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Tony Aguilar, el charro que cantaba al galope

Hace 15 años falleció el actor y cantante que dejó 167 películas y más de 800 canciones grabadas.

De 167 películas que Aguilar protagonizó, 20 narran la vida de héroes de la Revolución mexicana y ocho giran en torno a los caballos.

De 167 películas que Aguilar protagonizó, 20 narran la vida de héroes de la Revolución mexicana y ocho giran en torno a los caballos. Foto: Archivo EL TIEMPO

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Criado a lomo de caballo, Antonio Aguilar llegó a ser el mejor jinete de los charros del cine mexicano.
Aguilar fue el único que nació y se crio en el campo, en una hacienda de 60.000 hectáreas de propiedad de sus antepasados, en Villanueva, Zacatecas, donde el 17 de mayo de 1919 vino al mundo, con el pomposo nombre de Pascual Antonio Aguilar Barraza: “...nací a caballo, nosotros somos descendientes de familia ‘de a caballo’ ”.
Poco después, “nos vimos obligados a ir a Aguascalientes. Había 12.000 cabezas de ganado, 200.000 chivas, 11.000 caballos y todo se lo acabaron”, les dijo a los periodistas Jesús Flores Escalante y Adelfo Fernández, con ocasión del homenaje que le tributaron Discos Musart y la revista Somos en el 2000, por sus 50 años de trayectoria artística.
Tras ese descalabro entró a trabajar de peón en la finca de un tío, quien, tras breve lapso, lo envió a estudiar aviación a Nueva York. Allí descubrió que su vocación era el canto y se fue a Hollywood, a recibir clases con el actor y bajo de ópera Andrés de Segurola, exsecretario del tenor italiano Enrico Caruso, a cambio de servirle de lazarillo y chofer.
Se codeó con grandes de la música como Arturo Toscanini, Sergei Rachmaninov y Tito Schipa, y quiso ser cantante lírico: “...llegué a debutar con Cavalleria rusticana en el Palacio de Bellas Artes”.
Pero se hizo popular con “Yo soy el aventurero, / el mundo me importa poco, / cuando una mujer me gusta, me gusta a pesar de todo. / Me gustan las altas y las chaparritas / las flacas y gordas, y las chiquititas / solteras y viudas y divorciaditas / me encantan las chatas de caras bonitas”.
A los quince años de su muerte, ocurrida el 19 de junio del 2007, su repertorio vive intacto: Ay, Chabela, La Martina, Corrido de Lucio Vásquez, Copitas de mezcal, Échele cinco al piano...

En busca de un sueño

“Cuando estuve en Hollywood llegó la guerra... –recordaba– de regreso en México, me puse a trabajar en un restaurante que se llamaba El León de Oro: ahí cantaba Granada, la gente me aplaudía mucho y yo me sentía el rey”.
Por la escasa paga y su deseo de seguir en el bel canto se volvió empresario, inicialmente en Tijuana, donde se hizo cargo de un cabaret con buenas ganancias y luego en Ciudad de México, con el centro nocturno El Minuit, que llegó a ser muy concurrido gracias a la presentación de Agustín Lara, Los Panchos, Jorge Negrete y Pedro Infante, entre otros, y a la asistencia de senadores, secretarios de Estado, empresarios y hasta estrellas de Hollywood, según el periodista Carlos Díaz Barriga, de El Milenio de México.
De 167 películas que Aguilar protagonizó, 20 narran la vida de héroes de la Revolución mexicana y ocho giran en torno a los caballos.

De 167 películas que Aguilar protagonizó, 20 narran la vida de héroes de la Revolución mexicana y ocho giran en torno a los caballos. Foto:Archivo EL TIEMPO

