Alexis de Tocqueville fue un aristócrata francés nacido en 1805, después de la Revolución, que echó abajo el antiguo régimen que daba sentido a su título nobiliario de vizconde.
En 1831 viajó a Estados Unidos, donde observó el irrefrenable avance de la democracia o del sentimiento de igualdad. Esa experiencia la convirtió en ‘La democracia en América’, libro publicado en dos partes (1835 y 1840), que casi dos siglos después sigue siendo uno de los más lúcidos estudios para entender la democracia: esa realidad en la que Tocqueville reconoció no solo otro régimen político, sino la esencia de la modernidad, una nueva forma de sociedad y hasta una nueva naturaleza humana.
‘La democracia, esa fuerza irrefrenable, en la segunda década del siglo XXI parece estar en crisis: mientras usted lee estas líneas, los brasileños ya habrán elegido al ultraderechista Jair Bolsonaro, del Partido Social Liberal, si se confirma lo que las encuestas han previsto.
Se dice que vivimos en una sociedad despolitizada e individualista, que los partidos políticos están en crisis, que una brecha separa las élites globales de los ciudadanos. En ese contexto se propagan los movimientos y líderes nacionalistas y xenófobos, misóginos y homofóbicos, autoritarios y demagogos. ¿Será, entonces, que la democracia no era irrefrenable?
“Tocqueville elaboró su pensamiento en un contexto político totalmente diferente del nuestro. En su época, el movimiento democrático era ascendente, seguro de sí mismo, productivo, lleno de ardor y de promesas”. Quien habla es el filósofo y teórico político francés Pierre Manent (Toulouse, 1949), profesor de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París: un pensador liberal, en la línea de Raymond Aron, reivindicador de la condición política del ser humano, autor de obras como Historia intelectual del liberalismo, Curso de filosofía política y La razón de las naciones, y lúcido intérprete del pensamiento de Tocqueville, como queda claro en ‘Tocqueville y la naturaleza de la democracia’. El libro, publicado en 1982, apenas se traduce al castellano gracias al Instituto de Estudios de la Sociedad (IES Chile).
Si en los tiempos de Tocqueville la democracia ascendía, “hoy –afirma Manent, desde Francia– domina un sentimiento de fatiga, lleno de desaliento y cargado de escepticismo. Los dos grandes elementos que fueron enarbolados juntos por el movimiento democrático, a saber, la extensión de los derechos individuales y la construcción de gobiernos fundados en la soberanía del pueblo, hoy están separados.
Para los gobiernos, para las clases dirigentes y los medios de comunicación, al menos en Europa, la democracia se resume en la extensión de los derechos individuales en un marco globalizado, y consideran la soberanía del pueblo como un principio arcaico y peligroso.
Entonces, los pueblos, o los elementos de los pueblos que se sienten dejados de lado por el proceso de globalización y por ciertos aspectos de la extensión de derechos, son tentados por movimientos ‘populistas’ que no tienen un programa político real, salvo dar voz al malestar colectivo”. No quiere decir eso que Tocqueville se haya equivocado cuando vio la democracia como una fuerza imparable. De hecho, quizás la crisis de la democracia sea en realidad la consolidación de ciertas tendencias inscritas en su naturaleza. “A pesar de lo diferentes que son los contextos, es claro que Tocqueville ya había comprendido esta fuerte tendencia de la democracia que triunfa hoy, esta tendencia que él caracterizó con dos expresiones: ‘individualismo’ y ‘sentimiento de semejanza’ ”, explica Manent.
¿Entonces, los problemas políticos de nuestro tiempo –autoritarismo, despolitización, individualismo– son un resultado esperable de la democracia?
Estas tendencias están inscritas en la naturaleza de la democracia moderna, dominada por el sentimiento de la semejanza humana; es decir, por un afecto que es al mismo tiempo un valor, y que lleva a juzgar como inútil e incluso peligroso el esfuerzo cívico; ese esfuerzo por el cual un grupo humano se constituye en un cuerpo político capaz de gobernarse a sí mismo (...) Es en el esfuerzo de cada ciudadano por hablar y actuar ante sus iguales en el espacio público que la democracia moderna supera su tendencia a la despolitización y al individualismo. Hay, pues, una tensión entre la tendencia natural de la democracia y aquello que Tocqueville llama el arte de la democracia, que a través de las asociaciones, la libertad de prensa, la educación cívica, la acción colectiva ejercita a los de una sociedad en la acción conjunta.
¿Qué lugar ocupa la libertad en la democracia, según Tocqueville?, ¿cómo interactúa con la igualdad?
A los ojos de Tocqueville, la pasión más constante, la más profunda del hombre democrático es la pasión por la igualdad. El hombre democrático ama espontáneamente tanto la igualdad como la libertad, pero no de la misma manera, no con la misma profundidad. Si tiene que elegir, tiende a elegir la igualdad.
Hoy, con internet y las redes sociales como principal medio, ¿se puede hablar de opinión pública?, ¿qué efectos políticos tiene esta nueva ‘opinión pública’?
No sé responder a su pregunta –reconoce Manent–. Todos ven el lugar que ocupan las redes sociales entre nosotros. ¿Cuáles son las consecuencias políticas, morales, sociales de estos nuevos instrumentos de comunicación? Solo diré esto: Por una parte, sus efectos son, a mis ojos, esencialmente negativos, nos hacen vivir en una urgencia y también en una histeria permanentes, premian las pasiones más básicas y ciegas; por otra parte, no cambian fundamentalmente nada de nuestra condición política que sigue determinada por las acciones de aquellos que nos gobiernan y para quienes las redes sociales son solo otro instrumento o turbación. No tienen efecto sobre la soberanía de los regímenes que quieren preservar su soberanía. Vea la manera implacable como el gobierno chino ha hecho de internet un instrumento más al servicio de su despotismo.
¿En qué medida la pregunta por la democracia es la pregunta por el hombre? ¿Y por qué, según usted, la última es la única que debiera interesarnos?
La pregunta por la democracia y la pregunta por el hombre son inseparables. De hecho, en el orden político, en tanto que animal político, el hombre despliega su naturaleza y descubre lo que puede y buena parte de lo que siente y piensa. La promesa democrática es equívoca. Ella lleva a esperar una suerte de fin de la historia, un estado de la humanidad en donde las necesidades materiales y morales de los hombres estarían, en lo esencial, satisfechas. Pero una condición tal significaría el despliegue final y el cumplimiento de la humanidad del hombre o, al contrario, su degradación última: si no hay más tarea, si no hay más elección, si no hay más peligro ante nosotros, ¿qué será de nuestra humanidad? Nos convertimos en turistas de nuestra propia historia.
JUAN RODRÍGUEZ M.
EL MERCURIO (Chile) - GDA