La mayoría de la gente supone que un planeta más cálido será un lugar más plagado de insectos, parásitos y enfermedades. El cambio climático ya está ampliando el hábitat de garrapatas que propagan la enfermedad de Lyme; de mosquitos que transmiten malaria y Zika; y de chinches que provocan el mal de Chagas.
Pero aunque algunos parásitos están recibiendo un impulso del cambio climático, pueden ser las excepciones. De acuerdo con un estudio del mes pasado en las Actas de la Academia Nacional de Ciencias que analizó 85 especies de parásitos, la mayoría sufrió una disminución en su población en el curso de 140 años, a la par de algunas de las especies de fauna más amenazadas, o peor.
“Es el tipo de merma que desencadena acciones de conservación para mamíferos y aves”, dijo Chelsea Wood, ecóloga de parásitos de la Universidad de Washington y una autora del estudio.
Pero esto no es una buena noticia. Del 40 al 50 por ciento de todas las especies animales en la Tierra son parásitos u organismos que viven en o sobre un huésped y dependen de él para sobrevivir. Esa cifra ni siquiera cuenta ciertas bacterias, virus, hongos y protozoos que también se consideran parásitos. Sin embargo, se sabe muy poco acerca de estas diversas formas de vida. La mayoría de las discusiones sobre parásitos involucran especies que nos afectan negativamente a nosotros, nuestras mascotas o nuestro ganado. A medida que los científicos aprenden más sobre los cientos de miles de otras especies de parásitos que no dañan a los humanos, surge una imagen de los grupos animales que desempeñan un papel clave en el mantenimiento de ecosistemas saludables.
Por ejemplo, los parásitos controlan las poblaciones de especies como lo hacen los depredadores. Los parásitos también ayudan a impulsar la energía por la red alimentaria, al hacer que las especies de presa se comporten de manera más imprudente y sean más fáciles de atrapar para los depredadores. Los peces killis de California infectados con un trematodo, por ejemplo, tienen entre 10 y 30 veces más probabilidades de convertirse en comida para pájaros que los peces no infectados. En Japón, los gusanos nematomorfos incitan a sus anfitriones grillos a saltar a arroyos, proporcionando hasta el 60 por ciento de las calorías totales para el pez salvelino japonés en peligro de extinción.
Hasta ahora, los científicos sólo podían adivinar cómo las presiones antropogénicas estaban afectando a los parásitos. Para responder a esta pregunta, Wood y sus colegas recurrieron a 699 especímenes de peces, la mayoría alojados en el sótano del Museo Burke de Historia Natural y Cultura, en Seattle, Washington.
Los peces, que se recolectaron entre 1880 y 2019 en el Estrecho de Puget, eran “cápsulas de tiempo de parásitos”, dijo Wood. El formol y el etanol que suspendieron a los peces también preservaron los organismos adheridos a sus branquias y piel o alojados en sus músculos y entrañas. La disección de los especímenes reveló 17 mil 702 parásitos de 85 especies diferentes, lo que permitió a Wood y sus colegas inferir cómo ha cambiado la abundancia de la población con el tiempo.
Al controlar otros factores como la contaminación y las fluctuaciones en las poblaciones de peces, el equipo descubrió que, en todas las especies, los parásitos disminuyeron 38 por ciento por cada grado centígrado de aumento en la temperatura. Los parásitos con ciclos de vida complejos —el 52 por ciento de las especies del estudio que requieren tres, cuatro o incluso cinco huéspedes para pasar de huevo a adulto— disminuyeron casi 11 por ciento cada década, un hallazgo que se asoció significativamente con la temperatura de la superficie del mar.
Lo que dicen los hallazgos, dijo Wood, es que los parásitos necesitan conservación, como cualquier otra especie: “Los parásitos están desempeñando estos roles vitales en los ecosistemas que desaparecerán cuando ellos lo hagan, y ahí es cuando nos daremos cuenta de lo importantes que son”.
Por: RACHEL NUWER
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