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María Juliana Ruiz: 'Ser primera dama no es una elección personal'

La primera dama habló con BOCAS de los temas más controversiales en su paso por la Casa de Nariño.

María Juliana Ruiz llegó a la Casa de Nariño en 2018, cuando su esposo Iván Duque ganó las elecciones presidenciales.

María Juliana Ruiz llegó a la Casa de Nariño en 2018, cuando su esposo Iván Duque ganó las elecciones presidenciales. Foto: Revista BOCAS

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Más allá de los titulares y de las controversias que ha protagonizado, se sabe poco de ella. Un vestido convertido en meme, un viaje en avión presidencial que se volvió escándalo, la supuesta idea de una autobiografía que se transformó en polémica. Y más. No han sido aguas mansas las que María Juliana Ruiz Sandoval ha tenido que cruzar a lo largo de estos tres años que lleva como primera dama de la Nación. Un rol que le llegó sin pedirlo, aunque es posible que lo tuviera en mente desde mucho tiempo atrás: al fin y al cabo, desde los quince años era la novia de un muchacho que ya tenía como sueño llegar a ser presidente de la República.
María Juliana nació en Bogotá, un día de mayo de 1978. Es hija única de un padre con sangre antioqueña, el abogado Luis Fernando Ruiz, y de una madre de origen boyacense, la socióloga Gloria Sandoval.
Estudió en un colegio católico y femenino —el Marymount, uno de los más tradicionales de la capital— y se graduó como abogada de la Universidad Javeriana. Vivió un tiempo en París y después volvió a encontrarse con aquel novio de toda la vida: Iván Duque Márquez, con quien se casó y tiene tres hijos, Luciana, Matías y Eloísa. Le gusta la literatura, sobre todo la novela histórica y la poesía.
Su gente cercana le dice Maju, pero su mamá —sin que ella sepa por qué razón— siempre la ha llamado “Chanis”. Sus días los pasaba en Washington con sus niños y su esposo, y allá trabajaba en la Organización de Estados Americanos, donde entró como pasante y fue ascendiendo en responsabilidades. Hasta cuando su marido decidió regresar a Colombia y moverse en la política electoral. Poco después fue elegido presidente. Y entonces a ella le llegó la responsabilidad del rol que hoy ocupa.
Usted tenía una vida tranquila en Washington, con su esposo, sus tres hijos. ¿No fue difícil dejar todo eso para venir a meterse en este berenjenal del mundo político colombiano y terminar de primera dama?
Muy difícil. Incluso cuando yo regresé de Europa y decidimos casarnos, que fue una sorpresa, le pregunté a Iván: “¿Estás seguro de que te quieres casar conmigo, sabiendo que tienes una proyección de vida que para mí sería absolutamente difícil?”. Porque si bien he creído en él como un político cabal, siempre le he tenido mucho temor a la política, particularmente a la de nuestros países. Siento que es susceptible de muchas vulneraciones. Él me dijo, “Mira, llevo tanto tiempo afuera trabajando por mi país, que en este momento eso no es para mí un derrotero, mi derrotero es seguir haciéndolo desde el escenario en el que estoy y en el que podemos empezar a construir nuestra familia”. Y yo creo que me conté una mentirita y pensé, bueno, a lo mejor de verdad es así y no necesariamente es en la Presidencia de la República y en un contexto político donde él puede realizar su deseo de servir al país. Cuando llegó ese momento, trece o catorce años más adelante, fue muy difícil para mí. Pero yo sabía que él tenía todas las condiciones y, finalmente, la nuestra es una familia colombiana. Tengo tres hijos que a pesar de nacer en Estados Unidos decidí nacionalizar colombianos, decidí que vinieran a vivir a Colombia para que entendieran de dónde les corre esa sangre por las venas y supieran qué es ser colombiano.
María Juliana Ruiz Sandoval nació en Bogotá, es hija única, estudió en un colegio católico, es abogada, vivió en París, trabajó en la OEA, se casó con Iván Duque Márquez y tiene tres hijos.