Fue patrón de grandes artistas y después alternante de ellos en la radio, el cine y la televisión. Pero, sin importarle las ganancias de El Minuit, lo vendió a fin de sufragar los costos de sus estudios de canto. Tras mucho trasegar –incluso, con otro viaje a Hollywood– y no poder llegar a ser tenor sustituto en Bellas Artes, accedió, a regañadientes, a su destino de ser un cantante popular.
En 1950 debutó en la emisora XEW –la más potente de Latinoamérica– con Toledo, de Agustín Lara, y Volveré, de María Grever, y grabó sus primeros discos de 78 r. p. m. con el sello Iberia, luego con Musart, al que perteneció por el resto de su vida: una primera etapa en la que se lo conoció como Tony Aguilar, no vestía de charro y cantaba romanzas, boleros y habaneras. Al año siguiente ingresó al cine por la puerta grande, gracias al productor Gregorio Walerstein, el 'Zar del cine mexicano'. Con él rodó 18 películas, al lado de las estrellas de la época: Pedro Infante, Silvia Pinal y Fernando Soler, entre otros, en Ahora soy rico, Un rincón cerca del cielo y El casto Susano, sin mucha aceptación.
A Adelfo Fernández, de Marie Claire y Elle de México, le confió lo que Walerstein le dijo: “Mira, aquí te hemos dado las mejores oportunidades, has trabajado con las mejores figuras y no das el estirón. No pegas”.
Se estancó y no volvió a ser llamado a los sets. Grabó covers de temas pegados, como Muñeco de cuerda, de Pedro Infante, y Soberbia, de Los Tres Diamantes. Así, viajó a Nueva York y Puerto Rico en busca de mejores horizontes. En San Juan acudió al reconocido compositor Rafael Hernández –que oficiaba de gurú musical– a poner en sus manos el destino de su carrera: “ ‘¿Por qué cantas ópera y pasodobles si eres ranchero?’, y le contesté: pues porque me encanta. El Jibarito me llevó al piano y me dijo: ‘Cántame una ranchera’. A pesar de que me negaba, empecé a cantarle...”.
Y empezó con las rancheras, vestido de frac y acompañado de piano. Luego, en su gira por Colombia, Venezuela y Perú, trajeado de mariachi.
A su regreso, el productor Alfonso Rosas Priego le ofreció protagonizar Pueblo Quieto (1954), en la que actuó por primera vez de ranchero, interpretando canciones vernáculas. A ella le siguieron las películas Música, espuela y amor, La barranca de la muerte y El gavilán vengador, con las que iniciaría su saga de héroes históricos: Aquí está Heraclio Bernal (1957), Gabino Barrera, El caporal (1964) y Lucio Vázquez (1966), en las que les sumó los corridos, que fueron su especialidad.
Un día se me ocurrió
que si cantaba montado sobre un hermoso caballo, presentando charros que jinetearan toros , aquello sería un espectáculo bonito. Lo formé y fue
un exitazo.
Sin olvidar comedias campiranas como Yo, el aventurero (1958) y Bala perdida (1959), recibidas con alborozo por el público en los cines. Las tramas giraban alrededor de un héroe justiciero, parrandero y jugador, dedicado a enamorar a todas las mujeres bonitas. Sin excluir las consabidas serenatas e intervenciones musicales en plazas, cantinas y en el campo, a lo largo de la película.
Esa actividad frenética de cinco a seis filmes anuales se reflejó también en su música, que grabó en Discos Musart desde 1956, con éxitos como Mil puñaladas, Ay, Chabela, Cuatro copas, La Martina, que lo catapultaron a los primeros lugares de popularidad.
A mediados de los años 60 sacó provecho de su pericia con los equinos: “Un día se me ocurrió que si cantaba montado sobre un hermoso caballo, presentando charros que jinetearan toros y potros broncos e hicieran el paso de la muerte, aquello sería un espectáculo bonito. Finalmente lo formé y fue un exitazo”.
Creó un show ecuestre junto a la cantante Flor Silvestre, ya una estrella en ascenso y su cónyuge, con quien recorrieron, triunfantes, desde Texas (EE. UU.) hasta la Patagonia.
Incluso vinieron a Colombia el 23 de febrero de 1965, con actuaciones en Medellín y Bogotá, alternando con el conjunto de Luis Ariel Rey y sus Llaneros. La gira continuó por las principales capitales de la costa Caribe y finalizó el 21 de marzo de ese año, en Montería.
El espectáculo se mantiene en cabeza de sus hijos Antonio jr. y Pepe, y sus nietos Ángela y Leonardo, con el nombre ‘Jaripeo sin Fronteras’, que se presenta en 27 ciudades de México y Estados Unidos.

