeleble de aquellos momentos esplendorosos.
Pocas veces –y menos con la poesía– puede alguien tener en sus manos un libro del que pueda decir: yo lo podría haber escrito, lo siento (o lo he sentido) como mío. Y con La noche dice nunca nos pasa a menudo, pues su voz, plenamente original e íntima, nos atraviesa y nos llena con una sensación única de espejo, de faro y de lámpara.
Coda: Como editor, no puedo dejar de aplaudir el impecable trabajo de Lucía Donadío: en cada página se ve una mano que sopesa cada detalle, pero que a su vez deja fluir el texto. La sobriedad de la tapa es asombrosa, con un tono claro que permite el contraste de los demás elementos: el faro, el color que viene del lomo, el nombre de la autora; esa sobriedad también se encuentra en las páginas interiores y en los sutiles detalles de las ediciones de Sílaba (como el colofón, por ejemplo). Todo aquí es justo y equilibrado.