María Juliana Ruiz Sandoval nació en Bogotá, es hija única, estudió en un colegio católico, es abogada, vivió en París, trabajó en la OEA, se casó con Iván Duque Márquez y tiene tres hijos. Foto:Hernán Puentes

La tendencia en las pasarelas en ese otoño fue el abrigo tipo Jackie Kennedy. La esposa del presidente Trump, hizo una anotación respecto a lo linda que estaba mi chaqueta
Pero además usted trabajaba en la OEA…
Claro, yo había hecho una carrera ascendente en la Organización de Estados Americanos. Y en condiciones muy favorables que me permitían complementar mi intención de ejercer como profesional con el deseo de ser mamá cien por ciento, algo que no es fácil. En los jefes que tuve en la OEA encontré hombres increíbles. Cuando pensé en renunciar para dedicarme a mis hijos, me dieron la opción de trabajar en una modalidad de horario flexible. Yo pensaba que al regresar a Colombia iba a ser difícil encontrar un escenario así, en el que pudiera compaginar la profesión y el ser mamá de la forma en que lo soy.
Un día, en una entrevista de trabajo, me preguntaron qué significaba eso de ser mamá muy presente y se los resumí en una cosa muy sencilla: si alguno de mis hijos va a bailar el jarabe tapatío frente a sus compañeros de curso, yo quiero estar ahí. Ese era un temor al volver. Yo decía, miércoles, he podido forjar ese camino de madre, de profesional, tenemos una vida realmente tranquila, de entretenimiento, porque Washington es una ciudad que se presta mucho para eso. Los temores eran evidentes. Pero cuando Iván me planteó que era el momento de regresar, a pesar de que me tomó un poco procesar esa información de dejar la vida que tenía en Estados Unidos, tenía claro que no iba a ser un obstáculo para materializar su sueño. Le dije: “Cuentas conmigo y con tus tres hijos”.
Y la verdad es que su tiempo como primera dama no ha sido tranquilo. Durante estos años ha pasado por una serie de controversias y de críticas muy fuertes. ¿Cómo lo ha afrontado?
Creo que mi optimismo, mi deseo genuino de aportar, incluso mi propia personalidad, hacen que esas cosas sean pequeñas. Alguna vez leí que los seres humanos recordamos especialmente aquello que nos sirve para sobrevivir. Y eso me hace pensar que yo sobrevivo de los buenos momentos. Olvido con facilidad las situaciones oscuras y por eso me causan menos daño de lo que algunos quisieran. No puedo negar que hay cosas —sobre todo cuando afectan a mi familia, y en especial a mis hijos— que me duelen profundamente. Pero en lo personal tiendo a dejarlo pasar. Soy una persona que cree que la crítica no solo es válida, sino útil. Las veces que me han atacado, en su mayoría, me han resultado favorables. Me han servido para corregir errores o mejorar el camino. Eso es lo bondadoso que hay en medio de tantas críticas.
Uno de esos episodios se derivó de algo realmente frívolo, cuando se convirtió en el foco de burlas por el vestido que eligió para el encuentro con Donald Trump y su esposa, Melania. Algo así suele darle duro a la mayoría de personas, no va a decir que no le afectó en nada…
Fui la última en enterarme. Por ahí empiezo. Y te cuento más: cuando yo bajaba las escaleras de la residencia donde nos estábamos hospedando —en Blair House, frente a la Casa Blanca—, un oficial del servicio secreto, de los que están acostumbrados a permanecer en absoluto silencio, cuando me vio me dijo con total gentileza: “Mme., you look stunning”. Y en ese momento me sentí una reina de belleza. A partir de ahí no caminé, sino levité. Bajé feliz y todos estaban en una disposición amable. El encuentro en la Casa Blanca fue más cálido de lo que me había imaginado. Yo estaba viviendo ese momento con la sensación de una experiencia importante, significativa.
