Cuando a comienzos de agosto se conoció la noticia según la cual más de 700 colegios ubicados en diferentes puntos del territorio nacional cerraron sus puertas en los últimos meses o se aprestan a hacerlo, las reacciones no se hicieron esperar. Opiniones de diversa índole aparecieron en torno a una realidad que tomó a incontables padres de familia por sorpresa.
De un lado, se escucharon las voces de quienes pasaron por los salones de clase de instituciones tan tradicionales como la Presentación Sans Façon en Bogotá, el María Auxiliadora de Cali o la Quinta del Puente en inmediaciones de Bucaramanga. Multitudes de recuerdos acabaron agolpándose por cuenta de las enseñanzas recibidas, las amistades hechas y las anécdotas de maestros imposibles de olvidar.
Del otro surgieron las explicaciones en torno a una situación que no es exclusiva de Colombia. En más de la mitad de los países del mundo, el sistema educativo enfrenta el desafío de contar cada vez con menos estudiantes, debido a la disminución de las tasas de natalidad.
Como se ha dicho tantas veces, el promedio de hijos por mujer viene descendiendo en los cinco continentes hasta llegar al punto de que un número creciente de naciones registra caídas en su población. Menos jóvenes y más viejos es algo que forma parte tanto del presente como del futuro previsible de la humanidad.
Que esa tendencia comenzó hace ya un tiempo en nuestro caso es una afirmación respaldada por las cifras. Basta con mirar los datos del Ministerio de Educación para constatar que existe una disminución importante en la cantidad de niños y jóvenes matriculados, tanto en la enseñanza oficial como en la privada.
Así, tras alcanzar un pico de 11,2 millones en 2009, la pendiente cambió de sentido. Diez años después, se contabilizó un millón de alumnos menos y para 2023 el guarismo bajó a 9,8 millones.
Semejante contracción habría sido mucho más significativa de no haber sido por la migración venezolana, que comenzó a ser masiva desde 2017. Según los registros de las autoridades, los estudiantes originarios del país vecino pasaron de algo más de 200.000 en 2019 a 622.503 el año pasado.
Lo anterior indica que cuando se consideran únicamente los oriundos de Colombia la cantidad es inferior a los 9,2 millones. Puesto de otra manera, en menos de 15 años hubo una caída de dos millones de alumnos nacionales, que se ha hecho más pronunciada en tiempos recientes.
En picada
Y todo apunta a una verdadera descolgada si se consolida lo observado después de la pandemia. Una reciente publicación del Banco de la República destaca el fuerte bajonazo en los nacimientos, el cual no tiene precedentes en nuestra historia.
Basta con recordar que, frente al año precedente, en 2022 tuvo lugar una disminución del 7 por ciento en la llegada de bebés, a la que le siguió una de 11 por ciento en 2023. A su vez, en los cuatro primeros meses de 2024 vino una merma del 15 por ciento adicional, al contabilizarse 145.416 nacidos vivos.
Dicho ritmo hace probable que para el próximo diciembre el acumulado no pase de los 450.000 nacimientos, un número que nadie imaginaba hasta hace muy poco. Por ejemplo, en su ejercicio de proyecciones más reciente el Dane habla de 710.131 para 2024.
Sea cual sea el balance definitivo, el mensaje central es que el tamaño de la población en edad preescolar y escolar tendrá menguas continuas y profundas en Colombia, a menos que se revierta el bache observado en esta década. Al respecto, vale la pena señalar que la experiencia de otros países muestra que las sociedades que deciden tener pocos hijos no se devuelven, incluso en aquellos lugares donde el Estado adopta políticas explícitas para favorecer la conformación de familias grandes.
Otros factores, como la migración, pueden ahondar ese decrecimiento. De hecho, el Emisor sostiene que cuando se miran las estadísticas de nacimientos y defunciones, junto con las salidas netas de colombianos registradas por las autoridades migratorias, resulta factible que el tamaño de la población residente en el país venga cayendo desde 2022. Como parte de los que se van tienen menos de 18 años, eso también afecta la ocupación de pupitres.
