BUENOS AIRES — La multitud en un concierto reciente estalló en gritos eufóricos cuando el líder del grupo subió al escenario y comenzó marcar el ritmo de la batería, lanzando a su banda en un viaje improvisado a través de géneros musicales que culminó una hora más tarde en una ovación de pie.
Durante 30 años de trayectoria, Miguel Tomasín ha editado más de 100 álbumes, ayudado a convertir a su banda argentina en uno de los grupos underground más influyentes de Sudamérica y ayudado a cientos de personas con discapacidad a expresar sus voces a través de la música.
Tomasín ha logrado esto en parte gracias a una visión artística distintiva que proviene, dijeron su familia, compañeros músicos y amigos, de haber nacido con síndrome de Down. Su historia, dicen, muestra cómo el arte puede ayudar a alguien a superar las barreras sociales y lo que puede suceder con un esfuerzo por elevar los talentos de una persona, en lugar de centrarse en sus limitaciones.
“Hacemos música para que la gente la disfrute”, dijo Tomasín en su casa, en Río Gallegos, Argentina. La música es “lo mejor, mágica”, agregó. Aunque su labor no ha logrado el éxito comercial, ha tenido un impacto significativo en cómo se percibe a las personas con discapacidad en Argentina y más allá.
También ha inspirado a los de su banda, Reynols, a establecer talleres de música de larga duración para personas con discapacidades. Y otros músicos con los que han trabajado han iniciado bandas cuyos incluyen a personas con discapacidades del desarrollo.
Tomasín tiene 58 años, aunque, como muchos otros artistas, se quita años, insistiendo en que tiene 54. Nació en Buenos Aires, el segundo de tres hijos. Su padre era capitán de la Marina, su madre una licenciada en bellas artes que permaneció en casa para criar a los niños.
En la década de 1960, la mayoría de las familias argentinas enviaba a los niños con síndrome de Down a internados especiales, que en la práctica eran poco más que asilos, dijo su hermana menor, Jorgelina Tomasín. Pero los padres de Tomasín decidieron criarlo en casa.
Comenzó a mostrar interés en los sonidos cuando era un niño pequeño, golpeando las ollas de la cocina y tocando con un piano familiar, lo que llevó a sus abuelos a comprarle una batería de juguete.
A principios de la década de 1990, cuando sus hermanos crecieron y se fueron de casa, Tomasín, entonces un adulto joven, se sintió aislado. Sus padres decidieron enviarlo a una escuela de música, pero batallaron por encontrar una que lo aceptara. En 1993, hicieron el intento con una escuela en su barrio porteño, la Escuela de Formación Integral de Músicos.
“’Hola, soy Miguel, un gran baterista famoso’”, recuerda Roberto Conlazo, quien dirigía la escuela con su hermano Patricio, que dijo Tomasín cuando fueron presentados, a pesar de que nunca había tocado una batería profesional.
Roberto Conlazo y Alan Courtis, quien daba clases en la escuela, ya estaban tocando en un grupo que terminaría convirtiéndose en Reynols. Después de dar a Tomasín algunas lecciones de batería, lo incorporaron a la banda.
Reynols divide las ganancias de los espectáculos y las ventas de música en partes iguales, lo que convierte a Tomasín en uno de los pocos músicos profesionales con síndrome de Down en el mundo.
El gran plan de Tomasín para el futuro cercano es realizar un concierto en Río Gallegos, a donde se mudó el año pasado, trayendo a sus compañeros de banda de Buenos Aires, a 2 mil 500 kilómetros de distancia, e invitan
“Que vengan a mi escuela, para que podamos tocar todos juntos”, dijo.
“Hacemos música para que la gente la disfrute”. La música es “lo mejor, mágica”.
Por: ANATOLY KURMANAEV
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