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Volver o no a los kibutz del sur: la dura decisión de los evacuados en Israel
Galia Sopher y su familia hacen parte de los 240.000 evacuados tras el ataque de Hamás.
Casas de los kibutz atacados por Hamás el 7 de octubre. Foto: Angie Ruiz. EL TIEMPO
A pesar de vivir tan cerca de la Franja de Gaza -a menos de dos kilómetros-, Galia Sopher asegura que nunca sintió miedo de que milicianos de Hamás o la Yihad Islámica Palestina atacaran tan directamente su casa en el kibutz Mefalsim, ubicado al sur de Israel.
Como la gran mayoría de habitantes del país hebreo, Sopher dice que confiaba firmemente en el Domo de Hierro, el gran escudo que intercepta los misiles y cohetes lanzados desde el exterior, y estaba segura de que la valla fronteriza, la sirena o el Ejército los protegerían ante cualquier situación de peligro. Hasta que llegó el 7 de octubre.
“No teníamos miedo porque decías: ‘bueno, tenemos la reja, tenemos el Ejército, tenemos la Cúpula de Hierro, están desarrollando un láser… Estamos bien cuidados, hay mucha inteligencia. Y no. No hay nada de eso”, dice enojada.
Sopher tiene 36 años. Nació en México, pero partió a Israel cuando tenía 20. Tras años dando vueltas por el país hebreo buscando un lugar donde al fin establecerse, se instalaron con su esposo y sus dos hijas de cuatro y seis años en las comunidades agrícolas del sur. Primero fue en el kibutz Erez, a 1,6 kilómetros de Gaza, en donde estuvieron dos años, y luego fue el turno de Mefalsim. Hasta que tuvieron que salir huyendo de allí tras el ataque de Hamás en el que 1.200 personas fueron asesinadas y más de 240 secuestradas.
Esta mexicana y su familia viven desde el 15 de octubre en un hotel en Tel Aviv, al igual que los otros 240.000 desplazados por cuenta de la guerra de las comunidades del sur y del norte del país. Los gastos los cubre el Gobierno y, aunque no se quejan, esas finas instalaciones de hotel no son el kibutz que tanto quieren.
El ministro de Defensa israelí, Yoav Gallant, dijo hace pocos días que permitirán el regreso de algunas de las comunidades evacuadas a partir de la segunda quincena de febrero, puntualmente de aquellas que se ubican a entre cuatro y siete kilómetros de Gaza.
Según Times of Israel, además, el gobierno espera completar el retorno de todas las comunidades del sur para el mes de septiembre, a excepción de las zonas más afectadas -como Nir Oz o Be’eri-, en donde la reconstrucción podría tardar hasta dos años. Pero lo cierto es que muchos no saben si desean regresar algún día a ese sitio que una vez llamaron hogar.
Kibutz Nir Oz, atacado por Hamás el 7 de octubre. Foto:Angie Ruiz. EL TIEMPO
Establecerse en el kibutz
Desde una pequeña sala en el hotel donde vive al norte de Tel Aviv, Sopher cuenta que vivió en Herzliya y otras tantas ciudades de Israel. Estuvo también en Holanda y Alemania. Y cuando se decidieron a parar en un solo lugar escogieron los kibutz. Pero, volverse miembro activo de Mefalsim, aunque suene sencillo, no lo fue. Sopher explica que hay un examen económico y otro social. “Tienes que poder construir la casa y pagar los impuestos. Entre todos se paga la piscina y muchas cosas más”, dice. El social, explica, es para “ver que tus valores y tu forma de ser sean acordes a la comunidad”.
Además de las pruebas, existe una votación interna en la que los demás del kibutz deciden quién entra y quién no. También existe lo que se podría describir como un periodo de prueba: vivir allí por un tiempo para que los conozcan y si no encajan, marcharse.