Cuando ya empecé a oír las críticas y llegué a todo eso, me pareció algo intrascendente. Incluso pensé que era casi insólito que nuestro país tuviera una ascendencia tan marcada hacia lo banal y no hacia lo fundamental. Pero de ahí no pasó. Creo que en gustos, en moda, en percepciones… Además, la imagen no ayudó, no era lo mismo lo que se proyectaba que lo que estaba luciendo. Sí lamenté que para los diseñadores eso hubiera sido algo que los afectara, porque estoy segura de que ellos, al igual que yo, no tuvieron otra cosa en mente más que el deseo de que luciera bien. Y te cuento otro detalle: para el que no lo supo, la tendencia en las pasarelas en ese otoño fue el abrigo tipo Jackie Kennedy, con la manga así de grande, en todos los colores. Y una notica al pie de página: Melania, la esposa del presidente Trump, hizo una anotación respecto a lo linda que estaba mi chaqueta. Así que eso es con lo que me quedé.
Dice que las controversias le duelen sobre todo cuando afectan a su familia, en especial a sus hijos. ¿Ese fue el caso de la polémica por el viaje a Panaca, que hizo con sus hijos y amigos de ellos en el avión presidencial? ¿Hoy lo haría de forma diferente?
Ahí tengo que hablar de dos escenarios. Uno tiene que ver con los hechos, que fueron tergiversados. En la información dieron a entender que habíamos abusado de algo, como si de manera arbitraria yo hubiera organizado una fiesta para mi hija. La realidad no fue esa. La realidad fue que el presidente estaba llevando a cabo una agenda que terminaba en el Eje Cafetero y coincidía con el cumpleaños de mi hija. Y nosotros, para poder encontrarnos, teníamos que transportarnos de alguna manera. Así que viajé con mi hija, sus dos mejores amigas y mis dos hijos. Si eso hace cinco, seis o siete niños, pues es porque tengo tres. No estábamos haciendo nada distinto a poder lograr un espacio para que un papá compartiera con una hija; un papá con un trabajo que trae implícito un sacrificio familiar enorme, y es que sus tres hijos pequeños lo vean escasas horas en la semana.
Al otro día de haber salido la noticia, mi hija me dio las gracias por el mejor cumpleaños de su vida. Eso para mí lo cambió todo. Pero eso también hizo que fuera tremendamente doloroso ver que alguien utilizara a mis hijos para valerse de un rédito comercial, popular, egocentrista, de lo que hubiera sido. Lo otro positivo es que, a raíz de eso, las dos amigas que acompañaron a mi hija estaban fascinadas con la región. Dijeron: “Ya no queremos ir a Disney, queremos ir a Panaca”. Si esto no es engrandecer lo nuestro, cómo más lo logramos. Si yo hubiera estado en Disney, de pronto la historia hubiera sido otra. Pero escogí uno de los escenarios más bonitos que tenemos para encontrarnos.
Por eso digo que hubo dos momentos: uno, el de los hechos; y otro, la afectación real a mis hijos. Lo que más han marcado esos ataques, muchas veces malintencionados y otras desinformados, es que se procede de una manera ligera, juzgando sin verificar. Es una de las cosas más desafortunadas de este rol, ser expuesto públicamente bajo preconceptos, opiniones, percepciones, y no bajo la realidad de los hechos.
Pero en ocasiones sus propias palabras son las que la han conducido a críticas, como la frase que dijo en una entrevista de televisión en octubre del año pasado respecto a la agresión ciudadana…
¿Tienes la frase ahí?
“Me asusta más la agresión ciudadana que la represión policial”. ¿La recuerda?
Claramente. Lo que siempre he pensado, y a lo que me refería en ese contexto, es que me preocupa muchísimo la agresión instintiva, espontánea, desinformada. Quizás la palabra que no debí usar fue represión, sino control policial. Esto no significa, desde ningún punto de vista, que valide la violencia, las agresiones o el maltrato como mecanismos para nada, vengan de donde vengan. Lo que quise expresar en ese momento es que, como pasa hoy, me desconcierta más el no entender los fundamentos ni el contexto de donde surge tanta violencia frente a quien ejerce un deber de control por misión institucional. Si uno empieza a desglosar eso, pues tiene un montón de matices. Pero ahí es donde yo creo que hay un deseo de malinterpretar. En eso se visibilizan los sesgos. Porque dependiendo de quién diga qué, y de la intención de quien comunica, las cosas toman otro rumbo.
María Juliana Ruiz es la portada de la edición 109 de Revista BOCAS (ago/sep 2021), que trae, además, grandes entrevistas con Claudia López, la alcaldesa de Bogotá; Carlos Ramírez, el medallista olímpico paisa; el actor Dwayne Johnson, 'La Roca'; y el chef colombiano Juan Manuel Barrientos.

