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Los riesgos siguen al alza / Análisis de Ricardo Ávila

En un mundo con fuertes vientos de recesión, a Colombia le puede ir mejor que a la mayoría.

Kristalina Georgieva, directora del Fondo Monetario Internacional (FMI).

Kristalina Georgieva, directora del Fondo Monetario Internacional (FMI). Foto: Olivier Douliery. AFP

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PERIODISTA ECONÓMICOActualizado:

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La idea original era la de un feliz reencuentro. Dos años después de que la pandemia obligó a que la gran mayoría de las cumbres tuvieran que suceder en formato virtual, hasta hace muy poco parecía que las reuniones de primavera organizadas conjuntamente por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial en Washington a partir de mañana serían la ocasión perfecta para decir que lo peor quedó atrás.
De acuerdo con el libreto, los ministros de Hacienda y banqueros centrales de las 190 naciones que forman parte de ambas organizaciones multilaterales estarían presentes en la capital estadounidense, hablando cara a cara. Ahora es evidente que las cosas no van a salir de acuerdo con el plan inicial.
Para comenzar, muchos decidieron quedarse en casa y aprovechar la comodidad del esquema híbrido, lo cual deja para otra ocasión las charlas informales de pasillo o incontables citas en persona. Caminar por la avenida Pensilvania bajo el sol de abril, ver los cerezos en flor, seguirá para la mayoría en el baúl de los recuerdos.
No obstante, el verdadero ausente será el optimismo. En lugar de hablar de reactivación sostenida, tras el impacto del covid-19 y sus múltiples variantes, otra palabra que comienza con ‘r’ estará presente de manera tácita o explícita en las decenas de reuniones programadas: recesión.
De ese tamaño es la nube que se cierne sobre el máximo encuentro de los responsables de las finanzas en el mundo. Con razón el pronóstico del clima en la capital estadounidense para la primera jornada se ajusta al estado de ánimo colectivo, pues los meteorólogos pronostican cielo gris, lluvia y frío a lo largo del lunes.
La directora del Fondo, Kristalina Georgieva, durante una rueda de prensa, ayer, la primera que da desde que ocupa el cargo.

La directora del Fondo, Kristalina Georgieva, durante una rueda de prensa, ayer, la primera que da desde que ocupa el cargo. Foto:AFP

Aunque es cierto que los termómetros empezarán a subir, es dudoso que el estado de ánimo cambie. Para usar la expresión usual del FMI, cualquier ejercicio de futurología está asociado a ‘riesgos al alza’ que están completamente justificados.
El motivo es obvio. La invasión de Rusia a Ucrania, ocurrida siete semanas atrás, hizo todo mucho más difícil. Aparte del deterioro en la seguridad y del enorme costo en vidas humanas y pérdidas materiales que deja la guerra, la economía global se encontró con una especie de tormenta perfecta que llena de signos de interrogación el futuro.
Repentinamente, el abastecimiento de cereales, hidrocarburos o eslabones claves en la cadena agroindustrial se vio interrumpido, trastornando a las bolsas de bienes primarios. Ese nuevo factor, sumado a las presiones que venían de atrás, acabó con las esperanzas de que los sobresaltos de 2021 serían pasajeros.
Kristalina Georgieva, la directora gerente del Fondo Monetario, resumió la situación con claridad la semana pasada. De acuerdo con la economista nacida en Bulgaria, el ejercicio de proyecciones que se dará a conocer este martes mostrará que –frente al cálculo de enero– 143 países que representan el 86 por ciento del producto interno bruto global tendrán una dinámica menor en 2022.
Junto a una desaceleración generalizada está el alza en los precios que, más que un dolor de cabeza, pasó a la categoría de migraña. “Por primera vez en muchos años la inflación se convirtió en un peligro inminente”, señaló Georgieva, que además calificó la situación como un “retroceso masivo”.
Tener que pagar más por la comida o los combustibles impactará la calidad de vida de todos los habitantes del planeta, pero en especial de los más pobres. Cientos de millones de personas que habían logrado salir de la pobreza podrían regresar a esa condición, algo que tendrá repercusiones políticas y sociales considerables.