Habiendo superado los filtros en Mefalsim, y tras año y medio viviendo allí, Sopher y su familia sentían que por fin habían logrado “echar raíces”: tenían planos listos para ampliar su casa y las niñas estaban felices por el proyecto. Pero, el sueño se truncó el 7 de octubre.
Sopher, su pareja, sus hijas y otras tantas familias del Kibutz habían ido a acampar. Iban a pasar la noche del viernes 6 y la madrugada del sábado 7 en los campos aledaños a la comunidad como parte de una antigua tradición para celebrar las fiestas de Sucot. Luego, a las 6:30 a. m., comenzaron los ataques.
Galia Sopher, evacuada del kibutz Mefalsim tras los ataques del 7 de octubre. Foto:Angie Ruiz. EL TIEMPO
“Estamos acostumbrados a los cohetes. Escuchas uno, escuchas dos, por ahí un poquito más. Pero no esa cantidad. Una cantidad que no paraba y no paraba y no paraba. Minutos enteros de pa, pa, pa. Durísimo”, narra.
Su reacción inmediata fue lanzarse sobre sus hijas y proteger a las pequeñas de los bombardeos. Les repetía una especie de mantra para hacerlas sentir más seguras a pesar de las bombas: “Están conmigo, están bien. Yo las cuido”.
Su esposo se había ido a casa con el carro. Era tradición enviar a alguien a que pudiera descansar para tener energías al otro día, por lo que Sopher y sus hijas no tenían cómo salir de allí más que caminar bajo las bombas. Después de varios minutos de cohetes que no paraban de sonar sobre sus cabezas, las familias que habían acampado esa noche a un kilómetro de Gaza fueron rescatadas y llevadas a casa por los voluntarios del grupo de seguridad de Mefalsim.
Pero, el pánico no se quedó en esos campos que horas antes habían visto risas y diversión, y el terror se trasladó a sus casas junto con ellos. No había electricidad, señal o noticias de lo que estaba pasando, y el único mensaje claro era ‘entrar al refugio y no salir hasta nuevo aviso’.
Estamos acostumbrados a los cohetes. Escuchas uno, escuchas dos, por ahí un poquito más. Pero no esa cantidad. Una cantidad que no paraba y no paraba y no paraba.
Sopher, su esposo, sus hijas, la perrita de la familia y una vecina que llegó a refugiarse con ellos pasaron 22 horas en el refugio sin más información que los disparos o los helicópteros que escuchaban.
“Los que estaban muy cerca de la entrada del kibutz escuchaban los disparos muy, muy cerca. Nosotros los escuchábamos lejos. No sabíamos si eran nuestros soldados, aunque no se escuchaban como nuestros soldados. No teníamos idea porque no teníamos electricidad y no teníamos señal dentro del refugio, que es el dormitorio de mis hijas. Tampoco había aire acondicionado y las ventanas tenían que estar cerradas y todo cerrado. Había que abrir la puerta, sacar el teléfono, esperar a que llegaran mensajes, que entrara aire y cerrar de nuevo. O salir, cocinar un poco para las niñas, porque no sabíamos bien qué estaba pasando, y volver a entrar”, narra.
Sabiendo lo que hoy conocen, Sopher reconoce que quizás hubo cosas que debió hacer diferente ese día. Hoy está claro que los milicianos de Hamás entraron a las casas y masacraron a sus habitantes en las cocinas, los cuartos, las salas o incluso dentro de los mismos refugios. Si lo piensa en retrospectiva, sabe que pudo haberse encontrado con los terroristas, e incluso con la muerte, al salir de su cuarto a cocinar para sus hijas. Aunque tampoco tenía otra opción.
Pero, no fue sino hasta que Sopher y su familia salieron de Mefalsim que se dieron cuenta de la magnitud de lo que había ocurrido: carros quemados, casas incineradas, marcas de bala y cuerpos regados en las carreteras que los obligaban a manejar varios kilómetros en zig zag para esquivarlos y a cubrir a las niñas para evitarles un trauma de por vida.