María Juliana Ruiz es la portada de la edición 109 de Revista BOCAS (ago/sep 2021), que trae, además, grandes entrevistas con Claudia López, la alcaldesa de Bogotá; Carlos Ramírez, el medallista olímpico paisa; el actor Dwayne Johnson, 'La Roca'; y el chef colombiano Juan Manuel Barrientos. Foto:Revista BOCAS

Yo tenía quince años y él dieciséis. A lo largo de nuestra historia supe que desde que tenía cinco años jugaba a ser el presidente de Colombia con sus muñequitos
Como el rumbo que tomó la versión de la publicación del libro autobiográfico con el apoyo del Archivo General de la Nación. La verdad es que una frase del director de esa entidad, el escritor Enrique Serrano, llevó a pensar que el proyecto era una realidad...
Desconozco cuál es el detalle de la afirmación que hizo el señor Serrano. Pero tengo claridad en que él sabe perfectamente de la reunión que sostuvimos, conoce cuál era la propuesta y que yo fui invitada a ese encuentro. Como no conozco el detalle de la expresión de él, no sé qué tan afirmativa fue. Entiendo que además se trató de una comunicación por texto, que todos sabemos que deja bastantes cosas en una respuesta de sí o no.
¿Pero la idea del libro existe?
En absoluto. Y no es la idea de un libro. Desde el comienzo del periodo —te estoy hablando de agosto del 2018—, he materializado un trabajo muy consciente, muy detallado, con toda la gestión social del país. Y eso redunda en un papel relevante de la mujer. Me refiero a primeras damas de departamentos y de municipios. Yo viví quince años por fuera, la mayoría en Estados Unidos, un país que reconoce de una manera sensible la capacidad de la mujer, incluso en ese rol que se ejerce cuando se asume como primera dama, y allá no solo hay autobiografías, sino libros de historia, libros para niños, biografías, novelas, informes, un montón de cosas que recogen como acervo histórico las funciones que han ejercido las primeras damas. Funciones que han variado a lo largo de la historia.
Hoy, la mujer que acompaña a un hombre en la Presidencia no está en el lugar en el que estaba hace tantos años. Así que esa reunión —virtual, que duró casi tres horas— se hizo pensando en lo que existe en Colombia sobre las primeras damas. Comentamos la importancia de dejar un referente para que en el futuro se sigan documentando los programas esenciales que se han desprendido de esta función. Hoy es un rol al cual se llega con un colectivo imaginario de responsabilidades que no existen. Uno llega acá y no hay normas, no hay reglas, no hay un job description para la función de primera dama, pero las expectativas son enormes. Ese concepto que alguna vez dijo Laura Bush, “A role without a rulebook”, es algo que hoy deberíamos replantear. Porque no es equitativo tener esas expectativas tan grandes, ser sujeto de críticas y ataques, sin contar siquiera con la capacidad y la disposición. Uno no llega a ser primera dama por elección popular ni porque se haya postulado a nada. No es una elección personal, es por el convencimiento de que se es un equipo y de que se puede apoyar. Y en mi caso, con la convicción de servir a mi país.
A propósito de ese apoyo, de ese trabajo en equipo, dicen que usted participa en la redacción y corrige los discursos de su marido. ¿Es así?
