Ni siquiera en el 2015, cuando en medio del inicio del último fenómeno del Niño la inflación terminó en 6,77 por ciento, ni en el 2016 cuando por este mismo factor el indicador anualizado en julio se trepó hasta el 8,97 por ciento, la variación de los precios al consumidor había suscitado tanto interés y preocupación en analistas y Gobierno, sino en la gente del común.
Este año, debido a los estragos de la crisis de contenedores, cuyos precios de movilización llevan más de un año muy por encima de su nivel normal, del aumento de las materias primas y de los insumos, y todavía de los estragos del paro del año 2020, que por ejemplo hicieron perder la cosecha de papa del sur del país, dejando sin recursos a los agricultores para tener cosecha en este comienzo de año, la inflación anualizada a marzo llegó al 8,53 por ciento y la mayoría de analistas esperan que vuelva a subir en abril y solo desde mayo comience a ceder gradualmente.
El equipo de investigaciones económicas del BBVA espera que la inflación llegue a su nivel máximo en el primer semestre con niveles cercanos a los de 2016, cuando para junio el IPC anualizado iba en 8,6 por ciento, para luego moderarse, principalmente por la caída de los precios de los alimentos, durante la segunda parte del año, con lo cual el IPC cerraría alrededor del 7 por ciento.
Y sin la posibilidad de estimar con certeza el impacto real de la guerra entre Rusia y Ucrania en la oferta de fertilizantes, otros analistas como los de Corficolombiana prevén un nivel más alto, del 8,4 por ciento, el cual en todo caso está muy distante de los récords que se han visto en la economía colombiana.
Según los registros del Banco de la República, en los últimos 10 años la inflación terminó dentro del rango meta del Banco de la República (del 2 al 4 por ciento) en seis ocasiones, y en las que estuvo por encima de ese nivel no superó el 7 por ciento.
Incluso, mirando 20 años hacia atrás el nivel más alto se dio en el año 2001, cuando los precios al consumidor tuvieron una variación de 7,65 por ciento, año en el que para marzo la inflación anualizada iba en 7,81 por ciento, aceleró hasta 8,09 por ciento en julio y luego bajó.
Pero si de inflaciones altas se trata, hay que remontarse a la época previa de la Constituyente de 1991, que transformó el rol del Banco de la República por mandato constitucional y se fijó como principal objetivo del Emisor la búsqueda del mantenimiento del poder adquisitivo de la moneda.
En efecto, en 1990, el año del histórico empate en el Mundial de Fútbol, los precios de la canasta familiar subieron 32,36 por ciento y marcaron un récord histórico, es decir, casi cuatro veces el nivel que se observa actualmente, según las cifras más recientes del Dane.
Y tuvieron que pasar muchos más años para que la inflación bajara a niveles de un dígito, lo cual se logró en 1999, el año de la crisis hipotecaria en el que el PIB cayó 4,2 por ciento, el segundo peor desempeño después de la dura contracción del 2020 por la pandemia. En ese año, el país cerró con una inflación, según los datos del Emisor, del 9,23 por ciento.
Sin embargo, previamente también hubo inflaciones parciales más altas, como la del 41,65 por ciento anual en junio de 1977 (en ese año cerró en 28,71 por ciento). Pero la historia también cuenta que más de cuatro décadas antes del esquema inflación objetivo del Emisor, en 1955 el IPC cerró en 2,03 por ciento.
ECONOMÍA Y NEGOCIOS