Alerta máxima

Y no se trata de un escenario hipotético. Dos sucesos aparentemente sin relación muestran las aristas del asunto.
Para comenzar, está la noticia de que en Estados Unidos el ritmo inflacionario llegó a 8,5 por ciento anual en marzo, la tasa más alta en cuarenta años. Reportes similares se escuchan del otro lado del Atlántico o del sur del hemisferio, para no hablar de África, Asia y Oceanía. Hoy por hoy, cómo reaccionar ante las alzas es una pregunta que encabeza las preocupaciones en las más diversas latitudes.
Más allá de que el ejército ruso no pudo cumplir sus objetivos militares iniciales, todo apunta a tensiones mayores no solo en el frente de batalla, sino entre Moscú y los integrantes de la Otán.
De otro lado, los mercados registraron lo dicho por el Gobierno de Sri Lanka el martes, respecto a la suspensión temporal de sus pagos de deuda externa. Quienes saben del asunto reconocen que la economía de la isla ubicada en el océano Índico experimentaba problemas desde hace rato. Sin embargo, acreencias cada vez más costosas, junto con la necesidad de tener que pagar más por alimentos y combustibles importados, hicieron insostenible la situación.
Ante lo ocurrido en un lugar ubicado a unos 17.000 kilómetros de Colombia es fácil ignorar el campanazo de alerta. Pero los expertos sostienen que esa primera moratoria, ciertamente no será la última, pues incluso en América Latina hay países en situación frágil.
Los estudiosos de la historia cada vez encuentran más similitudes con diferentes momentos de la historia reciente. Algunos recuerdan cómo, hace medio siglo, el alza sorpresiva en las cotizaciones del petróleo impulsada por los países pertenecientes a la Opep trajo consigo un largo periodo de parálisis y altos precios para Occidente, el cual dio lugar a que el término estanflación –estancamiento más inflación– apareciera en el diccionario.
Otros se inclinan por rememorar la explosión de la “bomba de la deuda”, término que recibió la imposibilidad de México y Brasil de cumplir con sus obligaciones en 1982. Incluso podría argumentarse que la coyuntura es mucho más compleja actualmente, debido a la globalización que ha estado acompañada de flujos de capitales muy superiores y de acreencias que superan las registradas durante la crisis financiera internacional de 2008.
En verdad, una y otra emergencia estuvieron conectadas, algo que sirve para recordar que los vasos comunicantes operan en la economía global. Tarde o temprano lo que pase en el norte se sentirá en el sur y viceversa, a lo cual hay que agregarle varios elementos más.
Uno es la geopolítica. Más allá de que el ejército ruso no pudo cumplir sus objetivos militares iniciales, todo apunta a tensiones mayores no solo en el frente de batalla, sino entre Moscú y los integrantes de la Otán.
Aparte de que la factibilidad de un escalamiento ha subido por cuenta de los envíos de armamento pesado, las sanciones comerciales y financieras en contra de Rusia serán más duras. Para el Viejo Continente ello significa que el costo de la energía seguirá subiendo por los menores suministros de gas natural, petróleo y carbón, lo cual impulsa la espiral inflacionaria y le quita competitividad a la industria europea.
Otro componente es el coronavirus, que no ha desaparecido. Así en buena parte del planeta se guarden las mascarillas, China sigue con su política de suprimir los focos de contagio sea cómo sea. Lo sucedido en Shanghái no solo afecta a sus 27 millones de pobladores, sino al comercio global, pues las operaciones en el puerto de la metrópoli se sentirán durante meses.

