A sus ochenta años, Alain Duhamel es un reconocido periodista francés por su pluma y como comentarista estrella de la cadena de información continua de televisión, BFMTV. Si la política está tan desueta entre los jóvenes y, de manera general, constituye el desamor de los ciudadanos, en Duhamel representa lo opuesto.
Su pasión por el análisis de los hombres públicos y el entendimiento de la historia lo han llevado a escribir no menos de 20 libros sobre la política nacional.
Para completar su saga el pasado mes de enero publicó Emmanuel el atrevido, una obra de lectura obligada para todo aquel que quiera entender la llegada de un meteorito en la política sa, conocer cómo ha podido dar respuesta a una triple crisis: económica, sanitaria y social, y comprender cuáles han sido los escollos de la política sa desde la llegada del general Charles De Gaulle, en 1959.
Escrita durante los últimos nueve meses, a través de 280 páginas cuenta por qué el presidente más joven de la
V República es un Bonaparte del siglo XXI, analiza de manera retrospectiva sus fortalezas y debilidades, describe la batalla que ha librado
Macron con la opinión pública, destaca su ambición y liderazgo en
Europa y deja claro los desafíos que tiene los próximos meses antes de una dura campaña electoral que parece haber iniciado anticipadamente.
Un Bonaparte de hoy
¿Cómo logró ser, con tan solo 39 años, el presidente más joven de la V República? Su historia permite ver que no tenía ningún pasado político de gran significación. No tenía ni carrera pública exitosa ni un pedigrí ideológico.
La forma como deshizo el viejo mundo político, su deseo de jugar no solo a escala nacional, sino también europea y la seguridad en sí mismo hacen de él una figura de acción y audacia.
Es un líder nato del siglo XXI, que sabe navegar frente a la revolución numérica, la tragedia ecológica y la guerra terrorista. Entre sus principales características sobresalen su inexperiencia política, su arrogancia, su carácter solitario y su incesante actitud provocadora. Esto va también de la mano con su destacada inteligencia, su deseo de romper estereotipos, su decidida energía y obstinación para convertirse en una nueva figura política. En suma, el hombre providencial de una nueva generación en la política.
A pesar de ser comparado con el brío intelectual, la modernidad y la competencia económica del expresidente Valéry Giscard d’Estaing, la realidad es otra. Carece de la experiencia de un gran parlamentario ni de un experimentado jefe político como Giscard d’Estaing.
Pese a haber tenido o con reconocidos socialistas como Michel Rocard, ex primer ministro de Mitterrand, afirma su gusto por la autoridad y el patriotismo. En su paso por el Ministerio de Economía se destacan las reformas para disminuir la burocracia, crear mayores libertades y apoyar la competencia. Esto deja claro que su cabeza se sitúa a la derecha del espectro político.
Sin embargo, su corazón está más en sintonía con líderes de la tercera vía como Tony Blair o con Gerhard Schroeder y Bill Clinton. Macron puede ser definido más bien como un liberal en el sentido anglosajón, un hombre de libertades, tolerante, pero con una proclividad fuerte a la autoridad y la firmeza.
Encontró una Europa dividida,
un brexit en el camino, un Trump antieuropeísta y un Putin sin interés en una Europa fuerte
Lleva consigo los genes presidenciales ses de la cultura literaria, el gusto por el teatro y la poesía. Es lector asiduo de Aristóteles, aficionado a filósofos como Michel Foucault, Jacques Derrida y Edgar Morin. Un apasionado de las obras del nobel de Literatura colombiano Gabriel García Márquez y de escritores como Octavio Paz y Marcel Proust.
Es un bonapartista del siglo XXI, por la manera como llegó al poder, rompiendo esquemas, por su ambición, no precisamente deseando conquistar el mundo, pero sí deseando modernizar el país y consolidar una Europa soberana y unida. Finalmente, es un bonapartista también porque llegó a poner orden y a restablecer la seguridad ante la amenaza del terror yihadista.
Elección por ruptura
Dos fechas claves de la V República permiten entender la noción de ruptura que caracteriza la llegada de Emmanuel Macron a la política sa. El 10 de mayo de 1981, cuando se dio una alternancia política de envergadura, luego de 23 años de gobiernos de derecha. Esa ruptura permitió que François Mitterrand llegara al poder con el apoyo de los socialistas y los comunistas, con dos campañas a cuestas, un fuerte discurso ideológico y una importante notoriedad y experiencia.
Por el contrario, el 7 de mayo de 2017, Emmanuel Macron llegó en solitario, sin partido, deshaciendo una clase política tradicional, novato en la carrera presidencial y acompañado por su carácter de luchador.
Con su victoria llegó el mundo nuevo. Un nuevo equipo legislativo, joven, con mayor paridad y cuadros superiores interesados en la cosa pública. Una nueva Francia que le apostaba al modernismo en contra de los populistas, al europeísmo en contra de los nacionalistas y a una nueva clase social opuesta a la clase popular perjudicada con la globalización.
