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Angela Merkel se despide después de 16 años

Los alemanes acuden a las urnas hoy en unas elecciones llenas de suspenso. Análisis varios.

La canciller alemana, Angela Merkel durante un mitin de campaña para el líder de la Unión Demócrata Cristiana y candidato a canciller de la CDU, Armin Laschet.

La canciller alemana, Angela Merkel durante un mitin de campaña para el líder de la Unión Demócrata Cristiana y candidato a canciller de la CDU, Armin Laschet. Foto: (Foto de Ina Fassbender / AFP)

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Los alemanes acuden a las urnas hoy en unas elecciones llenas de suspenso que marcan el final de la era Merkel. Los sondeos afirman que Alemania podría girar hacia una coalición de centro-izquierda luego de cuatro mandatos consecutivos de los conservadores. Mientras tanto, Europa también se mantiene a la expectativa pues la canciller ha sido una piedra angular de toda la comunidad europea. Las siguientes son análisis desde distintas visiones: 

El vacío en el que queda la UE

El proyecto europeo siempre tuvo líneas de fractura, pero rara vez provocaron terremotos. Eso se debió en buena medida a Alemania, que ha demostrado habilidad para arbitrar disputas entre los Estados de la Unión Europea, sobre todo durante los dieciséis años de mandato de la canciller Angela Merkel. Pero ahora que deja el cargo, ¿qué sacudidas le aguardan a la UE?
Cuando la atención de Europa se centraba exclusivamente en consolidar el mercado común, las líneas de fractura eran ante todo económicas. Durante la crisis del euro iniciada en 2009, esas fisuras se profundizaron, y muchos países ‘frugales’ del norte de la eurozona se vieron en oposición con sus presuntamente ‘pródigos’ vecinos del sur.
Hubo que esperar a la pandemia de covid-19 para que los países integrantes de la UE acordaran (sobre todo gracias a Merkel) algo parecido a un mecanismo europeo de transferencias fiscales. Pero incluso el fondo conjunto de recuperación, Next Generation EU, es de alcance limitado. Y los planes nacionales de gasto dentro del programa no han estado exentos de controversia.
Además, las fisuras económicas de Europa ahora corren a la par de crecientes divisiones políticas, que han acompañado el giro de la UE hacia una integración más amplia. Los desacuerdos de formulación existencial entre los Estados son abundantes (un ejemplo notable es la cuestión migratoria), pero las divisiones más destacadas tienen que ver, en primer lugar, con el artículo 2 del Tratado de la Unión Europea, y en segundo lugar, con la política exterior de la UE.
El artículo 2 establece los principios fundacionales de la UE: “Respeto de la dignidad humana, libertad, democracia, igualdad, Estado de derecho y respeto de los derechos humanos”. Pero su interpretación ha sido una importante fuente de conflicto –que está lejos de superarse–, con Polonia y Hungría como centro de la controversia.
Desde su victoria aplastante en la elección parlamentaria de 2010, el primer ministro húngaro, Viktor Orban, ha lanzado un asalto al Estado de derecho que implica un debilitamiento de las libertades civiles y una considerable ampliación de los poderes del Ejecutivo. Y en Polonia, el partido iliberal gobernante Ley y Justicia hizo lo propio tras su llegada al poder en 2015, centrando sus ataques en el sistema judicial.
 La UE está perdiendo a su mediadora número uno, y no está nada claro que la persona que la reemplace en la Cancillería alemana pueda o quiera asumir
esa función
Por supuesto, esto no ha pasado inadvertido para la UE. En diciembre de 2017, la Comisión Europea llegó al extremo de invocar contra Polonia el artículo 7 del Tratado, que prevé un mecanismo para la toma de medidas contra gobiernos de Estados cuyas acciones atenten contra el Estado de derecho, los derechos humanos o los principios democráticos. Fue la primera vez que se activó ese mecanismo. En septiembre de 2018, el Parlamento Europeo hizo lo mismo contra Hungría. Pero en ambos casos todavía no hay una decisión del Consejo de la UE, que afirma que “volverá sobre el asunto”.
Mientras tanto, las transgresiones no se han detenido. En junio de 2019, el Tribunal Europeo de Justicia dictaminó la incompatibilidad con el derecho europeo de la polémica reforma iniciada por el Gobierno polaco en relación con la Corte Suprema de Polonia, por menoscabar el principio de “inamovilidad” de los jueces. La Comisión emplazó a Polonia a cumplir el fallo antes del 16 de agosto o enfrentar sanciones financieras.
Pero el historial de la Comisión en materia de cumplir esa clase de amenazas no es particularmente convincente. También había dicho que los ataques de Polonia y Hungría al Estado de derecho podían ser motivo para negarles el a su cuota de los fondos de Next Generation EU: ya pospuso la decisión en el caso de Hungría, y se prevé que hará lo mismo con Polonia, pese a que ambos gobiernos han usado la crisis del covid-19 como pretexto para consolidar su control del poder.
En vez de agitar las aguas antes de la elección alemana, parece que la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, ha cifrado sus esperanzas en que el partido Fidesz de Orban y Ley y Justicia pierdan el gobierno en el próximo ciclo electoral. Pero es indudable que si Alemania quisiera, se podrían tomar medidas reales para hacer valer el artículo 2. En la práctica, Alemania ha liderado la falta de una estrategia europea para poner coto a los gobiernos iliberales de Estados iliberales.
Igual de decepcionante es el historial de la Unión en política exterior. Y una vez más, su falta de rumbo es en buena medida responsabilidad de Alemania. La Unión ha tomado varias decisiones dudosas, de las negociaciones con Turquía al Acuerdo Integral sobre Inversiones con China, firmado el último día de la presidencia alemana del Consejo Europeo.
Pero hay un área donde Alemania ya no tiene la influencia acostumbrada: Rusia. En este tema adoptó una postura clara, favorable a la normalización de relaciones. Un ejemplo emblemático es el reciente acuerdo de Merkel con el gobierno del presidente estadounidense, Joe Biden, para habilitar la finalización del gasoducto Nord Stream 2 entre Rusia y Alemania.
El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, durante su discurso en la Asamblea de la ONU.

