Una tarde de julio en la isla de Príncipe, a 320 kilómetros de la costa de África occidental, 11 mil mosquitos rociados con polvo verde fluorescente volaron juntos por el denso aire, minúsculos voluntarios al servicio de la ciencia.
Durante las siguientes 10 noches, otro grupo de voluntarios, humanos, se sentó afuera de sus casas enclavadas en la selva tropical, manteniendo brazos y piernas expuestos en la oscuridad, esperando el cosquilleo de un mosquito en busca de sangre. Una vez que se posaba alguno, encendían una lámpara y usaban un tubo conectado a un frasco de vidrio para aspirar el insecto y sellarlo en un vaso.
Los mosquitos fueron criados a partir de larvas, rociados y luego liberados por científicos que intentan llevar la ciencia genética de vanguardia a la antigua lucha contra la malaria, la enfermedad más mortal transmitida por mosquitos.
Durante las 10 mañanas posteriores a la liberación, los científicos recogieron vasos con mosquitos. Luego llevaron los insectos a un laboratorio improvisado en su hotel, donde los deslizaron bajo un microscopio fluorescente. Doce de los 253 mosquitos brillaron con el polvo.
Los mosquitos recapturados ofrecieron datos sobre qué tan lejos volaban y el tamaño de la población de mosquitos. Y acercaron a los científicos a su objetivo: reemplazar los mosquitos que viven aquí por otros que han sido modificados genéticamente para que ya no puedan transmitir el parásito de la malaria.
La idea es liberar una pequeña colonia de mosquitos genéticamente modificados para que se apareen con los silvestres. La ingeniería genética que están utilizando podría, en tan sólo unas cuantas generaciones —cuestión de meses en los mosquitos— hacer que todo miembro de Anopheles coluzzii, la especie que transmite la malaria aquí, sea efectivamente inmune al parásito.
Este equipo, con un proyecto llamado Iniciativa contra la Malaria de la Universidad de California, ya ha diseñado el Anopheles coluzzii para bloquear el parásito en un laboratorio. Y los científicos creen poder aprovechar el impulso genético, proceso en el que un rasgo heredado se propaga velozmente por toda una población, para que toda la descendencia lo porte, no sólo la mitad, que es como normalmente funciona la herencia.
La situación en Santo Tomé y Príncipe, una nación insular africana de 200 mil habitantes, personifica el reto actual en la lucha global contra el mal. El País se encuentra entre los menos desarrollados del mundo y ha dependido de la ayuda extranjera para combatir la malaria. Varias campañas a lo largo de los últimos 50 años redujeron los casos, sólo para que resurgieran peor que nunca cuando el benefactor se marchó.
Durante los últimos 18 años, Santo Tomé ha utilizado una serie de herramientas —como mosquiteros tratados con insecticida; medicamentos nuevos; matar larvas en cuerpos de agua; y fumigación de viviendas— con un efecto sorprendente. Nadie ha muerto de malaria en los últimos cinco años. Aún así, hubo 2 mil casos el año pasado. El País, gran parte del cual es una biosfera prístina protegida, depende del turismo europeo. Ser certificado como libre de malaria sería un beneficio.
El camino hacia la eliminación es complicado. Aquí, como en otros países que han suprimido drásticamente la malaria, los mosquitos han evolucionado para resistir todos los insecticidas actuales. Han empezado a picar durante el día, cuando la gente no está debajo de los mosquiteros. El parásito en sí está evolucionando para resistir los tratamientos. Y el financiamiento se ha estancado.
Greg Lanzaro, genetista molecular de la Universidad de California, en Davis, que lidera el equipo de malaria, cree que su grupo tiene la solución. “Tenemos 30 años trabajando en esto y desde el principio dijimos: ‘Tiene que funcionar, pero también tiene que ser económico y sostenible’”, afirmó. “Y creemos que lo tenemos”.
Pero la modificación genética es controvertida. Sus riesgos residen en lo desconocido: ¿podría la alteración al código genético tener consecuencias catastróficas que nadie anticipa? Estos temores son la razón por la que el equipo de la Universidad de California eligió Santo Tomé y Príncipe para su experimento: es una isla. El equipo también ha elaborado un plan para eliminar la población de sus mosquitos modificados si es necesario poner fin al experimento.
Pero el programa necesita la aprobación del Gobierno para seguir adelante y Santo Tomé y Príncipe, como muchos países africanos, carece de marco legal para el uso de organismos genéticamente modificados.
“Tenemos que ponernos en marcha”, dijo Lanzaro. “No podemos seguir diciendo 10 años más, 10 años más. Seis millones de personas han muerto mientras hemos estado dándole vueltas”.
Por: STEPHANIE NOLEN
The New York Times
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