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¿Fue chimbo el escándalo de que se iban a robar las elecciones?

La directora la MOE explica en qué avanzó el sistema electoral y cómo les fue a las encuestas.

Alejandra Barrios Cabrera fundó en el 2006 la Misión de Observación Electoral (MOE). Aún es su directora.

Alejandra Barrios Cabrera fundó en el 2006 la Misión de Observación Electoral (MOE). Aún es su directora. Foto: Archivo / EL TIEMPO

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Usted, como directora de la MOE, venía muy preocupada por el funcionamiento del ‘software’ de la Registraduría. ¿Hoy podemos darle un parte
de victoria?
Yo tengo confianza frente a las medidas de transparencia nuevas que se adaptaron para este proceso electoral.
Esas medidas se implementaron y fueron suficientes para brindar garantías de tranquilidad a las diferentes campañas políticas. En Colombia tenemos, a diferencia del resto de los países de América Latina, una transmisión en televisión de unos resultados electorales. A las cuatro de la tarde empezamos a conocer resultados. La televisión es una información indicativa de resultados electorales. No tiene ningún tipo de vínculo legal y es una información aproximada, que se toma del resultado de la mesa y se transmite por teléfono, y se hace una agregación rápida para que los ciudadanos puedan tener una aproximación muy acertada del resultado electoral.
O sea, hay varias etapas. La primera consistía en que los jurados de votación cumplieran con los requisitos de la mesa...
El fondo de esta discusión es la veracidad del formulario E-14, donde se llevan los datos. Se hace tres veces, no es una copia idéntica. Es ahí donde empiezan a aparecer las diferencias de los votos, donde se sabe si compraron a un jurado y si alguno modificó el resultado. Solamente uno de los tres cuerpos es el que se escruta. No es el que vimos en televisión, que es la información rápida. El conteo de los votos dura tres o cuatro días. Más lento de lo que pensamos.
En unas elecciones presidenciales normales no tiene por qué haber problema ya que, por lo general, las diferencias entre los dos primeros han sido tan amplias que no da para una disputa…
Por lo que hemos visto en el último proceso electoral, estamos hablando de diferencias de 140.000 votos. Es lo que está por verificarse.
Luego vuelve el escrutinio basado en el ‘software’, cuyo modelo estamos estrenando…
El software es contratado con unas empresas privadas desde hace alrededor de 30 años. El problema no es ese, sino que se pudieran hacer elecciones en todo el país, que no secuestraran o mataran a los candidatos y que la gente pudiera salir a votar.
Como dejó de ser nuestro principal problema, hoy podemos mirar los temas más sofisticados y, entonces, la pregunta empezó a ser ¿cómo se cuentan los votos en un programa? Por ser de una empresa privada, el código fuente, que es la esencia de la programación, como la receta de la Coca-Cola, empezó a ser importante. Pero el código fuente no se entrega porque tiene derechos de propiedad intelectual. Literalmente, sería entregar la receta de la Coca-Cola.
Y entonces, ¿cómo verificar su exactitud?
Pruebas de estrés. Pruebas de ingreso de la información. Pruebas de sanidad en la información. Simulacros. ¿Le permite borrar o no le permite borrar? ¿Sobrescribir o no? Todas esas pruebas se hacen. Pero no estamos viendo el programa. Ahora se empezó a pedir ver el programa, es decir, tener al código fuente.
¿Y eso es obligatorio que lo permitan?
Lo que dice el Consejo de Estado en la sentencia del Mira es que el código fuente debería poder ser auditado por todas las campañas políticas o todas las organizaciones de transparencia y veeduría que así lo soliciten. Y que, por lo tanto, el software debería pertenecer a la Registraduría Nacional del Estado Civil. Coincidimos completamente.
Déjeme hacerle una observación: ¿eso no rompe con la garantía de que el voto es secreto?
No, lo que se da es a la programación. Es decir, es como si yo le mostrara la receta de la Coca-Cola y le digo ‘estos son los ingredientes en estas porciones, si se revuelven de esta manera, va a tomar Coca-Cola, si no, va a tomar otra cosa’. Es poder mirar ese procedimiento.
¿O sea que la propuesta de la MOE es que el ‘software’ lo compre la Registraduría para las próximas elecciones?
Estamos yendo a elecciones más o menos cada 15 días. Y es justo que la Registraduría tenga un software que no tenga que estar pagando extra por cada una.
¿Cada 15 días? ¿Cómo así?
Sí. Hay en promedio elecciones cada 15 días. Por revocatorias de mandato, consultas minero-energéticas o cuando falta un funcionario público por temas de enfermedad, etcétera.
¿Y todas utilizan el mismo ‘software’?
Todas. Se hacen a través del mismo software que es contratado, no le pertenece a la Registraduría. Así, mirar el código fuente se vuelve imposible como mecanismo de control.
¿El hecho de que no sea permitido ese al código fuente justificaba que los candidatos antes de las elecciones sugirieran que podía haber fraude o ese escándalo fue chimbo?
Son razonables. Todas las campañas tienen derecho a pedirle a la autoridad electoral las explicaciones y aclaraciones que consideren necesarias.
La Registraduría salió a poner la cara y a responder todas las dudas. Pero creo que se alcanzó a crear un clima injusto de inseguridad sobre que estas elecciones se las iban a robar...
No había pruebas. Pero pasó algo interesante y es que hicimos un salto cualitativo en la capacidad de a información para periodistas, las campañas y para organizaciones como la MOE. Toda esa información que antes no era pública, ahora lo es. Con en archivos planos, es decir, como en grandes Excel, que nos están permitiendo comparar la información.
