Khalida Popal, ex capitana de la selección nacional femenina de futbol de Afganistán, despertó en el piso de su departamento cerca de Copenhague, empapada en sudor y temblando. Había perdido el conocimiento. Una ambulancia se apresuró a ayudarla.
Eso fue hace dos años, en agosto, y los talibanes estaban tomando el control de Afganistán. Las jugadoras del equipo nacional que Popal ayudó a crear en el 2007 estaban desesperadas por salir del País, temiendo que los talibanes las mataran por practicar ese deporte. Ella se sintió asfixiada por la culpa. Durante más de 15 años, gran parte de ellos en el exilio, había exhortado a las chicas afganas a participar en todos los ámbitos de la sociedad, incluyendo los deportes, el empleo y la educación.
Así que esa tarde del verano del 2021, Popal sufrió un ataque de pánico. Despidió a los trabajadores médicos y regresó a coordinar la evacuación de las jugadoras y sus familias de Kabul, la capital afgana. Ayudó a rescatar a 87 personas. Meses después, ayudó a otras 130.
Ahora está tratando de convencer a la FIFA, el organismo rector del futbol, de que permita que las jugadoras del equipo femenino afgano representen a su País después de que los talibanes prohibieron a las mujeres participar en deportes. Las jugadoras viven en Australia, que este año fue sede de la Copa Mundial junto con Nueva Zelanda. El equipo compite por el club Melbourne Victory, pero la FIFA se niega a reconocerlo como equipo nacional porque la Federación Afgana de Futbol afirma que no existe.
“Estas jugadoras soñaban con jugar futbol representando a Afganistán y los hombres simplemente vinieron y les quitaron ese sueño”, dijo Popal.
En un comunicado, la FIFA dijo que no puede reconocer a un equipo nacional a menos que primero lo reconozca su federación nacional. Un portavoz de la Federación Afgana de Futbol dijo que el equipo femenino se disolvió cuando huyeron las jugadoras.
Popal, de 36 años, ha organizado una petición que ha sido firmada por más de 175 mil personas desde finales de julio. Más de 100 políticos respaldaron una carta que escribió a la FIFA con la parlamentaria británica Julie Elliott y Malala Yousafzai, la ganadora del Premio Nobel de la Paz que recibió un disparo en la cabeza de los talibanes cuando tenía 15 años.
Días antes de que iniciara la Copa Mundial, Popal voló a Melbourne para un partido entre el equipo afgano exiliado y un equipo que representaba a los inmigrantes y refugiados de la zona. Llamaron al evento la Copa Esperanza.
“Khalida le recuerda al mundo que todavía estamos aquí, no nos olviden”, dijo Fati Yousufi, capitana y portera del equipo afgano. “Sé que muchas de nosotras hemos dicho: ‘Quiero ser como Khalida algún día, una mujer fuerte y poderosa’”.
Los hombres le tiraban piedras a Popal cuando jugaba futbol. Durante el primer reinado de los talibanes, cuando Popal tenía entre 9 y 14 años, estuvo atrapada en una ciudad de tiendas de campaña para refugiados paquistaníes. Cuando su familia regresó a Kabul en el 2002, después de que una coalición liderada por Estados Unidos expulsó a los talibanes, ella estaba ansiosa por hacer crecer el deporte. Su madre, Shokria Popal, profesora de educación física, ayudó a reclutar jugadoras, y a menudo la llamaban prostituta. Los maestros abofeteaban a Khalida. Pero de sus esfuerzos nacieron equipos de preparatoria. Cinco años después, la Federación Afgana de Futbol aceptó al equipo de Khalida como la selección nacional femenina.
El padre y uno de los cuatro hermanos de Popal fueron atacados, como dijeron los agresores, “por dejar que su hija y su hermana jugara futbol”, recordó su padre, Timor Shah Popal.
En 2011, Popal huyó del País y se dirigió a Dinamarca.
Popal finalmente se ofreció como directora de programas del equipo nacional afgano. Las jugadoras le dijeron que habían sido abusadas sexualmente por funcionarios, incluyendo a Keramuddin Keram, presidente de la Federación Afgana de Futbol. Convenció a 10 jugadoras de denunciarlo. La FIFA finalmente vetó a Keram del deporte y los tribunales afganos lo castigaron.
Con la Copa Mundial Femenina terminando en un día, Popal estaba obteniendo toda la publicidad posible para el equipo afgano antes de que el mundo dejara de mirar. Malala Yousafzai, la activista paquistaní, había volado a Melbourne para ayudar.
Yousafzai dijo que la FIFA necesitaba cambiar sus regulaciones para permitir que el equipo compitiera porque practicar un deporte es un derecho humano básico. “Es hora de que la gente decida que no está del lado de los talibanes”, dijo.
“Es muy solitario y agotador hacer esto sola, que fue lo que hice durante mucho tiempo, pero ahora veo que la nueva generación lo entiende”, dijo Popal, emocionada. “Ya no todo recae sobre mis hombros”.
Safiullah Padshah contribuyó con reportes a este artículo.
Por: Juliet Macur
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