No de forma habitual. Me gusta escribir. Normalmente Iván no utiliza discursos, creo que en el noventa por ciento de los casos no sigue ningún guion. Pero en las pocas ocasiones, y me parece que te refieres a su intervención del 20 de julio, sí. Ahí sí pasó. Cuando lo hago busco imprimirles eso que tal vez viene por el carácter femenino, un poquito de sensibilidad, de cercanía en la comunicación.
¿El presidente le pide muchos consejos?
Pues no me atrevería a decir que me pide consejos. Conversamos. Confía en mi percepción, en mi opinión, en mis conceptos. Es algo que valoro mucho.
Usted conoció a Iván Duque en el paradero del bus, ambos adolescentes, y fueron novios desde entonces. ¿Recuerda que en esos años él ya tuviera en la cabeza la idea de ser presidente, le hablaba de eso?
Claramente. En efecto, lo conocí en el paradero del bus del colegio y pasó un tiempo sin que nos viéramos. Después nos volvimos a encontrar en una fiesta. Hablamos como tres horas y me pareció que era una persona que tenía muy claro lo que quería hacer en su vida. Era evidente que tenía un conocimiento del país que no era típico a su edad. Te estoy hablando de cuando yo tenía quince años y él dieciséis. En ese momento no decía “voy a ser presidente”, aunque a lo largo de nuestra historia supe que desde que tenía cinco años jugaba a ser el presidente de Colombia con sus muñequitos. Siempre estuvo presente ese anhelo. Pero, además, cuando lo conocí también identifiqué que era una persona buena. Cuando llegué a mi casa de esa fiesta le dije a mi mamá: “Ma, conocí al papá de mis hijos”. Quedó sentada en la cama y me contestó: “No digas palabras ociosas”. De ahí para acá hubo una historia bastante agitada de noviazgo y rupturas. Cada vez que alguien me preguntaba cuánto llevaba con Iván, yo le decía: “¿bruto o neto?” Empezamos desde muy chiquitos y yo tenía deseos de experimentar varias cosas, de viajar, de moverme en distintos ambientes.
Al comienzo ustedes decidieron seguir viviendo en su casa familiar y no en la Casa de Nariño. ¿Por qué terminaron yéndose para allá?
Estaba siendo difícil compartir tiempo con Iván. Desde el primer día yo también estoy asistiendo a la oficina. Los traslados empezaban a afectar porque quedábamos muy distantes de Palacio y era un tiempo que podía ser valioso para compartir en familia. Nos dimos cuenta de que ese objetivo de mantener la familia en su contexto no lo estábamos cumpliendo porque los desplazamientos y las jornadas extensas de trabajo nos estaban limitando tiempo con los niños. Ese fue el motivo principal. Hoy, de alguna manera tenemos la posibilidad de verlos, de compartir un almuerzo, su llegada del colegio. En las mañanas es más fácil que estemos todos cerca. Además, había condiciones de seguridad que empezaron a ser necesarias, no solo por nosotros, sino por la comunidad. Vivíamos en un conjunto y nuestra intención era que el proceso de seguridad no llegara a afectarlos.
La primera dama habló en esta entrevista del matoneo que le hicieron por un vestido, del escándalo que despertó un viaje familiar en el avión presidencial a Panaca y de la supuesta idea de una autobiografía.

La primera dama habló en esta entrevista del matoneo que le hicieron por un vestido, del escándalo que despertó un viaje familiar en el avión presidencial a Panaca y de la supuesta idea de una autobiografía. Foto:Hernán Puentes

