JINDIRES, Siria — En el lugar donde un edificio de tres pisos se derrumbó después de que un devastador terremoto azotó el noroeste de Siria en febrero, ha surgido un pequeño campamento de tiendas de campaña. Los residentes lo llaman “el campamento de los olvidados”.
En una de las tiendas, que durante el día parece una sauna, duermen Fátima al-Miree, de 61 años, y su familia de siete integrantes. Está erigida afuera de su casa de un solo piso, que todavía se yergue al lado del campamento, pero con grietas que suben y bajan amenazadoramente por las paredes. Dijo que había perdido la cuenta de cuántos grupos de ayuda habían llegado, fotografiado los daños y se habían retirado.
“No hemos visto ni cinco liras de ellos”, dijo Al-Miree. “No tenemos dinero para hacer las reparaciones nosotros mismos. Si trabajamos, comemos. Si no trabajamos, no comemos”.
Más de seis meses después de que un potente terremoto azotó el noroeste de Siria y el sur de Turquía, muchos de los afectados en Siria se sienten olvidados: las reparaciones han sido limitadas y la reconstrucción casi inexistente. Y si bien la muerte y la destrucción en la vecina Turquía fueron mucho mayores, el esfuerzo de recuperación en Siria es más complicado.
De acuerdo con las Naciones Unidas, en Siria el terremoto mató a más de 6 mil personas, destruyó 10 mil edificios y dejó a unas 265 mil personas sin hogar. Y también atravesó las líneas del frente de una guerra de 12 años.
Millones de personas que vivían en la zona del terremoto habían huido de los combates y muchos vivían en tiendas de campaña u otras viviendas improvisadas, dependiendo de la ayuda internacional, cuando ocurrió otro desastre. En julio, expiró una resolución de la ONU que permitía la ayuda transfronteriza procedente de Turquía, dejando gran parte de la ayuda humanitaria en el limbo. Los esfuerzos de ayuda global se han visto obstaculizados no sólo por las divisiones territoriales sino también por otros obstáculos derivados de la guerra, incluyendo sanciones internacionales al Gobierno, interrogantes sobre los derechos de propiedad y una provincia controlada en su mayoría por un grupo que EU ha designado una organización terrorista.
Los mayores donantes de ayuda a Siria —Estados Unidos y los países europeos— se niegan a financiar la reconstrucción del conflicto hasta que se logre un acuerdo político. La renuencia se ha extendido a los daños causados por el terremoto, afirman las organizaciones de ayuda.
Una de las preocupaciones en pueblos como Jindires es que algunas de las casas destruidas por el terremoto pertenecían a familias que habían huido, muchas de ellas de la minoría kurda de Siria. En su lugar llegaron del grupo étnico dominante, los árabes sirios, que huían de otras partes del país.
Para evitar cambiar la demografía construyendo en tierras de quienes huyeron, los grupos de ayuda se han mantenido alejados. Según el Ayuntamiento, sólo alrededor del 40 por ciento de los habitantes de Jindires son originarios de allí. Al-Miree y su familia figuran entre ellos.
Abdulrahman al-Aas y su familia llegaron a Jindires en el 2019 después de huir de Harasta, un bastión rebelde cerca de la capital, Damasco, que fue retomado por el Gobierno. Se mudaron con una tía que estaba ilegalmente en un edificio de departamentos en construcción.
Cuando se produjo el terremoto, dijo Al-Aas, de 27 años, perdió a 36 de su familia en ese edificio y otros cercanos, incluyendo a su esposa y sus tres hijos. Sólo él y su hermano sobrevivieron. Al-Aas tenía una tienda de sándwiches cerca de su departamento. También fue destruida.
Los grupos de ayuda han comenzado a rehabilitar tiendas en el zoco del Centro del pueblo. Pero las rentas eran de 200 dólares al mes, algo que Al Aas no tenía. Regresó al lugar donde una vez estuvieron su departamento y su tienda y comenzó a reconstruir otra casa y otro negocio.
“Inmediatamente después del terremoto, la gente hablaba de reconstrucción”, dijo Al-Aas. “Pero con el paso del tiempo ya nadie dice eso”.
RAJA ABDULRAHIM. THE NEW YORK TIMES
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