Pero mientras se validan diferentes hipótesis, lo que procede es asumir que el futuro vendrá más temprano. Para citar un caso concreto, el cálculo del Dane –todavía vigente hasta que la entidad no lo revise– es que para 2037 la cantidad de jóvenes entre 3 y 16 años bajará en 1,5 millones frente a los 11 millones que dan las cuentas de hoy.
No obstante, hay quienes piensan que a la luz de lo observado eso podría suceder en esta década. Por ello aumenta el tono de quienes piden que la entidad mire otra vez el asunto, entre otras porque si las cifras de población se encuentran desfasadas parecerá que no hay suficiente cobertura educativa, así sobre el terreno se vea que la demanda potencial se está atendiendo. Y en cuanto a la cantidad de colegios, es previsible que vendrán más cierres. En algunos casos el motivo será la falta de alumnos y en unos más la calidad, mientras que en otros la razón será la fusión de las unidades más pequeñas de las cuales surgirán instituciones más grandes.
Dicho lo anterior, vale la pena subrayar que el sector no oficial mantiene sus niveles, pues, de hecho, mostró un alza en 2023, hasta 1,96 millones de estudiantes matriculados. A partir de 2010, las reducciones se concentran en el sistema público, en el cual están cuatro de cada cinco alumnos.
Cómo reaccionar
Resulta incuestionable que el cambio demográfico que experimenta Colombia es desde ya un enorme desafío, así pocos le presten atención. Áreas clave de la política pública como salud o pensiones van a ser mucho más difíciles de financiar si la proporción de personas en edad de trabajar disminuye y la cantidad de adultos que exigirán cuidado y atención sube.
Sin embargo, en lo que atañe a la educación aparecen una serie de oportunidades que permitirían superar las falencias actuales, tanto en cobertura como en calidad. Ello implica hacer las cosas de manera distinta y romper con la inercia de un esquema que requiere adaptarse a las circunstancias cambiantes.
Quienes saben del asunto sostienen que se debería abrir el espacio para la creación de grados en preescolar (prejardín y jardín) en el segmento oficial. Hacerlo no solo permitiría llenar un vacío en una etapa clave para el desarrollo de habilidades cognitivas, sino concentrar la labor que hace el Instituto de Bienestar Familiar en mejorar la oferta de atención para niños entre cero y 3 años de edad.
No menos importante sería la posibilidad de cerrar las brechas que hay entre zonas urbanas y rurales. No obstante los esfuerzos hechos hasta ahora, la verdad es que un niño que asiste a una escuela ubicada en una vereda apartada aprende menos que aquel que está matriculado en una ciudad o un pueblo, porque cuenta con menos herramientas y es difícil atraer a los mejores maestros a sitios remotos.
Igualar por lo alto en los primeros años merece ser complementado por una ampliación de la cobertura de la educación media en el campo, para que así más jóvenes puedan entrar al nivel superior, sea técnico o universitario. En este propósito la tecnología sirve para acortar distancias y abre la posibilidad de personalizar el aprendizaje.
También habría espacio para mejorar la infraestructura que requiere atención, algo que incluye dignificar a poblaciones enteras. Combatir con más efectividad la deserción o universalizar la alimentación escolar, que es una herramienta fundamental en la lucha contra la desnutrición, acabaría siendo una meta alcanzable.
Otro elemento importante es la ampliación de la jornada única a muchos más jóvenes, pues hoy en día sigue siendo mayoritario el “doble turno” de cinco horas en lo público. Aunque desde el punto de vista de eficiencia en el uso de las instalaciones y utilización de recursos limitados esto suena razonable, en la práctica lo actual deja demasiado tiempo libre, con lo cual padres y estudiantes se ven expuestos a presiones de diverso tipo.