Sus películas

El paso de Tony a Antonio se dio a causa de su participación en tres cintas prestigiosas: La sombra del Caudillo (1960), de Julio Bracho, en que encarnaba al coronel Carlos Jáuregui, seguidor de Pancho Villa; Los hermanos del Hierro (1961), de Ismael Rodríguez, con una actuación de muchos matices, quizás la mejor de su carrera, y Ánimas Trujano (1961), del mismo director, con el actor japonés Toshiro Mifune y Flor Silvestre, nominada al Óscar de mejor película extranjera.
En 1966 vino Los cuatro Juanes, en la que compartía cartel con Luis Aguilar (con quien no tenía parentesco), Javier Solís y Narciso Busquets.
Afianzado ya internacionalmente, incursionó en la producción de sus propias películas, con la contribución de Gregorio Walerstein, su ángel de la guarda. Salto que coincidió con el llamado de Hollywood para trabajar en la estadounidense Los indestructibles (The undefeated, 1969), de Andrew V. McLaglen, en la que compartió créditos con John Wayne y Rock Hudson, en un rol que calificó de “digno”, porque un mexicano ganó por primera vez.
Así se inició su etapa más exitosa, con Emiliano Zapata (1970), de Felipe Cazals, en la que fue el caudillo revolucionario, y a la cual se añadirían 38 filmes más de su compañía, en los que encabezó los créditos junto a Mario Hernández, su director de cabecera.
Antonio Aguilar era un artista natural y me motivó a entender que había una forma para conectarse con el público a través de las canciones.
En sus 167 películas protagonizadas, 20 narran la vida de héroes revolucionarios, entre las que se mencionan: La venganza de Heraclio Bernal (1957), Benjamín Argumedo, el rebelde (1972) y Simón Blanco (1974); y ocho giran en torno a los equinos, entre ellas: El caballo blanco (1962), La yegua colorada (1972) y El Moro de Cumpas (1976).
Su producción discográfica ascendió a más de 800 grabaciones, con inclusión de las canciones colombianas Nadie es eterno en el mundo y Espumas en dúo con Lucha Villa, 157 discos de larga duración, con 25 millones de copias vendidas, acompañado de mariachis, conjuntos norteños y bandas de viento o tamboras, en las cuales Tristes recuerdos (1986) fue el éxito con el mayor índice de ventas.
A los 15 años del adiós, la radio, los restaurantes populares, los mercados públicos y los cruces de caminos dan testimonio de la vocación duradera de sus canciones.

Rancheros a la colombiana

Muchos colombianos recordamos la última visita de Antonio Aguilar a Colombia, acompañado de su esposa, la también actriz y cantante Flor Silvestre.
Hizo una gira de conciertos en Medellín, Bogotá, Cali, Pereira y Bucaramanga, que finalizaron el 26 de agosto de 1998, en la plaza de Bolívar de Tunja, con una memorable presentación auspiciada por El show de las estrellas, de Jorge Barón. “En Tunja presentamos a Antonio Aguilar, una de las glorias de la música mexicana. (...) Célebre en su país no solo por su música y sus canciones, sino por sus películas. Es ídolo en su tierra, en Latinoamérica, en España y aquí en Colombia”, recordó el reconocido presentador en su libro Colombia, ¡te quiero!
De izquierda a derecha: la cantante y actriz Flor Silvestre, esposa de Aguilar, Galy Galiano y su ídolo, Antonio Aguilar.

De izquierda a derecha: la cantante y actriz Flor Silvestre, esposa de Aguilar, Galy Galiano y su ídolo, Antonio Aguilar. Foto:Archivo

También revivió aquella temporada el cantante costeño Galy Galiano, quien precisamente por estos días está lanzando su álbum Más ranchero, y quien compartió escenario con Aguilar.
“Tuve la inmensa satisfacción de alternar con él en ese concierto, en Tunja. Para mí fue un gran honor tenerlo tan cerca después de que tanto canté sus canciones viendo sus películas en el teatro de María Firifiri, en Chiriguaná. Antonio Aguilar era un artista natural y me motivó a entender que había una forma para conectarse con el público a través de las canciones. Él eso lo hacía ver fácil y creo que lo entendí”.
El Charrito Negro, celebrado intérprete colombiano de rancheras, se sumó también a estas evocaciones: “Antonio Aguilar siempre ha sido el ídolo de El Charrito Negro, de ahí nace el enlace de mi cantar, pues en mi pueblo, Ceilán, se escuchaban sus canciones por todas partes. A la edad de siete años empecé a cantarlas en los colegios, con un sombrero mexicano que me ponía y que cambié por un reloj viejo, con alguien que llegó al pueblo. Con una de esas canciones gané un concurso en Caicedonia, y con ella despegué. No lo pude conocer personalmente porque cuando me invitaron a su concierto en Medellín estaba cumpliendo un compromiso profesional. Hoy se lo pongo de ejemplo a los hijos míos, que cantan”.
HUMBERTO VÉLEZ CORONADO
Para EL TIEMPO

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