El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, durante su discurso en la Asamblea de la ONU. Foto:EFE/EPA/EDUARDO MUNOZ

Merkel también había pedido (con apoyo del presidente francés, Emmanuel Macron) que la UE convoque una cumbre con el presidente ruso, Vladimir Putin. Pero, pese a ello, el Consejo de la UE aprobó hace poco una declaración que sienta una postura firme ante Rusia. La acalorada reunión de la que surgió esa declaración profundizó una línea de fractura fundamental de Europa que ha dividido a los países en dos bloques casi idénticos a los de la Guerra Fría.
Semejante desplante a Alemania es muy inusual. Lo común ha sido que Alemania llevara la batuta y que sus socios europeos la siguieran. En más de una ocasión, la impresionante habilidad de Merkel, para influir, predisponer y persuadir a socios y oponentes por igual a la UE, enderezó el proyecto cuando bordeaba el abismo. Puede que no haya cerrado las líneas de fractura, pero sin duda sabe cómo operar por encima de ellas.
Sin perjuicio de lo anterior, la disputa en torno a Rusia muestra que no se trata de un modelo sostenible. Ahora que Merkel deja el cargo, a la UE le aguarda un momento trascendente, sobre el cual solo los votantes alemanes tienen algún control. La UE está perdiendo a su mediadora número uno, y no está nada claro que la persona que la reemplace en la Cancillería alemana pueda o quiera asumir esa función.
La estrategia alemana de esperar hasta que circunstancias desesperadas habiliten medidas desesperadas ha mantenido intacta a la Unión. Pero también permitió a la UE eludir posicionamientos claros en cuestiones importantes, lo que a menudo redundó en beneficio de transgresores y autócratas. Sin importar quién reemplace a Merkel, los responsables de la UE -gobiernos e instituciones- tendrán que empezar a tomar decisiones difíciles, y la primera de ellas será qué hacer con los déspotas dentro y fuera de las fronteras de la Unión.
ANA PALACIO*
Project Syndicate
Madrid
* Exministra de Asuntos Exteriores de España y exvicepresidenta senior y asesora general del Grupo del Banco Mundial, es profesora invitada en la Universidad de Georgetown.