Se fueron con mascotas incluidas. Perros, gatos. ¿Cuál es la historia que tienen con el perro de agua portugués?
Sí, por cuenta de mi hija mayor, que es amante de los animales, tenemos perros y un gato. Bueno, yo también he pasado por todo, he tenido peces, conejos... La historia del perro de agua portugués es preciosa. Fue un regalo para Luciana, cuando regresamos a vivir a Colombia. Se acercaba su cumpleaños y una de sus motivaciones para volver era poder tener un perro más fácilmente que en Estados Unidos. Su raza preferida es el rottweiler. Un día mi mamá me dijo: “Luciana está que pide su perro; si yo fuera tú me apresuraría a buscar una raza antes de que Iván decida regalarle un perro a la niña. No te sorprendas si llega con un rottweiler”. Empecé a investigar. Como al llegar a Colombia mis hijos detonaron unas alergias —por el frío, por la humedad de Bogotá, no sé—, el pediatra me aconsejó que buscara un perro hipoalergénico. Vi un aviso en el periódico que ofrecía un perro de agua portugués. Me acordé de que Bo, el perro del presidente Barack Obama, era de esa raza y además era hipoalergénico, porque sus hijas tienen alergias. ¡No puede ser!, dije, y llamé. Pero ya estaban todos vendidos. Me quedé hablando con la señora y le conté mi historia. A la semana me llamó y me dijo que quedaba una perrita, la última de la camada. La vi y me enamoré. Pero cuando me dio el precio pensé: “No, yo amo a Luciana y me muero del terror de tener un rottweiler, pero no puedo pagar eso por un perro”. Eran como mil doscientos dólares. Al final llegamos a un acuerdo. En la familia amamos los perros. De novios, Iván y yo tuvimos uno rescatado. Yo crecí con perro.
Usted, educada en casa como hija única, estudiante de colegio femenino y católico, ¿cómo llegó, con escasos veinte años, a dar clases de salsa a turistas en París?
Primero te cuento que tuve la fortuna de que mis papás —de ascendencia antioqueña y boyacense, una familia muy típica en sus raíces— comprendieran, desde el momento en que supieron que no iban a tener más hijos, que no querían estigmatizar mi formación bajo ese concepto que se tiene de hijo único. Estudié preescolar, primaria y bachillerato en el Marymount y sus pilares de formación me han acompañado a lo largo de la vida. Pero nada de eso choca con mi carácter. Siempre he sido un poco indisciplinada.
En el colegio era inquieta físicamente, hiperactiva. Me gusta conversar, contrario a lo que algunos pueden percibir. Y además se me daba hacer una que otra travesura. Algunas veces, incluso, era reconocida como reaccionaria, crítica, pero era por el deseo de no quedarme con la información básica, sino de entender más. Como somos una familia numerosa, tuve primos mayores, de mi edad, menores, y eso me ayudó a explorar un montón de cosas. Por ejemplo, siempre me interesó trabajar, tener mi independencia, mis propias cosas.
¿Qué hacía para lograr sus propias cosas?
Vendía cosas en el colegio. Allá yo era el mercado ambulante. Vendía sándwiches calientes y fríos; bolis, galletas de avena, brownies, y una cosa a la que le decíamos “la dosis”, que era KrakerBran con Nucita. Ah, y algo que se llamaba Minisigüí, un polvito ácido que hasta el día de hoy no tengo ni idea de qué traía adentro. A los 17 o 18 años me metí a trabajar, los fines de semana, en un almacén de ropa de hombres. Cuando mi papá se enteró, casi se muere. Terminé joven el colegio y en ese momento mis papás me preguntaron si quería entrar a la universidad o irme primero un año a otro país.
Decidí ir a la universidad y guardar la experiencia de estar sola, afuera, para cuando estuviera graduada. Empecé la carrera de derecho en la Javeriana, adoré la carrera, pero como cosa muy particular, nunca me sentí abogada litigante. Enfoqué mi tesis en el proceso de asociación de la Comunidad Económica Europea. Y como me quería ir a París, podía continuar allá la investigación. Saliendo del último examen me monté en el avión y me fui.
Y entonces llegaron las clases de salsa…