Amarga medicina

A pesar de que las cabezas de los bancos centrales entienden que hay problemas de oferta que explican la disparada de precios de muchos artículos o servicios, saben que en últimas el remedio acabará siendo el de siempre: subir las tasas de interés. El apretón de tuercas tiene un propósito que consiste en enfriar la demanda al hacer más costoso el endeudamiento de personas y empresas.
Adicionalmente, de lo que se trata es de controlar las expectativas, para que los reajustes no sigan indefinidamente. Guardadas proporciones, el mensaje que reciben los agentes económicos es que, si el medicamento no funciona, la dosis será aumentada. Y la experiencia muestra que al final el tratamiento funciona.
Lo anterior no desconoce las particularidades de cada cual. Estados Unidos enfrenta un problema complejo derivado de las medidas de estímulo que acabaron “recalentando” su motor, lo cual se expresa en el mercado laboral.
Sobre el papel, una tasa de desempleo cerca de mínimos históricos es algo muy positivo. El lío es que hay millones de vacantes sin llenar, entre otras porque una parte importante de los estadounidenses abandonó la fuerza laboral durante la pandemia.
Como consecuencia, los salarios están subiendo por encima del 5 por ciento anual, lo cual a su vez alimenta los reajustes. De ahí que el Banco de la Reserva Federal haya dejado en claro que seguirá incrementando los intereses, tras haberlo hecho en marzo.
Idealmente, un torniquete bien puesto evitará la hemorragia incontrolable de la carestía. Los economistas usan el término “aterrizaje suave” para referirse al proceso en el cual todo vuelve a su curso paulatinamente, al lograrse una moderación en las alzas junto con un consumo atemperado.
Lamentablemente, en la práctica eso no es tan sencillo. Para decirlo con claridad, abundan más los “barrigazos” que el reacomodamiento gradual, razón por la cual volver a hablar de recesión está de moda, pues una dosis demasiado fuerte de la medicina también le hace daño al enfermo.
Ante ese panorama general, cada uno debe hacer sus cuentas. Colombia, en concreto, tiene a su favor una bonanza que nace de las mayores cotizaciones de sus principales renglones de exportación, que incluyen petróleo, carbón, oro y níquel.
Si la norma en el mundo es recortar los pronósticos de crecimiento, en nuestro caso estos van al alza. El propio FMI elevó hace unas semanas su apuesta sobre la expansión del producto interno bruto del país al 5,8 por ciento este año, ya que los vientos que vienen del exterior crean un círculo virtuoso de mayor inversión, confianza y empleo, además de despejar parcialmente el horizonte fiscal.
Pero incluso ante un mejor escenario probable, las autoridades económicas –tanto de este como del próximo gobierno– están obligadas a entender que el margen de tolerancia frente a decisiones equivocadas va a ser mucho menor. Aparte de que hay que mantener la casa en orden, comenzando por las cuentas públicas, un cambio súbito en las reglas de juego puede llegar a ahuyentar a los capitales, justo cuando más se necesitan.
Un panorama internacional más desafiante, combinado con problemas más agudos en algunos países vecinos, obliga a la cautela. Mantener la credibilidad de los mercados financieros y cuidar el endeudamiento, permitirá que Colombia pase la tormenta que se avecina sin mayores problemas.
Por el contrario, menospreciar las amenazas sería un error mayúsculo. Aquí también poner la inflación en cintura es una prioridad, junto con corregir desequilibrios y adelantar reformas para que la sociedad sea más justa e incluyente.
De lo que se trata, entonces, es de aprovechar las oportunidades que surgirán en un ambiente global más turbulento, sin olvidar las tareas pendientes. No hay duda de que eso es más fácil decirlo que hacerlo, pero vale la pena intentarlo.
Casi treinta y nueve años han pasado desde aquel septiembre de 1983, cuando en plena crisis de la deuda latinoamericana la revista Euromoney tituló un informe con la frase: “Colombia, la excepción dorada”. A la luz de lo ocurrido en aquella ocasión, pensar que esta vez las cosas también se pueden hacer relativamente bien o al menos mejor que los demás, no es simplemente una quimera, sino un sueño posible.
RICARDO ÁVILA
Analista Sénior
Especial para EL TIEMPO
En Twitter: @ravilapinto

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