Regresa la política alemana

Los dieciséis años del reinado de Angela Merkel como canciller alemana están llegando a su fin. Más allá de lo que uno piense de ella, es innegable que le puso su sello a una era. Pero los finales de ciclos políticos no suelen ser tranquilos, y la larga despedida de Mutti (‘Mamá’ Merkel) no es la excepción.
La política electoral alemana comienza a activarse otra vez. Los resultados de las dos primeras contiendas de lo que será un superaño electoral indican que la elección federal del 26 de septiembre puede producir un nuevo gobierno de coalición, sin la Unión Demócrata Cristiana (CDU) de Merkel ni su aliada bávara, la Unión Social Cristiana (CSU).
Las elecciones de los estados de Baden-Wurtemberg y Renania-Palatinado mostraron un gran retroceso de la CDU, a la par de un avance comparable de los Verdes y una proporción de votos estable para el Partido Democrático Libre (FDP). Por eso se habla ahora de la posibilidad de una coalición con los colores del semáforo: los socialdemócratas (rojo), el FDP (amarillo) y los Verdes. De pronto un cambio de gobierno en Berlín parece una posibilidad realista.
Además, se oyen críticas cada vez más intensas a la gestión de pandemia del gobierno de Merkel (que incluyó niveles asombrosos de corrupción en la compra de mascarillas). Y en la cima de la coalición CDU/CSU persiste un vacío de poder. El poco convincente líder de la CDU, Armin Laschet, disputa el puesto con el más carismático líder de la CSU, Markus Söder.
Donald Trump se fue de la Casa Blanca (ojalá que sea para siempre) y los europeos son conscientes de que la protección de sus intereses en este siglo exige una alianza transatlántica fluida
Gane quien gane, a la CDU/CSU le aguarda una batalla cuesta arriba, sobre todo después de las resonantes derrotas en dos estados que la CDU había dominado por décadas casi como si fueran feudos hereditarios. Ambas debacles electorales, y el ascenso sostenido de los Verdes, auguran la posibilidad de un desastre para la CDU/CSU. Los alemanes están teniendo que acostumbrarse a la idea de que el gobierno de Merkel se está terminando. Y su partida será todavía más difícil en vista del vacío de poder que impera en el campo conservador.
La era Merkel coincidió, en general, con el auge de la globalización (es decir, con la apertura a las exportaciones del inmenso mercado chino). Pero en el plano interno su gobierno se caracterizó por la resistencia a las reformas, y será recordado más como un tiempo de debate que de dinamismo político. Se crearon muchas comisiones con expertos prestigiosos para analizar temas como la digitalización, pero hubo pocos resultados concretos.
Tomemos por caso la política climática y de energía. Después del desastre de 2011 en Fukushima (Japón), el Gobierno alemán ratificó el abandono gradual de la energía atómica, lo cual fue, sin duda, una decisión valiente. Pero unas semanas antes, Merkel había tomado una decisión en sentido contrario. Este ejemplo de marcha y contramarcha obedeció a un intento de favorecer a la CDU en la elección del estado de Baden-Wurtemberg. Sin embargo, la maniobra no funcionó, y el estado (parte del núcleo industrial de Alemania) está desde 2011 bajo gobierno de un ministro-presidente ‘verde’ (Winfried Kretschmann).
Todavía más valiente fue la decisión que tomó Merkel en 2015 de abrir las puertas de Alemania a los refugiados que huían de la violencia en Siria y otras partes de Medio Oriente. Pero estos logros son la excepción que confirma la regla. La era Merkel se caracterizó ante todo por la quietud; y aparentemente eso complació al electorado alemán, ya que la reeligió tres veces. Si la economía parecía serle siempre propicia, ¿por qué arriesgarse a la reforma o a la audacia estratégica?
Pero después de un período tan largo de indolencia, no es extraño que el país enfrente enormes desafíos estructurales. Junto con la Comisión Europea y otros Estados de la UE, Alemania tendrá que hacer grandes esfuerzos para superar la pérdida de confianza tras la fallida campaña europea de vacunación contra el covid-19. El próximo gobierno (cualquiera sea su composición) tendrá que dar alta prioridad a enfrentar las consecuencias de la pandemia.
La crisis sanitaria aceleró la digitalización, pero ahora hay que aprovechar el envión para ayudar a Europa a ponerse a la par de Estados Unidos y China. Cualquier avance en esta cuestión (y en la innovación digital más en general) será un aporte decisivo a la soberanía europea y ayudará a las economías de Alemania y de Europa a seguir siendo competitivas en el siglo XXI. Pero se necesitarán inmensas inversiones en investigación y desarrollo, además de modernizar los sistemas educativos. Felizmente, el plan de recuperación de la UE, Next Generation EU, con un presupuesto de 750.000 millones de euros (884.000 millones de dólares), ofrece una oportunidad histórica para promover todos esos objetivos.
El 28 de noviembre de 2019, el ex presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, sirve una cena de Acción de Gracias a las tropas estadounidenses en el campo aéreo de Bagram durante una visita sorpresa a Afganistán.

