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Una charla en Pekín que cambió al mundo

Los presidentes de EE. UU., Richard Nixon, y China, Mao Zedong, reorientaron el equilibrio mundial.

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. Foto: Archivo EL TIEMPO

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El 28 de febrero de 1972, el avión SAM 26000 Spirit of 76 llevaba al presidente estadounidense, Richard Nixon, desde el aeropuerto Hongqiao de Shanghái hacia la base aérea Elmendorf en Anchorage, Alaska. Terminaba una gira que empezó el 21 de febrero y cuyo hito fue encontrarse con el presidente chino, Mao Zedong. En su diario personal, Nixon escribió: “Esta semana cambió el mundo”.
El encuentro era el resultado de meses de trabajo de Henry Kissinger, asesor de seguridad nacional, con el primer ministro chino, Zhou Enlai, en un tras bambalinas que incluyó acercamientos en Varsovia y Bucarest, juegos de ping-pong, sabotaje soviético y taiwanés, viajes secretos a China por Islamabad (Pakistán), mensajes enviados por Mao a Nixon a través del presidente paquistaní, Yahya Khan, y su embajador en Washington, Agha Hilaly, diciendo que estaría complacido de recibir a Nixon “para hablar del asunto de Taiwán”.
“Luego de mensajes de muy diversas fuentes, hay un mensaje de una cabeza a otra cabeza por intermedio de una cabeza”, le dijo Zhou Enlai a Khan resaltando la importancia del mensaje y el mensajero. Nixon le dijo a Kissinger: “Este es el mensaje más importante que ha recibido un presidente de los Estados Unidos desde el fin de la Segunda Guerra Mundial”.
Ambas partes reconocían su importancia en los asuntos mundiales. En 1967, Nixon escribió un artículo para Foreign Affairs titulado ‘Asia después de Vietnam’, diciendo que Estados Unidos no podía itir que “China esté por fuera de la comunidad de las naciones, excluyendo millones de los habitantes más capaces del planeta”. Para Mao era imposible aislar a China, que avanzaba rápidamente en su reconocimiento diplomático, con países que adherían al principio de una sola China representada por la República Popular y que Taiwán es parte de China, itiendo que se trata de un problema dejado por la guerra civil terminada en 1949, que les corresponde a los chinos resolver.
Para 1972, China había recuperado la representación en las Naciones Unidas y tenía relaciones diplomáticas con 80 países (hoy son 185). Sin embargo, también tenía claro el papel de Estados Unidos en la separación.
El diálogo y el compromiso les interesaba a ambos países. China buscaba un compromiso político de la más importante potencia occidental respecto de la reunificación de Taiwán. Estados Unidos quería aprovechar las fisuras de la ruptura sino-soviética para salirse de la confrontación indirecta de la guerra subsidiaria en Vietnam y evitar que por persistir en la política de contención, China volviera a acercarse a la Unión Soviética.
“En 1972, China era un país débil y pobre pero asertivo; hoy es rico, muy poderoso y asertivo. Desde entonces el desafío es saber
cómo competir con China sin provocar
un holocausto”.
Luego del encuentro con Mao, Nixon y Kissinger trabajaron con los chinos en el Comunicado de Shanghái en el que Estados Unidos reconoció que los chinos a ambos lados del estrecho de Taiwán declaraban que solo hay una China y que Taiwán hace parte de ella y buscar la normalización de relaciones, no obstante las diferencias de sistemas políticos e ideología, mediante un diálogo que redujera “los riesgos de confrontación por accidente, error de cálculo o incomprensión”.
A principios de los 80, China replanteó la política de reunificación para enfatizar la vía pacífica con la propuesta de ‘Un país, dos sistemas’, sin renunciar a la opción militar pero limitándola a eventos extremos como una declaración de independencia o una intervención extranjera.
En los últimos años, EE. UU. ha actuado contra el espíritu del Comunicado de Shanghái, exacerbando pretensiones independentistas en Taiwán y generando una situación de extremo peligro en Asia, donde ha perdido las tres grandes intervenciones militares en las que se ha involucrado luego de la Segunda Guerra Mundial: Corea, Vietnam y Afganistán.
El encuentro Nixon-Mao duró una hora y cinco minutos, a puerta cerrada y estuvieron únicamente Mao, Zhou Enlai, Nixon y Kissinger. Sin embargo, sus efectos fueron trascendentales para el orden mundial, tal y como lo habían previsto sus protagonistas, cambiaron el mundo, al ser el pilar de lo que ya se prevía como una de las relaciones bilaterales más importantes del planeta.
El Comunicado de Shanghái de 1972 es considerado dentro y fuera de China como la pieza diplomática fundamental para la preservación de la estabilidad en Asia. Cuando Estados Unidos se aparta de la tradición nacida en el encuentro Nixon-Mao, genera fricción con China y deteriora una relación esencial para el mundo.
Ambos países tuvieron que empeñarse a fondo para lograr el consenso político interno de respaldo a la estrategia de compromiso. Hoy en China dicho consenso sigue prevaleciendo, no así en Estados Unidos, donde sectores de los partidos políticos han convertido atacar a China en un arma electoral de corto plazo.
Cuando se refería a las buenas relaciones en los años 1980, Deng Xiaoping decía: “Cuando crucemos el puente no olvidemos a quienes lo construyeron”. Henry Kissinger, el único protagonista vivo, hoy con 98 años, dijo en noviembre de 2021 a CNN: “En 1972, China era un país débil y pobre pero asertivo; hoy es rico, muy poderoso y asertivo. Desde entonces, el desafío es saber cómo competir con China sin provocar un holocausto”.
Los beneficios del legado diplomático de Nixon, Mao, Kissinger y Zhou Enlai para Estados Unidos, China y el mundo han sido evidentes. El deterioro lo empezó Barack Obama, lo intensificó Donald Trump y lo ha agravado Joseph Biden, trayendo peligro e inestabilidad al mundo y el regreso del fantasma de una Guerra Fría que se había exorcizado en esa reunión de una hora y cinco minutos hace 50 años.
GUILLERMO PUYANA RAMOS
PARA EL TIEMPO

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