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El hambre, uno de los rostros de la pobreza en Argentina

El país gaucho está en un momento de crisis política y económica. La gente acude a comedores. 

Así se ve el comedor comunitario del MRP (Movimiento Resistencia Popular) en el barrio La Boca, en Buenos Aires.

Así se ve el comedor comunitario del MRP (Movimiento Resistencia Popular) en el barrio La Boca, en Buenos Aires. Foto: AFP

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En las elecciones parlamentarias de medio término que se celebraron en Argentina hace una semana, los ciudadanos salieron a votar inconformes con el gobierno de turno, liderado por el presidente Alberto Fernández. Las razones de su descontento son, entre otras, la pobreza, la economía inestable, la falta de trabajo, la inflación, etcétera.
Gracias a esto, el peronismo, movimiento político que gobierna Argentina, perdió su holgada mayoría en el Senado por vez primera en más de tres décadas.
La pobreza que se extiende en el país gracias a la pandemia y a la inflación tiene muchos rostros. Uno de ellos, quizás de los más duros, es el hambre. Por eso la AFP preparó esta crónica sobre la creciente necesidad que tienen miles de personas de acudir a comedores comunitarios, práctica que antes no era común en las ciudades.

El hambre en La Boca

Fátima Gómez, Stefani Chinguel y Carlos Alberto Álvarez acuden cada día a un comedor popular en La Boca, barrio tradicional de Buenos Aires.
Cuando todo cerró por la pandemia de covid-19, la gente tuvo que dejar de trabajar y ahora ven impotentes cómo la inflación (ver nota complementaria) devora el poco dinero que producen.
“Vengo al comedor desde hace cinco meses. Nunca antes tuve necesidad. Siempre tuve trabajo y ganaba bien, pero después de la pandemia ya no. Todos los días mando currículum, nadie me llama”, dice Stefani Chinguel, de 23 años.
En un envase, la joven se lleva dos almuerzos: uno para ella y el otro para su compañero, que sí tiene un empleo formal en una tienda, pero con un salario bajo.
“A mi novio a veces le aumentan el sueldo, pero 1.000 pesos (9 dólares, unos 35.500 pesos colombianos), no va acorde con la subida de precios”, que este año acumula 41,8 por ciento y es una de las más altas del mundo.
Entre los trabajos que hizo desde los 18 años, Chinguel cuidó ancianos y vendió automóviles. Ahora va al comedor no solo a buscar comida sino también la oportunidad de que le den un empleo en la cocina, que es recompensado con un subsidio estatal equivalente a la mitad del salario mínimo, de 32.000 pesos mensuales (unos 300 dólares).
“Mucha gente quiere entrar a trabajar aquí, pero no hay cupo”, lanza Edith Cusipaucar (40), madre de seis hijos, quien desde hace años está en el comedor. Esta mujer recibe también del Estado 15.000 pesos mensuales (145 dólares) como asignación por sus tres hijos más pequeños. Pero todas las noches sale a vender comida en un puesto callejero, que hoy abundan.
“¿Usted cree que con un sueldo de 15.400 pesos se puede mantener a una familia?”, pregunta. Lo hace de forma retórica, obviamente. Son unos 570.000 pesos colombianos: casi la mitad de un salario mínimo de nuestro país para sostener a tres hijos.
¿Usted cree que con un sueldo de 15.400 pesos se puede mantener a una familia?
En La Boca y en otros barrios desfavorecidos de la capital argentina como el Bajo Flores han surgido comedores casi en cada esquina, que son gestionados por movimientos sociales con ayuda del Estado. La mayoría ocupan pequeños locales y entregan la comida para llevar.
Como Edith Cusipaucar, Fátima Gómez, Stefani Chinguel y Carlos Alberto Álvarez, millones de personas de las principales ciudades del mundo que antes no tenían la necesidad de acudir a estas ayudas ahora lo hacen porque no tienen opción.
Lo resume bien el escritor Martín Caparrós, justamente argentino, quien tiene una de las investigaciones más profundas sobre el hambre en idioma español de la última década: “(...) Es, probablemente, una de las claves de la pandemia: que, así como empezó a morirse gente que antes no se moría, empezarían a pasar hambre personas que antes no. Que, por acción y efecto de los viruses, el hambre podría perder, en ciertos casos, su característica principal: ser algo que les pasa siempre a otros”. Esto lo dice en un epílogo actualizado que escribió para una nueva edición de El hambre, el libro ya mencionado, que se publicó de nuevo en medio del coronavirus.
La pobreza y la necesidad no están provocadas porque la gente no trabaje. Además de las razones estructurales, como la economía nacional, lo que pasa es que no hay trabajo. Y el que se encuentra es mal pago o es informal.

