Cuatro kilómetros sobre el Pacífico, con las exhalaciones combinadas de humanos y sus automóviles y fábricas soplando hacia él, Aidan Colton levantó un frasco de vidrio del tamaño de un coco. Contuvo la respiración —hasta el dióxido de carbono de sus pulmones podría corromper la muestra— y abrió la válvula.
La muestra tomada en Mauna Kea está alimentando el registro más largo del mundo de lecturas directas de gases que atrapan calor en la atmósfera. Las mediciones constituyen el cuerpo más completo de evidencia de primera mano de cómo ha cambiado la química de la Tierra desde mediados del siglo 20. Representan un triunfo del compromiso científico a largo plazo. Y entraron en crisis a fines del año pasado.
Durante 60 años, los científicos habían estado tomando medidas del aire de instalaciones en Mauna Loa, un volcán cercano en la Isla Grande de Hawai. Pero en noviembre de 2022, Mauna Loa entró en erupción por primera vez en casi 40 años. Nadie resultó herido, pero los flujos de lava de hasta 9 metros de profundidad derribaron las líneas eléctricas del observatorio y enterraron una sección del camino por la montaña. Las instalaciones se paralizaron.
Se requirió una carrera transoceánica y una dosis de suerte para que los científicos del observatorio de Mauna Loa reiniciaran sus lecturas —tomándolas, por primera vez, en Mauna Kea.
La interrupción destaca la cuidadosa planeación y la delicada labor que implica la recopilación de estos datos, además de los obstáculos, tanto humanos como naturales, que pueden interponerse en el camino. Muestra cómo la tarea aparentemente sencilla de medir el aire dista mucho de serlo.
Después de que Mauna Loa comenzó a arrojar lava, los técnicos de la istración Nacional Oceánica y Atmosférica, que dirige el observatorio, volaron al lugar e instalaron instrumentos en Mauna Kea. Lo hicieron muy rápidamente porque, meses antes, la NOAA ya había comenzado a explorar la ubicación de un sitio de respaldo allí, en un telescopio istrado por la Universidad de Hawai.
“Definitivamente se dio en el momento preciso”, dijo Brian A. Vasel, funcionario de la NOAA. Pero “definitivamente no es una coincidencia”.
La agencia estuvo un poco más de una semana sin tomar medidas.
La NOAA ahora está transportando es solares y baterías a Mauna Loa en helicóptero para restaurar la energía en el observatorio. El plan es recopilar mediciones paralelas en ambos volcanes durante un año para ver cómo se comparan y evaluar si Mauna Kea, que entró en erupción por última vez hace 4 mil 600 años, podría convertirse en un respaldo a largo plazo para Mauna Loa, el volcán activo más grande del mundo.
Una vez que la lava se enfríe lo suficiente como para construir un nuevo camino, probablemente para el verano, la agencia planea comenzar a mejorar su observatorio en Mauna Loa con un espacio de laboratorio renovado, conectividad de fibra óptica y su primer sistema séptico.
Tanto Mauna Loa como Mauna Kea se encuentran en lo alto, lejos de pueblos, automóviles y bosques cercanos, y en el camino de las masas de aire que recorren el globo a grandes altitudes, arremolinando los gases sobre muchas de las regiones más desarrolladas de la Tierra.
Pero lo más probable es que el aire en los dos sitios sople desde alturas algo diferentes en la atmósfera, lo que podría influir en los niveles de gases de efecto invernadero que detectan. Las instalaciones en Mauna Loa tienen una elevación aproximadamente un kilómetro menor que las de Mauna Kea. También se encuentra debajo de la cima del volcán, lo que le permite captar aire limpio de gran altitud que se enfría y fluye cuesta abajo al llegar a las frías laderas nocturnas. El sitio de Mauna Kea está en la cima de la montaña, donde no existe este efecto.
La NOAA espera completar la primera de sus mejoras en Mauna Loa para el otoño del 2024, dijo Vasel. El precio: 5.5 millones de dólares.
Para las agencias de financiamiento, el monitoreo atmosférico a largo plazo es difícil de vender, dijo Ralph Keeling, científico de la Institución Scripps.
“El cambio climático se está produciendo década por década; no sabes lo que está pasando a menos que estés observando década por década”, dijo Keeling. “Eso significa mediciones en un marco de tiempo mucho más largo que un proyecto científico típico.
“En algún momento, las agencias dicen: ‘Bueno, ¿por qué estamos pagando por esto?’”, dijo.
RAYMOND ZHONG
The New York Times
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