El 28 de noviembre de 2019, el ex presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, sirve una cena de Acción de Gracias a las tropas estadounidenses en el campo aéreo de Bagram durante una visita sorpresa a Afganistán. Foto:AFP / Olivier Douliery

Sin embargo, el desafío más grande será lograr una economía más ‘verde’ sin dejar de proteger a los trabajadores y preservar la cohesión social. Es una tarea demasiado grande para manejarla en el nivel nacional; demanda acciones colectivas por intermedio de una Unión Europea convertida en potencia global con todas las letras.
Por suerte, Donald Trump se fue de la Casa Blanca (ojalá que sea para siempre) y los europeos son conscientes de que la protección de sus intereses en este siglo exige una alianza transatlántica fluida. Pero para fortalecer esa relación, Europa tendrá que asumir una cuota mayor de la responsabilidad militar y política, y hacer su parte frente al desafío del ascenso de China.
Ambas tareas serán difíciles para Alemania. Pero las elecciones en Baden-Wurtemberg y Renania-Palatinado demuestran que la era Merkel de grandes discursos y pocas acciones se terminó. La realidad llama insistentemente a la puerta de Alemania, y tal vez otros porteros salgan a abrirla.
JOSCHKA FISCHER*
Project Syndicate
Berlín
* Ministro de Relaciones Exteriores de Alemania y vicecanciller de 1998 a 2005, fue líder del Partido Verde alemán durante casi 20 años.

