Cuando el líder norcoreano Kim Jong-un bajó de su tren blindado en una estación de ferrocarril en Jasán, al oriente de Rusia, para su reciente encuentro con el presidente Vladimir Putin, no pude evitar pensar en la película satírica 'La muerte de Stalin' (2017). El puente en miniatura que iba desde la plataforma hasta la estación y el débil corredor rojo por el que caminaba Kim contrastaban cómicamente con el regimiento militar alineado para saludarlo. La escena era prácticamente caricaturesca, como si Mickey Mouse se hubiera puesto un traje para hablar de guerra con el Pato Donald.
Por supuesto, la artillería y las armas que Putin evidentemente quiere de Kim son muy reales. También lo es la aparente sensación de Putin de que no tiene muchas más opciones internacionales.
De hecho, la cumbre con Kim se presentó como una especie de táctica y una bofetada en la cara contra el presidente chino Xi Jinping, quien ha trabajado durante años para mantener a Kim a raya y quien le había prometido a Putin una “asociación sin límites” un mes antes de la invasión rusa a gran escala a Ucrania. Y aunque Putin le ofreció a Kim una relación profunda y polifacética en la cumbre, que aprovechó para darle una guía por las instalaciones militares rusas y al cosmódromo de Vostochny, esta genera dudas.
Una relación limitada
Durante los últimos años de la Unión Soviética y a principios del periodo postsoviético, la postura del Kremlin hacia Corea del Norte fue bastante condescendiente. Los soviéticos necesitaban mantener al cerrado país comunista dentro de su esfera de Estados-clientes, para evitar que se volviera hacia la entonces hostil China, y estaban encantados de utilizar la mano de obra barata norcoreana para proyectos de construcción industrial. Pero, como escribió un investigador en 1982, la relación bilateral “no era tan amistosa ni tan estrecha” como parecía.
Eso sigue siendo cierto hoy en día. Putin visitó Pyongyang en 2000, y en 2012, después de que Kim sucedió a su padre, Rusia canceló el 90 % de la deuda de Corea del Norte de la era soviética y prometió invertir en el empobrecido país.
La inversión ha sido limitada y la determinación del régimen de Kim con el desarrollo de armas nucleares ha sido un obstáculo diplomático. La demanda rusa de no proliferación no le importa a Kim, quien preferiría afrontar fuertes sanciones antes que abandonar el programa nuclear de Corea del Norte.
Cambio de cálculo
Hoy, sin embargo, los cálculos de Putin han cambiado. Rusia está aislada internacionalmente, es un Estado paria que se enfrenta a estrictas sanciones y que emite amenazas nucleares, al igual que el reino ermitaño de Corea del Norte lo ha hecho durante décadas. Además, Putin está tratando de agrupar a Estados afines en una especie de Pacto de Varsovia del siglo XXI y Corea del Norte –un firme antagonista de Occidente– es un candidato clave. El escenario parece preparado para un auténtico eje de marginados.
Aunque no hay que ir tan rápido. Económicamente, Corea del Norte sigue teniendo poco que ofrecer a Rusia. La mayoría de los productos que vende en el mercado mundial –carbón y otros minerales, mariscos y ciertos textiles– no tienen cabida en el mercado ruso, y los artículos que Rusia podría querer importar no podrían producirse en las cantidades que lo necesita. Corea del Norte, por su parte, no puede costear nada que se acerque a los precios de mercado de los productos rusos.
Por supuesto, la asociación anunciada en la cumbre Putin-Kim no es principalmente económica. El objetivo es la cooperación militar y técnica, así como la compra de suministros de armas norcoreanas por parte de Rusia.
Una advertencia
Antagonizar a Occidente es una cosa. Violar abiertamente las resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, que prohíben estrictamente tales intercambios con Corea del Norte, debilitaría aún más la posición de Rusia en las Naciones Unidas. Además, Rusia sabe que Corea del Norte no pagará ni corresponderá a las transferencias de tecnología militar rusa. El inescrupuloso Kim podría incluso venderla a otros Estados que amenazan la paz mundial.
Nada de esto complacerá a China, que, a pesar de apoyar al régimen norcoreano, se ha cansado del constante ruido de sables de Kim. Y aunque Putin quiere señalar que Rusia también es un jugador importante en la región (Jasán está cerca de la frontera con China), difícilmente quiere convertirse en un enemigo de Xi.
Las transferencias militares rusas al régimen de Kim tampoco complacerían a Corea del Sur, un país contra el que Putin tiene una especie de venganza.
Y aquí radica probablemente la mayor motivación de Putin para reunirse con Kim. Corea del Sur no proporciona ayuda letal a países en guerra, como Ucrania, por una cuestión de política. Pero en los últimos meses, el país ha estado entregando grandes cantidades de proyectiles de artillería a Estados Unidos para “reponer las reservas (estadounidenses)”, y se comprometió a aumentar su entrega de suministros militares no letales y ayuda humanitaria a Ucrania.
Al reunirse con Kim, Putin parece estar advirtiéndole a Corea del Sur, el noveno mayor exportador de armas del mundo, que no vaya más allá. La amenaza implícita es que, si Corea del Sur, que mantiene en general buenas relaciones con Rusia, cede ante la presión de Estados Unidos y comienza a suministrarle ayuda letal a Ucrania, Rusia tomará represalias transfiriendo tecnología militar al Norte.
Recomendamos:
Corea del Norte tiene un activo que ofrecer a Rusia: mano de obra. Con un rublo debilitado que mantiene alejados a los migrantes de Asia Central, muchos trabajos de baja categoría en las ciudades rusas no se logran cubrir. La mano de obra norcoreana importada puede llenar este vacío. Para Rusia, el principal beneficio de la cumbre Putin-Kim puede limitarse a un suministro constante de trabajadores de limpieza y construcción.
NINA L. KHRUSHCHEVA*
PROJECT SYNDICATE
* Profesora de Asuntos Internacionales en The New School, coautora (con Jeffrey Tayler) de ‘In Putin’s Footsteps: Searching for the Soul of an Empire Across Russia's Eleven Time Zones’ (St. Martin's Press, 2019).
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