“A las tres y pedazo de la mañana nos dijeron que se podía salir. Que ya estaba seguro. Nos subimos al carro y nos fuimos. Todos me dijeron ‘sienta a las niñas en el piso del auto y que no vean para fuera’. Pero estábamos bastante en shock. Eran imágenes de fin de mundo. Lo veo todavía en mi cabeza y no lo entiendo. Es como si hubiera visto una película estando ahí. Por lo menos le salvé una cicatriz psicológica a mis hijas”, cuenta.
Una mexicana-israelí Galia Sopher, reveló en un video los dramáticos momentos que atraviesa con su familia desde el comienzo de los ataques terroristas de #Hamas a #Israel desde la Franja de #Gaza “No sabemos lo que está pasando, mis hijas se están volviendo locas”, afirmó. pic.twitter.com/0jVtQdvMxY
En un primer momento, Sopher y su familia llegaron a un hotel en Netanya, pero luego -deseando superar los traumas en comunidad-, ellos y 700 personas más de Mefalsim se trasladaron al hotel de Tel Aviv en el que hoy conviven.
Según Fleur Hassan-Nahoum, la vicealcaldesa de Jerusalén, una ciudad en donde también se alojan unos 50.000 desplazados de las comunidades del sur y del norte (de donde han salido huyendo de la confrontación con el grupo libanés Hezbolá), el Gobierno alcanzó un acuerdo con los hoteles para pagar una cantidad de dinero para alojar a quienes salieron de casa.
Con esa medida, al tiempo que cubre los gastos de los desplazados, el Estado también apoya a cientos de hoteles y servicios turísticos que han perdido ingresos por cuenta de la reducción de los viajeros en tiempos de conflicto.
Galia Sopher, alojada en un hotel en Tel Aviv. Foto:Angie Ruiz. EL TIEMPO
“Tiene un arreglo con los hoteles de cuatro, tres y dos estrellas. Ellos les pagan directo al hotel y los evacuados se van a vivir allí. No son los mismos precios que un turista, pero son precios para poder seguir operando. Son entre 50 y 60 dólares al día por persona. También hemos abierto escuelas en los hoteles, guarderías… todo lo que se puede hacer lo estamos haciendo para que la gente se sienta a gusto. También hemos traído psicólogos para que puedan recuperarse del trauma tan grande que vivieron”, explica Hassan-Nahoum.
Cansados de sentirse como turistas en su propio país, algunos de los evacuados ya se han ido. Como aún no pueden regresar a sus casas por los bombardeos en Gaza, han optado por rentar apartamentos cercanos a Tel Aviv y Jerusalén, en donde hoy se concentran las actividades y servicios de apoyo que el Gobierno y las comunidades están brindando a los más afectados por la guerra.
Sopher y los suyos, al contrario, optaron por ahora por aprovechar y agradecer los servicios del hotel. Las niñas van al kínder, toman clases de karate y gimnasia, o van a la piscina cada vez que pueden. Ella, por su parte, pasa su tiempo trabajando como cuidadora de bebés en el hotel. Otras veces aprovecha para ir al gimnasio, pinta o busca cómo distraerse y hacer una vida. “El tiempo hace lo suyo y uno encuentra rutina a su manera”, resume.
Necesitamos soluciones para todos: para el que quiere volver, para el que no quiere volver. No sería justo una compensación solo a quienes vuelvan
Otra parte de su tiempo la han invertido en terapia familiar. Una de las pequeñas comenzó a sufrir de bruxismo desde que comenzó la guerra y la otra ha tenido pesadillas de que la secuestran junto a sus amigas tras escuchar noticias de los liberados durante el periodo de tregua de siete días en Gaza.
Sopher dice que el hotel ha sido muy comprensivo. Ha organizado los horarios de desayuno, almuerzo y cena, ha preparado comida especial para vegetarianos o personas mayores y ha instalado todos los espacios de esparcimiento y tratamiento necesarios para los niños y adultos de los kibutz del sur.