La paradoja del patriotismo de Alemania

Mientras Alemania se prepara para sus elecciones federales en septiembre (hoy), muchos se preguntan qué deparará el futuro. Con la canciller saliente, Angela Merkel, Alemania se convirtió en una ‘nación indispensable’ en Europa y para el orden internacional basado en normas, en términos más amplios. El consenso es que quien la suceda ofrecerá más de lo mismo. La campaña del sucesor que ella misma ungió como líder de la Unión Demócrata Cristiana, Armin Laschet, efectivamente se basa en una plataforma de continuidad.
Sin embargo, mientras Merkel se prepara para dejar el cargo, hay señales de que los alemanes se están cansando del papel tradicional de su país en la Unión Europea. Aunque no hay peligro de que Alemania se aparte del bloque o caiga en manos del partido euroescéptico, las encuestas encargadas por el Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR) muestran que la confianza de los alemanes en la UE colapsó durante la pandemia del covid-19.
En 2019 y 2020, los alemanes expresaron mucha más fe en el sistema político de la UE que los ses e italianos, pero el mal desempeño de la Comisión Europea durante la pandemia parece haber cambiado esta percepción. Cerca del 55 por ciento de los alemanes ahora creen que el sistema político de la UE está roto (un salto de 11 puntos porcentuales desde el año pasado). Mientras que uno de cada dos alemanes creía que el sistema funcionaba en noviembre de 2020, solo el 36 por ciento lo hace ahora y el 49 por ciento afirma que tiene “menos” o “mucha menos” confianza en la UE debido a su política de vacunación. Cerca del 33 por ciento de los alemanes ahora piensan que la integración ha ido demasiado lejos en la UE, frente a un 23 por ciento en 2020.
Aunque no hay peligro de que Alemania se aparte del bloque o caiga en manos del partido euroescéptico, (...) la confianza de los alemanes en la UE colapsó durante la pandemia
Es cierto, estos nuevos datos provienen de una única encuesta y el sentimiento hacia la UE bien puede recuperarse una vez que la mayoría de los alemanes estén vacunados. Una serie de encuestas del ECFR en 2019 y 2020 mostró el apoyo de los alemanes a propuestas que eliminaría barreras de larga data para una integración europea más profunda; pero si la reciente pérdida de confianza se mantiene, las consecuencias a largo plazo podrían ser graves. Los líderes alemanes podrían enfrentar una creciente presión del público a favor de decisiones independientes sobre las políticas que van desde la obtención de vacunas hasta la migración, el comercio y la energía.
Después de todo, el mundo está cambiando drásticamente fuera de Alemania y trae consigo nuevas amenazas a su situación de Exportweltmeister (‘campeón exportador mundial’). Tanto China como Estados Unidos adoptaron recientemente diversas formas de proteccionismo, y otros Estados de la UE exhiben su búsqueda de estrechos intereses nacionales como un motivo de orgullo. Cuando países como Hungría y Polonia ponen abiertamente sus propios intereses por encima de la solidaridad europea, la retórica de los políticos alemanes sobre los riesgos europeos cada vez suena más desacompasada. ¿Por qué debiera Alemania priorizar a Europa cuando nadie más está dispuesto a hacerlo?
Los políticos populistas alemanes ya están aprovechando esta desconexión. Christian Lindner, del Partido Democrático Libre, por ejemplo, se opuso agresivamente a la mutualización de la deuda europea y ahora afirma que no se unirá a ninguna supuesta coalición que deje a los Verdes pro-UE a cargo del Ministerio de Finanzas.Aunque el mundo está cambiando fuera de Alemania, las élites a cargo de la política extranjera mantienen su tendencia a ver la política europea e internacional desde la perspectiva de las obligaciones mundiales y los sacrificios necesarios para proteger la solidaridad. Considerando la historia del país durante el siglo XX, es comprensible que sus líderes traten de evitar las referencias a los intereses nacionales en vez de a los europeos, pero esta incapacidad para adaptarse conlleva sus propios riesgos.
Muchos alemanes han llegado a percibir la política europea de su país como una serie de sacrificios debidos a crímenes históricos, en vez de como una herramienta para que el país sea más fuerte, rico y seguro. Este resentimiento podría finalmente propagarse si las élites alemanas no cambian su retórica. Después de la desastrosa presidencia de Trump en EE. UU., todos sabemos cómo se ve una revuelta contra la línea dominante. Paradójicamente, la mejor forma como los alemanes pueden comprometerse con un cosmopolitismo proeuropeo es presentar argumentos patrióticos. Cuando evitaron hablar del patriotismo alemán, los progresistas dejaron un vacío que la extrema derecha aprovechó para llenar, gustosa, con ultranacionalismo y xenofobia.
Pero con un mensaje exteriormente patriótico, un nuevo gobierno podría abrazar abiertamente la idea de que Alemania tiene intereses nacionales que vale la pena defender. Y, como esos intereses inevitablemente serán impulsados mejor dentro del contexto europeo más amplio, ese cambio no debiera ser a costa de la UE.
Presentando una justificación patriótica a favor de Europa, los políticos alemanes pueden destacar que ahora la opción es entre la soberanía europea y la ausencia total de soberanía. Alemania tendrá que reorientar su modelo económico para adaptarlo a las revoluciones digital y verde en curso, pero también debe encontrar la manera de defenderse contra el proteccionismo, las sanciones y otras intrigas de las grandes potencias, independientemente de que se originen en países amigos, como EE. UU., o de otros menos amigables, como China. Desde una perspectiva europea, es fundamental que Alemania realice esta transformación. Y lo que vale para la economía alemana es aún más válido para las economías más pequeñas. Otros países de la UE no debieran sentirse amenazados por un debate honesto sobre los intereses alemanes y lo que implican para la política europea. La alternativa –una Alemania desconectada– es mucho más peligrosa.
La última encuesta del ECFR debiera servir como alerta de que el público alemán puede estar perdiendo su apego por Europa. Quien se contagia de covid-19 puede sufrir una fase aguda de enfermedad, pero también una amplia gama de patologías en el largo plazo. Se pueden considerar los efectos políticos del virus de la misma manera: en el corto plazo, la pandemia provocó una fuerte respuesta inmune cuando los alemanes se movilizaron para implementar ambiciosas políticas paneuropeas, pero ahora se están asentando los efectos políticos menos conocidos del ‘covid a largo plazo’. A menos que la clase política alemana encuentre un nuevo enfoque para Europa, es probable que la UE mantenga su esclerosis y en riesgo de un malestar prolongado.
MARK LEONARD*
Project Syndicate
Berlín
* Cofundador y director del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores y autor de ‘The Age of Unpeace’ (Bantam Press, 2021).

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