Después de 14 carreras, 10 retiros y dos segundos puestos, ahí estaba Juan Pablo.
Ese día, el 16 de septiembre de 2001, no había opción para que el motor de su carro tuviera problemas, el embrague fallara o algún choque torpedeara el éxito.
De nada importaba que los 150.000 tifosi que invadían el Autódromo Nacional de Monza juntaran toda su fuerza para que Ferrari se quedara con el triunfo.
Aunque hicieran mella, no podían ser impedimento la zozobra del atentado a las Torres Gemelas, que había ocurrido cinco días atrás, ni el pronóstico reservado de su excompañero de CART, Alex Zanardi, quien sufrió un grave accidente en EuroSpeedway el día anterior.
Como todo héroe en su viaje, a pesar de los desafíos, Montoya tenía cómo poner sus fortalezas al servicio del destino. Y la historia fue testigo de la manera en que lo hizo.
Una hora, 16 minutos, 58 segundos y 493 milésimas de brillante manejo con una ingeniosa estrategia llevaron a que el bogotano, a cuatro días de su cumpleaños número 26, y en pleno onomástico de su padre, se subiera al cajón más alto del Gran Premio de Italia, tal cual lo hizo en 1990 y 1992 su gran referente, el brasileño Ayrton Senna.
El himno y la bandera de Colombia se adueñaron por primera vez de un escenario de la Fórmula 1.
Era “el día de la gloria inmarcesible”, como escribió José Clopatofsky en estas páginas.
La sonrisa de Juan Pablo Montoya representaba la satisfacción de un pueblo que veía cómo uno de los suyos triunfaba en la máxima categoría del automovilismo.
Y aunque los gestos del piloto solo pudieran transmitir alegría, internamente su sensación era de “alivio”.
Así lo asegura en una carrera al pasado, en la que EL TIEMPO hace de copiloto.
Ninguna sorpresa
La primera victoria de Montoya en la Fórmula 1 estuvo lejos de sorprender a los suyos.
Hasta ese día, Juan Pablo tenía en la espalda el peso de haber sido campeón de la Fórmula 3000, campeón de la Cart y ganador de las legendarias 500 Millas de Indianápolis.
En su llegada a la gran carpa, aquel 2001, los medios europeos le pusieron mayor atención al debut del español Fernando Alonso y el finlandés Kimi Räikkönen, pero él, tan claro en su propósito, sabía de qué iba el juego.
“Yo vine a la Fórmula 1 a ganar, no a ser parte de la procesión”, dijo en ese entonces.
En la mirada a esa primera temporada aparecen en el recuerdo de Montoya el Gran Premio de Brasil, en el que una embestida del neerlandés Jos Verstappen en la vuelta 33 frustró sus intenciones después de una pasada de antología a Michael Schumacher, y el Gran Premio de Alemania, en el que ciertos problemas de motor lo obligaron a retirarse cuando lideraba la carrera.
“Hasta ese día de Monza, habíamos estado muy cerca, de verdad. El carro no había ayudado en varias ocasiones. Esa vez del motor en Alemania, jodidos en la tanqueada, fue muy brava. Habían pasado cosas… –rememora Montoya antes de darle bandera verde a la memoria del día esperado–. Pero luego vio la victoria y respiramos”.
El día anhelado
Para sorpresa de quienes siguieron el primer triunfo de Montoya en la Fórmula 1, la gesta empezó de la manera más inesperada: con un accidente.
“La gente no sabe, pero ese día me estrellé por la mañana llegando al autódromo. Mi esposa no se acuerda (risas), pero eso fue en un round point que hay llegando allá. Antes de entrar en la rotonda, yo miré que no venía nadie y asumí que un señor que estaba adelante había arrancado y pues no. Ahí fuimos a dar...”, le confiesa Juan Pablo a este diario.
El piloto cuenta, muy a su estilo, que el choque estuvo lejos de afectarlo porque él estaba centrado en la carrera. Luego, en el autódromo, con el uniforme de Williams, el propósito era hacer efectiva su tercera pole y lograr el triunfo en un circuito que coincidía con su estilo de manejo por las largas rectas.
Sin embargo, la cosa no empezó de la mejor manera.
Sobre el final de la vuelta ocho, Rubens Barrichello, de Ferrari, una amenaza latente, logró sobrepasar a Montoya después de que este fallara con el frenado en una curva.