Un caso concreto es el de Bogotá, donde el número de matriculados ha bajado en casi 200.000 estudiantes desde 2019. Para Isabel Segovia, secretaria de Educación del Distrito, la capital tiene cupos suficientes y podría usar el espacio que se abre para ampliar la jornada única que hoy cubre al 22 por ciento de los alumnos. Con unos 60.000 nacimientos anuales –muy inferiores a los 100.000 que pronosticó en su momento el Dane– todo apunta a clases más pequeñas y un mayor margen de maniobra.
Ampliar las horas de aprendizaje o poner en marcha actividades de tipo educativo y cultural daría como resultado avances en capacidades intelectuales y sociales. Ello permitiría elevar la productividad de la economía, por cuenta de la formación de talento humano que, para dar un ejemplo, podría prepararse para trabajar en las nuevas industrias, gracias a competencias más elevadas.
Aun así, es importante recordar que la moneda tiene dos caras, pues tampoco se pueden pasar por alto los peligros que trae el escenario de una población escolar en descenso. En medio de la estrechez fiscal, no faltará quien proponga recortes para destinarlos a otras prioridades o reducir el déficit de las finanzas públicas.
No menos grave sería hacer más de lo mismo, sin que se busque igualar el terreno de juego. Además, hay que evitar la tentación de gastar mal o ampliar la infraestructura con base en cálculos demográficos errados y multiplicar los llamados elefantes blancos.
Mención aparte merece la capacitación y reentrenamiento de los profesores. Si las proyecciones muestran que habrá menos niños en primaria y menos jóvenes en secundaria, más maestros deberían encargarse de la parte preescolar y vocacional.
A este respecto, es de esperar que Fecode no se convierta en un palo en la rueda, fuera de que sea el sindicato más poderoso del país. Reacio a las evaluaciones, el gremio de los educadores está obligado a hacer lo suyo en la búsqueda soluciones.
Una buena dosis de liderazgo desde las altas esferas gubernamentales es indispensable. Sobre el asunto, resulta justo anotar que varios de los objetivos anotados se encuentran consignados en el plan de desarrollo de la istración Petro.
Como siempre, el desafío es la adecuada ejecución, orientada a asegurar buenos resultados en el mediano y largo plazo. Al igual que en tantos frentes hay que saber escuchar a los profesionales, atender la voz de la experiencia y reconocer que las fórmulas de antes merecen ajustarse.
En el plano ideal, la senda por recorrer debería estar exenta de presiones políticas y ser independiente de las consideraciones electorales. A fin de cuentas, la duración de la vida escolar es mucho más prolongada que la de cualquier periodo de gobierno.
El país se encuentra a las puertas de alcanzar coberturas universales en los niveles de preescolar básica y media (hasta los 16 años) por primera vez en su historia
Debido a ello, vale la pena entender la magnitud de lo que viene. Para el experto Luis Piñeros, vinculado al Ministerio de Educación, “el país se encuentra a las puertas de alcanzar coberturas universales en los niveles de preescolar básica y media (hasta los 16 años), por primera vez en su historia, debido al comportamiento poblacional y a que se liberan maestros de otros niveles”. Aquí, la caída de alumnos en primaria y secundaria se constituiría en la principal oportunidad para elevar el de los niños de 3 y 4 años a la atención educativa.
Agrega que “el comportamiento de la matrícula conllevaría la estabilización de las plantas de personal, lo que podría significar el poder disponer de recursos adicionales para la formación docente y la dotación de textos y materiales educativos, aparte del fortalecimiento de la formación integral, expresada en el deporte, el arte y la cultura”. Concentrarse en la calidad implica tener en cuenta “que las propuestas de reforma del sistema de financiamiento de la educación preescolar, básica y media apuntan a elevar los recursos invertidos”, afirma.
Semejante promesa justifica de sobra que el país haga bien la tarea que tiene por delante. Si Colombia aspira a construir una sociedad mejor, en esta asignatura no se puede rajar.
RICARDO ÁVILA
ESPECIAL EL TIEMPO
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