De Gaza y Cisjordania a Israel, del Líbano a Siria, de Irán a Yemen, el sonido de los tambores de guerra se extiende sin cesar en una región que si bien hace años no conoce la paz, también hacía tiempo que no era testigo de una confrontación tan amplia, peligrosa y devastadora como la que se está viviendo, en la que se han cruzado tantas líneas rojas.
La escalofriante decisión del movimiento islamista palestino Hamás de perpetrar, hace un año, la más sanguinaria masacre en la historia del Estado de Israel, marcó un punto de inflexión en las ya habituales tensiones en la región, y abrió la caja de Pandora de una confrontación que no solo desestabiliza a Oriente Medio sino también al mundo, porque justo por allí pasan algunos de los ítems que definen la economía y, en general, la geopolítica del planeta.
Ese 7 de octubre, cientos de militantes de Hamás, siguiendo el libreto de una operación que parecía una misión terrorista suicida e imposible, lograron superar la hasta ese día infranqueable barrera de seguridad israelí y accedieron al territorio para perpetrar la matanza de 1.205 personas, secuestrar a 251 y cometer todo tipo de vejámenes y atrocidades, ante la mirada impotente de unas fuerzas de seguridad consideradas las mejores y más preparadas del mundo, pero que ese día, con toda y su tecnología de punta y sus desarrollos en inteligencia artificial bélica, fueron impotentes para repeler a tiempo los drones, los buldózeres y los vehículos que sin mayor tecnología propinaron el más duro revés. El triunfo de lo análogo sobre lo digital.