Y para mayor presión, el bogotano quedó entre el brasileño y Michael Schumacher, el campeón anticipado.
“Deterioré una de las llantas traseras al patinar demasiado y ahí fue que Rubens me pasó”, explica Montoya, quien resistió los ataques de Schumacher.
Con el andar, el neumático se estabilizó y Juan Pablo pudo seguir su curso.
En la vuelta 18, Schumacher fue a pits y el bogotano respiró. Luego, el turno fue para Barrichello, quien con una parada lenta, de 16,3 segundos, permitió que Montoya retomará el liderato. En la vuelta 29, el turno de detenerse fue para Juan Pablo, quien al recomponerse quedaba tercero, por detrás de los hermanos Schumacher.
Ralf, con quien compartía filas en Williams, fue a pits sobre la vuelta 36. Michael, sin gasolina, hizo su segunda parada luego. Y después, el turno, a falta de 13 vueltas, fue para Barrichello, quien cedió 6,4 segundos en su detención para recargar combustible.
En ese punto, dos carreras, la que se veía en el circuito y la que Montoya vivía en su cabeza.
“El cuento era complicado porque las llantas Michelin que traíamos eran muy rápidas al principio de la carrera, pero al final se iban mucho. Rubens estaba muy cerca, pero teníamos suficiente velocidad para lograr el triunfo. Él venía alcanzándonos, sí, pero al final, yo en mi cabeza iba calculando las décimas que me iba quitando por vuelta y las que quedaban. Me repetía: ‘Estamos bien, estamos bien’ ”, recuerda Juan Pablo.
Después de defender la diferencia llegó la imagen que Colombia se grabó: Montoya levantando el puño desde su vehículo después de haber manejado ‘a lo berraco’, como narró Germán Mejía, y la recordada subida al podio.
Una celebración que, en el público, su novia (hoy esposa), Connie Freydell, y su papá, Pablo, de cumpleaños, vivían a flor de piel.
“Fue muy especial el triunfo, pero más que felicidad lo que sentí fue alivio. Por fin ganamos, pero fue una semana muy rara, el tema del 9/11, lo de Zanardi, mi papá cumplía años, ese mismo día, pero hace un año había ganado mi última carrera en Cart, ya tenía el anillo para comprometerme con Connie en tres días… eran muchas cosas”, reconoce Montoya.
Al final, el himno sonó, la bandera se elevó y Juan Pablo, en medio de la cara larga de su compañero Ralf, celebró el haber sacado adelante una jornada difícil en la que había en general pocos motivos para que el resto del mundo celebrara. Por eso, la tradicional botella de champaña no se abrió. Y 21 años después sigue intacta.
“Yo creo que es la única botella de la Fórmula 1 que no se ha abierto. Ese día la firmé y la guardé. Con el tiempo la envolví y la tengo en la casa, allá en Miami, en el garaje, con todos los recuerdos de las carreras”, explica Juan Pablo.
Hay Montoya para rato
Después de esa victoria, Montoya logró seis triunfos más en la F-1 y llegó a ser tercero en los mundiales de 2003 y 2004. En esa carrera, Monza conserva un lugar especial.
“Esa victoria del 2001 fue un comienzo muy especial para mí por todo lo que mencionaba. Monza me dio muchas cosas, luego fui y gané allá con McLaren, hice tres poles, impuse el récord de la vuelta rápida que en 2018 batió Hamilton..., allá hemos tenido de todo”, reconoce Juan Pablo.
Sobre el próximo colombiano a obtener una victoria en la Fórmula 1, Juan Pablo dice tener al indicado: Sebastián, su hijo.
“Sebas está haciendo las cosas muy bien. Con el apoyo de Claro y todos sus patrocinadores, estamos trabajando en algo muy bueno para el próximo año. Lo que viene para él es fantástico y de seguro volveremos a ver a un Montoya ganando”, dice Juan Pablo, quien cumple años el 20 de septiembre. Fecha que, con el antecedente de su padre, vale la pena tener en cuenta para el futuro de Sebastián. Queda ver si el calendario da espera.
ANDRÉS FELIPE BALAGUERA SARMIENTO
PERIODISTA DE DEPORTES EL TIEMPO
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