Rostros reales

Hay ejemplos con nombre y apellido: Fátima Gómez trabaja en una empresa de mantenimiento y, aunque no perdió el empleo, durante la cuarentena en 2020, y también después, se encontró con que no había oficinas para limpiar. En consecuencia, su salario fue reducido prácticamente a la mitad. Si ya era bajo y la inflación lo hacía menos suficiente, reducirlo en el 50 por ciento es generarle una urgencia.
Y por primera vez en su vida fue a buscar almuerzos a un comedor popular, donde le dan para ella, sus tres hijos y su nieta. “Trabajo para sobrevivir. Si yo no retiro la comida, no llegamos a fin de mes. No alcanza. Capaz que comés al mediodía y a la noche no”, explica esta mujer que vive en un “conventillo” (pensión) desde hace 20 años.
Trabajo para sobrevivir. Si yo no retiro la comida, no llegamos a fin de mes. No alcanza. Capaz que comés al mediodía y a la noche no
Otro caso: Carlos Alberto Álvarez, de 61 años, es vendedor ambulante, pero dice que ni siquiera eso se puede hacer ahora. “En la calle, los policías nos corren. No nos dejan trabajar”.
“Vengo por la necesidad, por el hambre. No hay trabajo, por eso venimos a buscar la comida”, afirma.
Y no es una simple impresión del señor Álvarez: la tasa de desempleo en Argentina fue de 9,6 por ciento en el segundo trimestre de este año, mientras que la subocupación alcanzó el 12,4 por ciento. El índice de pobreza es de 40,6 por ciento.
“La pandemia aceleró procesos que ya se venían dando en el mundo, donde cada vez había más trabajo informal y trabajo no reconocido. Cuando de un día para el otro se frena la circulación de personas y, en consecuencia, de la economía, queda expuesto un sistema que no estaba preparado para incluir a todas las personas”, destaca Ezequiel Barbenza, profesor en la Universidad del Salvador.
“La situación se deteriora, y te dicen que es culpa del coronavirus. Es y no es. El virus no causa nada: agudiza, si acaso, los problemas existentes, desigualdades existentes, pobrezas existentes. Desvela, revela, lleva al límite: es el leve empujón que desbarranca a los que sobrevivían en el borde”, analiza Caparrós en su epílogo de El hambre.

Falta de cálculo

Durante la cuarentena de 2020, el Estado argentino ofreció un auxilio excepcional para trabajadores informales, afectados por la paralización económica.
“Fue pensado para tres millones de personas, se anotaron 12 millones y se otorgó a 9 millones. Mostró un universo enorme”, apunta Barbenza, en una observación que evidencia la falta de cálculo que el Estado tenía de la crisis que se avecinaba.
La falta de empleo es, junto con la inflación y la inseguridad personal, el asunto que más preocupa a los argentinos, según el politólogo Diego Reynoso, a cargo de una encuesta de opinión pública de la Universidad de San Andrés.
“Le genera mucha incertidumbre a la gente y un malestar muy grande. Hay una sociedad que está muy angustiada, enojada, insatisfecha, con un humor fatal, que lo canaliza hacia el Gobierno”, concluye este analista.

La inflación más alta de la región después de Venezuela

El Gobierno argentino anunció el mes pasado que congelará a partir del 19 de octubre y por 90 días los precios de unos 1.500 productos de consumo masivo, una medida que busca frenar la inflación, pero que encuentra resistencia en sectores empresariales.
“No parece un gran esfuerzo para las empresas mantener los precios de cerca de 1.500 productos por 90 días”, dijo el secretario de Comercio Interior, Roberto Feletti, en rueda de prensa.
El incremento interanual del costo de vida se situó en 52,1 por ciento, cifra que confirma de nuevo que el país sudamericano sufre una de las inflaciones más altas del mundo.
Los sueldos siguen siendo iguales, pero la inflación tan alta provoca que los argentinos puedan acceder a menos productos y servicios cada mes.
La situación no es fácil: un 40 por ciento de la población está en la pobreza, según cifras oficiales.
Antes del anuncio gubernamental del congelamiento de los precios, la coordinadora de las Industrias de Productos Alimenticios, entidad patronal que agrupa a centenares de compañías, en su mayoría de alimentos y bebidas, indicó en un comunicado que “no están garantizadas las condiciones para conciliar las posibilidades de los sectores frente al pedido de estabilización de precios”.
“No rechazaron de plano la resolución por decreto. Hay una vocación sostenida de seguir dialogando con las empresas”, dijo Feletti.
La inflación este año alcanzará 48,2 por ciento, según la última encuesta del Banco Central realizada con las 42 más grandes consultoras, centros de investigación, entidades financieras y analistas extranjeros.
La encuesta también indicó que se espera un crecimiento de la economía de 7,6 por ciento. El año pasado, en plena pandemia, el retroceso fue de 9,9 por ciento.

La migración: una de las salidas

Argentina, un país que antes recibía a migrantes de manera masiva, ahora está viendo cómo sus ciudadanos dejan el país y se van a buscar mejores horizontes.
Aunque van a varias ciudades de Norteamérica y Europa, Miami (Florida, Estados Unidos) se ha convertido en uno de los puertos principales de llegada para los argentinos, que ocupan puestos en todos los gremios.
De acuerdo con un artículo del diario La Nación en el que explican cómo conseguir visas, los argentinos son los latinoamericanos que más emigraron a EE. UU. el año pasado.
“Según datos de la oficina de asuntos consulares del Departamento de Estado norteamericano, durante 2020, teniendo en cuenta que el consulado estuvo cerrado gran parte del año excepto para urgencias, se otorgaron 328 visas E en la Argentina, la mitad que el año anterior. Aun así, se mantuvo como el número más alto comparado con el resto de América del Sur. El doble que Colombia, en segundo puesto, y el triple que Brasil”, explica el texto.
NINA NEGRON
AFP
BUENOS AIRES

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