Además de hacer un curso de civilización sa y de estudiar el idioma, aprovechaba cada segundo para trabajar. Fui tutora de un niño. Sus padres estaban vinculados a National Geographic y tenían cinco hijos que hablaban inglés, francés y alemán. Con el niño que cuidaba el trade-off era que yo le hablaba en inglés y él me contestaba en francés. Una experiencia increíble, un gana-gana para todos. También fui mesera en un restaurante mexicano y gracias a su tenía otro trabajo, que era amenizar los recorridos que hacían los pequeños barquitos por el Sena en las noches. Salíamos del restaurante y nos íbamos para allá. Si había que atender el bar, lo atendía. Si habían planillado clases de salsa, pues yo daba clases de salsa. Me gusta bailar desde pequeña. Recuerdo que a los doce años hice mi primera miniteca, con amigos del colegio, todo muy sano. Disfruto mucho la música, desde el folclore hasta una que otra de rock pesado. Y la verdad es que esos trabajos en París me dieron la oportunidad de tener recursos adicionales y de vivir una ciudad como esa de punta a punta.
Hay una frase que a veces recuerdo, creo que es de 'Kung Fu Panda'. Dice que uno encuentra su destino en el camino que uno toma para evitarlo
¿Cómo llevan sus padres el hecho de que usted sea primera dama y tenga que afrontar lo bueno y lo malo que eso implica?
Siento que con ese orgullo de ver a un hijo representando un rol importante en su país. Sin lugar a dudas, la familia es la más afectada por esos hechos de mal información o percepciones erróneas. Pero lo han asumido con hidalguía.
Me han dicho que el tema de salud es muy sensible para usted, que incluso les tiene prevención a los ambientes de clínicas y hospitales. Es curioso que, siendo así, su trabajo anterior a ser primera dama haya sido el de secretaria general de la Clínica Shaio, en Bogotá...
La salud ha sido algo muy sensible para mí. Siento que es un tema ante el cual uno es vulnerable e impotente, está por encima de las capacidades de ayudar, de apoyar, de resolver. Es cierto que siempre tuve un poco de prevención. En la universidad, cuando veía un asunto asociado a derecho médico, decía: “Si hay algo que nunca haré, será estar vinculada a una clínica, a un centro de atención en salud, a nada que se le acerque”. Me parecía tenebroso entrar a un hospital. Y terminé trabajando en la Shaio. Eso me sensibilizó más, me hizo ser más consciente de la vulnerabilidad del ser humano frente a una dolencia o a cualquier riesgo vital. Fue una experiencia enriquecedora hacer equipo con personas que día a día trabajan por salvar vidas. Hay una frase que a veces recuerdo, creo que es de Kung Fu Panda. Dice que uno encuentra su destino en el camino que uno toma para evitarlo.
¿Cuál es el momento más duro que ha vivido en estos años? ¿Qué la ha hecho llorar, por ejemplo?
Yo soy dura para llorar. Ha habido situaciones dolorosas en distintos aspectos. Hubo un momento que me marcó, no necesariamente el más doloroso, porque no me atrevería a cuantificarlo, pero lo recuerdo con profunda angustia: el día que el presidente anunció que teníamos diez muertos por covid. Fue un domingo. Recuerdo que la incertidumbre de que empezaran a morir colombianos la vivimos en familia con mucha angustia y mucho dolor.
Para terminar, dígame lo que piensa de estos tres temas que han marcado el periodo de ustedes en la Casa de Nariño y que empiezan por la misma letra: paz, paro, pandemia.
Paz: con legalidad, únicamente; con justicia y reparación. Paro: nada bueno; un proceso de confusión, caos y casi destrucción. Pandemia: una lección de vida, en mayúsculas. Cuando pienso en la pandemia se me viene a la mente la oportunidad que nos dio la vida de encontrarnos en lo más valioso que tenemos: nuestra humanidad. Pienso en un amanecer, un nuevo comienzo.
Apertura de la entrevista de María Juliana Ruiz en la edición impresa de Revista BOCAS, publicada en agosto de 2021.

Apertura de la entrevista de María Juliana Ruiz en la edición impresa de Revista BOCAS, publicada en agosto de 2021. Foto:Revista BOCAS

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Gracias por leernos.
POR: MARÍA PAULINA ORTIZ
FOTOS: RICARDO PINZÓN
REVISTA BOCAS
EDICIÓN 109. AGOSTO - SEPTIEMBRE 2021

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