¿Y la MOE hoy puede decir si hubo fraude?
Podemos decir cuáles son las modificaciones de las votaciones que se presentaron, tanto para Senado y Cámara, como por partido político, por departamento.
¿Modificaciones necesariamente fraudulentas?
Modificaciones sobre las que la autoridad electoral tendrá que explicar por qué se están dando desde ayer a partir de las 4 p. m. Lo del Mira no se habría demorado tres años y medio, sino tres meses y medio.
Hablando de encuestas, usted diagnosticó con mucha firmeza que hay problemas en la interpretación metodológica de las nuevas realidades sociales y políticas por parte de los encuestadores...
Hay nuevos factores que están interviniendo en el proceso electoral y que no veíamos antes, como las redes sociales. Antes, las encuestas tenían realidades compartidas. Las redes sociales rompieron eso. Ahora cada quien tiene su realidad, dependiendo de cuál medio esté consultando. Tenemos diferentes fuentes de información en el mismo espacio.
Y diferentes fuentes para construir opinión…
¿Y eso qué hace? Que antes se partía en las encuestas de que al entrevistarla a usted en esta casa, iba a recoger la opinión de los que vivían en la casa. Ya no pasa eso. Se terminó reflejando en las encuestas. Es normal, yo creo que no es ni bueno ni malo. Pero en procesos electorales, cuando uno define ganadores, uno genera un estado de opinión pública.
Allá voy. Son dos los problemas de las encuestas. Uno, si atinan. ¿Cree que el resultado de estas elecciones es satisfactorio?
Las encuestadoras tienen un reto. Incorporar a las nuevas metodologías estas nuevas realidades. Posiblemente, y con las nuevas audiencias, hay que ubicar lugares, estratificaciones y grupos generacionales. No es lo mismo lo que consumo yo a lo que consume mi hija cuando estamos hablando de generaciones.
No solamente eso. Muestras de 1.200 encuestados para averiguar lo que van a hacer 19 millones de personas suena desproporcionado. Ninguna de las encuestas dio exactamente con los resultados del domingo, pero, en general, todas acertaron en las tendencias y en el orden de los candidatos, ayudadas por el margen de error...
Las han tenido que venir replanteando desde las últimas elecciones del doctor Santos y de Zuluaga. Si se acuerda, todas las encuestas señalaban que iba a ganar Santos en la primera vuelta, y ganó Zuluaga; y luego, en segunda vuelta, las encuestas empiezan a señalar que puede ganar Zuluaga, y gana Santos. Vamos después al plebiscito y ahí sí las encuestas iban por un lado y el país iba por el otro. Pero Colombia no es el único país que tiene ese problema metodológico.
El problema es que las encuestas no solo retratan hechos políticos, sino que también los crean… Y a mí me pareció muy lamentable que en estas elecciones fueran más importantes las encuestas que los programas...
Ahí yo creo que la pregunta es para los medios de comunicación. Si volteamos a mirar, cada uno contrató su propia encuesta. Entonces yo contrato la encuesta, tengo los resultados de la encuesta, la vuelvo noticia, publico la encuesta, señalo que es la mejor encuesta, y al otro día entonces hago un de análisis, y luego salgo a preguntarles a los ciudadanos quién considera que va a ganar. Luego con la misma encuesta hice noticia tres días. Y al final lo que daba miedo es que se produjera fraude con base en los resultados de esas encuestas.
Claro. Si los resultados del domingo no hubieran sido parecidos a los que decían las encuestas, por lo menos un candidato ya habría anunciado que denunciaría la ocurrencia de un fraude.
Entonces, ¿qué es lo que tenemos? Un efecto real en la opinión pública, pero además un impacto real en lo que es el ambiente electoral. Y esto sumado a la intolerancia que hay en las redes, partiendo de que las encuestas deben reflejarse en los resultados electorales, pues nos generó un escenario de incertidumbre, de pensar en un riesgo de fraude, pero además de mayor intolerancia en las redes sociales. Entonces, creo que terminó sacando lo peor de los ciudadanos en un escenario de democracia.
Pero si la entiendo bien, la principal responsabilidad se la achaca a los medios por haberles dado una importancia excesiva a las encuestas...
Sí. Sí. Ellos tienen que mirarse y entender que volvieron noticia su propio trabajo.
Una medición que por más científica que sea es susceptible de equivocarse por mil razones...
Y además que se hace con una muestra de ciudadanos. En Colombia más o menos el 30 % del censo electoral se encuentra en las cinco principales ciudades; el 30 %, en las ciudades intermedias; el 37 % se encuentra en los 900 municipios más pequeños, más alejados. Aquí, las encuestas se hacen usualmente en las cinco principales ciudades, y en las ciudades intermedias. Se olvida el otro 37 % del país. Y a partir de ahí, digamos, inferimos los resultados electorales.
Ya para terminar, ¿cuántos votos se pudieron haber comprado de verdad en las elecciones del domingo, burlando todos los filtros, los sistemas de seguridad, con todos los ‘softwares’?
Mire, nosotros tenemos un aproximado más o menos de máximo unos 150.000 votos. No son más los votos que se pueden mover en el escrutinio. Pero hablar de compra de 500.000 votos o más sería como ver caminando a un dinosaurio en el Park Way. Es decir, es imposible no encontrarlos, no verlos, no trastearlos, sobre todo con todas las medidas de a información que está brindando la Registraduría en este proceso electoral.
MARÍA ISABEL RUEDA
Especial para EL TIEMPO
Twitter: @MIsabelRueda

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