Una fila de autos brillaba bajo el sol mientras avanzaban justo arriba del suelo, pasando frente a un cartel de “NO CRUISING” (Prohibido desfilar) en un parque cerca del Centro de Los Ángeles un domingo reciente.
Retumbaban los bajos en algunas de sus bocinas. Otros autos brincaban para arriba y para abajo.
Esta comunidad mayoritariamente latina se había reunido para hacer alarde de sus autos, conocidos como lowriders, pero algunos técnicamente estaban violando la ley.
El lowriding —la práctica de modificar vehículos clásicos bajando su suspensión y en ocasiones añadiendo sistemas hidráulicos— ha sido parte de la cultura automovilística de California desde la década de 1940. Pero las ciudades y condados que estereotipaban a los lowriders como asociados con el crimen y las pandillas impusieron prohibiciones a pasear en ellos.
El Gobernador Gavin Newsom de California firmó un proyecto de ley que rescinde esos vetos y elimina la prohibición estatal a que un vehículo monte bajo.
“No somos mafiosos, no buscamos problemas”, dijo René Castellón, presidente del Elegants Los Angeles Car Club.
Él y miles de otros lowriders en todo el Estado han estado abogando por la nueva ley, que entrará en vigor el 1 de enero.
Algunas ciudades ya habían eliminado sus prohibiciones. En otras partes de California, el “cruising” —a menudo definido como conducir varias veces frente al mismo lugar dentro de un periodo de tiempo determinado— seguía siendo ilegal. En el Condado de Los Ángeles, la pena es una multa de hasta 250 dólares.
“Perdí mi licencia un par de veces”, dijo Alejandro Vega, un constructor de autos personalizados cuyo trabajo ha ganado numerosos premios y ha sido exhibido en el Louvre.
El lowriding comenzó en California entre jóvenes mexicano-estadounidenses que comenzaron a rediseñar autos más antiguos y costeables con tapicería elegante, detalles cromados y dorados, potentes sistemas de sonido y, en algunos casos, sistemas de suspensión hidráulica que podían elevar el auto del suelo. Estas llamativas creaciones, hechas para desfilarse “bajo y lento”, también se convirtieron en símbolos de desafío que luego se extendieron a otras comunidades marginadas en EU y, con el tiempo, hasta Japón.
Lori Maldonado, quien se identifica como una chicana de segunda generación, dijo que si bien es cierto que algunos lowriders tienen afiliaciones anteriores a pandillas, muchos se han reformado y ven el pasatiempo como una oportunidad para expresarse y pasar tiempo con amigos y familiares.
“La comunidad lowriding nos une”, dijo Maldonado, quien conduce un Chevrolet Impala 1963. “Mantenemos la paz”.
Por: Livia Albeck-Ripka
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