La batalla de la opinión
Si bien el primer año se mantuvo la popularidad, Macron ha sido uno de los presidentes más criticados, vilipendiados y quien ha tenido que enfrentar múltiples crisis que se han seguido una tras otra. Recuerda Duhamel que ningún presidente ha logrado la unidad y tampoco ha dejado indiferentes a los electores.
Sin embargo, Macron ha sido el primer jefe de Estado más controvertido y odiado que ningún otro. La franqueza y el gusto por el dinero de Sarkozy desconcertó a los ses, Hollande fue ampliamente subestimado y dentro de su familia política traicionado.
En el caso de Macron, desde el movimiento de los ‘chalecos amarillos’ la crítica no ha tenido límites, al punto de llevar guillotinas en pancartas durante las múltiples manifestaciones. El apodo de “presidente de los ricos” se lo ganó por haber pasado unos años laborables en el banco Rothschild, haber desarrollado una política fiscal que aligeró las cargas a los empresarios y haber levantado el tabú sobre el impuesto a la fortuna, al eliminarlo.
Pese a ello, ha apuntado a una amplia reforma social a través de la política educativa, la lucha contra la pobreza, la disminución del peso fiscal para la clase media y la reforma al estatuto de la empresa de ferrocarriles SNCF.
A juicio del autor, las críticas al presidente se deben al método de gobierno, a la manera como encarna el poder: a través de una sobreexposición ante las cámaras y su autoritarismo en la toma de decisiones. Las redes sociales son un nuevo factor de bombardeo contra cualquier actividad que realice, cualquier frase que diga o cualquier desliz que tenga. Todos sus pasos son seguidos y suelen tornarse en una acusación directa al primer mandatario.
Como asegura Duhamel, las diferencias entre el presidente y los ses revelan una gran contradicción: “Un líder joven en un país de ideas centenarias, un reformador frente a una sociedad que no ama los cambios, que desconfía de las élites y un líder autoritario frente a un pueblo rebelde”.
Su estilo diplomático lo llevó a manejar con guante de seda a Trump y restaurar las relaciones con Rusia
En la compleja crisis de los ‘chalecos amarillos’, que duró más de un año, logró instaurar el Gran Debate, ejercicio que le permitió acercarse a las regiones, los alcaldes y los ses de a pie. Este evento inédito de democracia participativa le restauró la autoridad al retomar el o con la población.
Otra característica del presidente, su interés por ir al encuentro del otro, escuchar y, sobre todo, seducir. A pesar de no tener el carisma de un Sarkozy o la simplicidad calurosa de un Chirac, busca ser el protector de los ses.
Con la pandemia tuvo que posponer las grandes reformas que se había propuesto: la del trabajo y las pensiones. La crisis sanitaria lo llevó a situarse en primera línea y multiplicar sus intervenciones, las cuales llegaron a tener 35 millones de espectadores; a realizar discursos en el epicentro de la epidemia y a decidir en solitario cada acción para enfrentar el virus. A pesar de tener un gran equipo y un consejo científico que lo guía, Macron tiene la última palabra.
Así fue como elaboró las estrategias del confinamiento, preparó el desconfinamiento, optó por el toque de queda actual y no volver a un confinamiento por su costo económico y efectos negativos en la sociedad. El balance, a pesar de las críticas, ha sido favorable y le ha permitido restablecer su relación con la población.
Desde que llegó al poder su batalla ha sido por consolidar el multilateralismo, el diálogo y la concertación entre los países europeos. Encontró un escenario adverso: una Europa dividida, un brexit en el camino, un Trump antieuropeísta y un Putin desinteresado de una Europa fuerte. Su talante diplomático lo llevó a manejar con guante de seda a Trump y restaurar las relaciones con Rusia para tener un diálogo estratégico.
En el plano europeo, su lema es restaurar “una civilización europea” y crear “una potencia en equilibrio”; en el interno, modernizar al país y dejar una huella en la historia de la V República. Estos son, en resumen, los principales retos que lo llevarían a considerar, seriamente, su reelección en 2022.
Si aún no ha hecho público su deseo, su candidatura es muy probable. Cuatro temas estarán en el centro del debate: la crisis sanitaria, el desempleo, el crecimiento y el terrorismo. A juicio del autor, aunque sus acciones en Europa y en su política exterior tienen hoy resultados positivos, estas carecen de importancia en el terreno electoral.
Lo más importante será la opinión de los ses sobre quien ha liderado la crisis. Ese será el punto central y se jugará en los últimos meses, antes de la primera vuelta. Por el momento no se visualiza ningún contrincante con fuerza, más bien se repite el escenario del 2017. Macron en el centro compitiendo con dos candidatos en los extremos; a la izquierda, Jean Luc Mélenchon, y a la derecha, Marine Le Pen.
MARÍA FERNANDA GONZÁLEZ E.
Especial para El Tiempo
*Profesora de Sciences-Po