Escribo estas líneas un 20 de julio, en un día en que se nos invita a izar la bandera tricolor por todo el país para conmemorar los 210 años del grito de independencia con el que comenzó el proceso libertador que finalmente permitió romper con la dominación española para crear la república colombiana.
Hace meses que estoy en un doble
confinamiento.
Ahora protegiéndome del virus, pero antes andaba esquivando las amenazas de muerte y los atentados con que han intentado acallar mi voz en defensa de los territorios étnicos y las comunidades del
Pacífico. En medio de esta soledad, veo en la distancia algunas ventanas donde ciudadanos como yo han izado el amarillo, el azul y el rojo, entonces me acuerdo de esa canción de Yuri Buenaventura que propone quitarle el rojo a la bandera.
Como líder no tengo argumento ni autoridad moral para pisotear esa bandera. Pero si analizamos un poco la historia reciente de
Colombia encontramos hechos terribles y decepcionantes, como que
en nombre de esa misma bandera se intentó construir un acuerdo de paz y ahora esa paz ha sido ahorcada, asfixiada, mutilada en toda su implementación.Esa realidad no me motiva a izar la bandera de una democracia que nos impone la pena de muerte
Colombia se enorgullece de ser la “democracia más sólida” de
América Latina, porque los dictadores no han sido algo muy frecuentes en nuestra historia. Pero
acá la dictadura es de otro tipo, mediada por la violencia estructural como forma de ejercer el poder y tramitar los conflictos. Es por eso que esa “democracia” tan sólida es la misma que ha permitido y tolerado la muerte de más de 560
líderes sociales desde la firma de los acuerdos de La Habana. En 2020, más de 160 líderes fueron asesinados y 80 de ellos tan solo en el marco de la pandemia. La muerte nunca entró a cuarentena.
¿Cómo puedo celebrar la independencia cuando el panorama en los territorios por los que vivo y sufro se ha vuelto tan nefasto en medio de los últimos acontecimientos? Mis hermanos de la costa caucana claman hace más de un año por que cesen las
masacres y
desplazamientos, sin que sus voces sean escuchadas. Mis hermanos indígenas denuncian con dolor que en medio del fuego cruzado el
Eln y paramilitares ha muerto una niña indígena en el río Baudó. Y el 20 de julio en Catatumbo no izan la bandera porque deben recoger los muertos de una masacre cerca de la frontera. ¿Hasta cuándo?
La situación de violencia desatada en los territorios se ha degradado y prolongado en los últimos dos años. La paz fue una bella ilusión para nuestros territorios, pero se quedó en eso, en ilusión.
Hoy, más que el covid- 19, nuestro mayor problema son las confrontaciones y el confinamiento por culpa de la guerra, sobre todo en el Pacífico. Es la configuración de un
genocidio, como dijo bien monseñor Darío Monsalve hace días.
La realidad de nuestra gente y el sufrimiento en que viven es el motivo por el que me levanto todos los días a alzar mi voz. Esa realidad no me motiva a izar la bandera de una democracia que nos impone la pena de muerte.
Este país, que se niega a darles participación a las víctimas con las circunscripciones especiales de paz en el Congreso, es una democracia débil, fallida, que irrespeta los valores, el sufrimiento y los aportes que podemos dar las
víctimas. Esa democracia que no ha sido capaz de independizarse de la violencia no se merece que icemos su bandera mientras estemos bajo el imperio del miedo.
Para que nos sintamos orgullosos de ese amarillo, del azul y del rojo se necesitan procesos serios de respeto a la vida, que fortalezcan la participación de los que nunca hemos sido escuchados. Se necesita otro grito de independencia que nos libere, por fin, de la
violencia y de la muerte.
LEYNER PALACIOS
Líder social del Pacífico
Para EL TIEMPO
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