Pero no vivirán allí para siempre. Según una fuente gubernamental consultada por el diario local Times of Israel, “el gobierno tiene la intención de dejar de proporcionar estos alojamientos a finales de febrero para las comunidades dentro del rango de cuatro a siete kilómetros y antes del 1.° de septiembre para las comunidades dentro del rango de cuatro kilómetros”. Estarán exceptuados aquellos habitantes de lugares como Kfar Aza o Nir Oz debido a la magnitud de su destrucción.
Casas atacadas y saqueadas por Hamás en el kibutz Nir Oz. Foto:Angie Ruiz. EL TIEMPO
Ese mismo diario asegura que el Gobierno israelí presume que todas las comunidades del sur van a regresar y varias de ellas ya se están preparando para hacerlo. Pero, para algunos la decisión no es tan sencilla. Maya Argov, del equipo de reasentamiento de Nir Oz, por ejemplo, le dijo al diario citado que en su comunidad perdieron la sensación de seguridad y de estar en casa. Motivos que dificultan las ansias de regreso de quienes una vez vivieron allí.
Y si bien en Mefalsim las casas permanecieron intactas y los 1.000 integrantes del kibutz sobrevivieron -dice Sopher que fue posible gracias a la valentía y el trabajo de los voluntarios de seguridad-, ellos también han perdido la sensación de sentirse seguros en las paredes a las que llaman hogar.
“El optimista dentro de ti dice: ‘bueno, no va a volver a pasar. Nadie se lo esperaba. Vamos a aprender’. ¿Pero les creo o no les creo? Sí, me siento en casa y sí quiero volver, ¿pero arriesgaría a mi familia otra vez? Tenemos que decidir juntos si volver o no y cuándo y qué nos va a hacer sentir seguros o no, y cuál es nuestro enojo contra el país y contra nuestros soldados y contra todo”, dice Sopher.
Por ahora, han puesto todas las opciones sobre la mesa, excepto la de desplazarse a México. Aunque ha vivido más en la capital mexicana -de donde es originaria- que en Israel, a ese lugar ya no lo siente su hogar. Es consciente, no obstante, que en ambos lugares corren riesgos. En México, por ejemplo, un país con una tasa de 88 asesinatos por día, sabe que puede arriesgar a sus hijas al secuestro o a las armas y a la violencia solo por ser judías. “Blanquitas de ojos azules, por supuesto que somos objetivo”, dice. En Israel, un país al que le han lanzado 13.500 cohetes en tres meses, también se están exponiendo. Y a veces se deja llevar por la culpa de organizar a su familia en Mefalsim pese a los cohetes y los peligros de tener tan cerca a quien los consideran enemigos.
No puede negar que la idea de irse de Mefalsim también ha rondado en las discusiones familiares y grupales varias veces, pero se preguntan a diario ¿si no es ahí, donde?. “Por más que viví en muchos lugares, ya teníamos los planes. Ya teníamos finalmente un futuro que se veía tangible. Les puedo mostrar los planos que la arquitecta nos estaba haciendo. Con diamantina en los ojos. Pero ahora quién sabe”.
Lo cierto es que esta familia no ha definido un tiempo para volver y dice con firmeza que el país no puede obligarlos hasta que se sientan seguros, aun cuando ya no saben qué es en realidad lo que los hará sentir seguros. “Tiene que haber soluciones para todos: para el que quiere volver, para el que no quiere volver, porque no sería justo por ejemplo dar una compensación sólo a quienes vuelvan. Sería como un soborno: vuelve y te doy dinero. Y No. Yo también lo sufrí”.
Por ahora, solo dice entre risas que hoy le gustaría no ser el adulto responsable que debe tomar la decisión sobre a qué lugar llevar a su familia tras el trauma del 7 de octubre.