Una olla de savia de abedul hervía a fuego lento en la estufa de Eva Gunnare. Era una mañana de primavera en Jokkmokk, un pequeño pueblo sueco en el Círculo Ártico, y afuera la nieve se estaba derritiendo. Sobre la mesa había un plato de galletas hechas con mirtilos secos, una fruta endémica que Gunnare había recolectado.
“La mayoría de los suecos comen arándanos azules importados del extranjero”, dijo, mientras vertía una poca de savia en un vaso pequeño. “No saben que tenemos estos deliciosos mirtilos en nuestro propio patio trasero”.
Durante más de una década, Gunnare, una mujer sueca de 56 años, ha estado intentando restaurar la relación de las personas con la naturaleza enseñándoles a recolectar. A través de sus lecciones sobre cómo pizcar hierbas silvestres, identificar plantas comestibles y hacer miel de diente de león, entre muchas otras, busca ayudar a los lugareños y visitantes a comprender mejor la naturaleza.
Su enfoque difiere del de otros operadores turísticos de la región, que suelen centrarse en expediciones al aire libre como trekking. En opinión de Gunnare, estas no siempre ayudan a las personas a comprender o respetar mejor su entorno.
“No quiero que la gente corra por la naturaleza”, dijo. “Quiero que gateen”.
Jokkmokk, con una población de unas 3 mil personas, atrae turistas durante todo el año. Durante el invierno, miles de personas llegan al Mercado de Invierno, un evento de 400 años de antigüedad que celebra a los sámi, el pueblo indígena del norte de Escandinavia, Finlandia y el oeste de Rusia.
“La gente viene aquí para experimentar algo salvaje y remoto, pero mucha gente simplemente lo hace apresuradamente”, dijo Gunnare. “No se detiene a observar la flora y la fauna”.
Muchas de las plantas comestibles que recolecta sólo pueden crecer en los bosques primarios, que albergan un mayor número de especies y donde las plantas y los hongos, como las setas, pueden prosperar. Al mostrar a los turistas la abundancia de lo que puede crecer en un bosque primario, les enseña por qué la biodiversidad es necesaria para mantener un medio ambiente saludable.
Gunnare trabajó en diversos empleos en el sector del turismo. Pero en el 2009, sintió el llamado de relacionarse con los turistas y la naturaleza de una manera diferente.
En el 2009, Gunnare se matriculó en una clase de cocina en el Centro de Educación Sámi en Jokkmokk. Fue un punto de inflexión. En verano, cuando el cielo ártico estaba brillante, se quedaba afuera recolectando hasta medianoche y regresaba a casa cubierta de picaduras de mosquitos y con astillas en los dedos. “Realmente sentí que esta sería mi manera de lograr que la gente se preocupara por la naturaleza”, dijo.
Dos años más tarde, Gunnare fundó Essense of Lapland y desde entonces ha estado ofreciendo recorridos de recolección de comida.
En Suecia, la recolección tiene mucho tiempo de ser una importante práctica culinaria y cultural. Para los sámi, los alimentos recolectados —incluyendo hierbas y raíces— son el núcleo de su dieta.
Durante los últimos 20 años, el interés por la recolección ha aumentado significativamente a nivel mundial. A mediados de la década del 2000, la recolección de alimentos resurgió con el auge de la nueva cocina nórdica, inspirada por el restaurante danés Noma, que coloca ingredientes locales, de temporada y recolectados al centro de los platillos. También ha surgido una ola de influencers de recolección de alimentos; en TikTok, el hashtag #foragingtiktok tiene más de 160 millones de visitas.
Reconectar a las personas con la naturaleza motiva su labor. “No estoy tratando de convertir a todos en recolectores como yo”, explicó. “Estoy tratando de que lo comprendan y que desarrollen una relación con ello.
“Mientras más conozca la gente su entorno, más inclinada se sentirá para protegerlo”, añadió.
Por: Mélissa Godin
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