Cuando tenía 14 años, se me pidió que fuera por unos pastelitos baklava al sótano del restaurante de comida turca donde trabajaba después de clases.
Cualquier visión sorprendente que me haya topado ahí abajo se ha vuelto borrosa con el tiempo, pero la epifanía resultante es clara hasta este día: caí en la cuenta de que la carne no era simplemente un platillo que te metías a la boca con tenedor a la hora de la cena.
Era piel, músculos y grasa, partes de un animal que alguna vez vivió, se movió y sintió cosas que pueden tardar en ser masticadas.
Antes de esa visita trascendental al sótano, me encantaba comer carne. Pero desde que subí esas escaleras, no la he vuelto a tocar. No hubo nada moralista respecto a mi cambio al pseudotarianismo. (Aún como pollo y pescado). No estaba pensando en derechos animales, emisiones de carbono, justicia alimentaria o siquiera en mi colesterol. Fue una decisión primitiva tomada por instinto.
Sin embargo, con el tiempo, sacarle la vuelta a la carne ha sido visto cada vez más no como una decisión individual, sino como una decisión política con una tendencia claramente izquierdista.
Algunos argumentan que no comer carne es profundamente interseccional. Que está vinculado a Black Lives Matter. Que consumir carne es excesivamente capitalista —o quizás el propio veganismo se ha vuelto demasiado capitalista.
¡Como quieran! Parece cada vez más que la carne roja equivale a un Estado rojo republicano.
Luego de poner a prueba una hamburguesa sin carne en EU, McDonald’s descontinuó su poco convincente Mlant en el 2022.
De acuerdo con Bon Appétit, McDonald’s probablemente alejó a ambos extremos del espectro político, con los vegetarianos detectando el engaño de un “greenwashing corporativo” y muchos clientes leales viendo la carne falsa como “’woke’ (liberal) y repugnante”.
En Gran Bretaña, la Ministra del Interior Suella Braverman, una conservadora, tachó a sus oponentes políticos de ser unos “wokerati consumidores de tofu”. Éste es un mundo en el que, de acuerdo con The New Statesman, “una salchicha vegana era activamente woke”.
Así que, vale la pena preguntar: ¿acaso ser vegetariano ahora es una señal de ser woke? De ser así, ¿acaso ser vegano es el equivalente gustativo de atacar la Bastilla? ¿Y acaso se rendirán los potenciales conversos vegetarianos ante la mortadela porque no quieren que sus dietas choquen con sus boletas electorales?
Un sondeo arrojó que casi un 40 por ciento de la gente que compraba un producto por primera vez lo hacía únicamente porque aprobaba la postura de la marca en un tema polémico.
Cierto, hay una tendencia izquierdista entre aproximadamente el 10 por ciento de los estadounidenses que en gran medida son veganos o vegetarianos: alrededor del 6 por ciento de los republicanos y el 12 por ciento de los demócratas.
Sin embargo, de acuerdo con Pew Research, “las divisiones respecto a la comida no caen a lo largo de líneas familiares de fricción política”. En vez de ello, “se relacionan con inquietudes y filosofías individuales sobre la relación entre comida y bienestar”.
La mayoría de las cuestiones alimentarias, como comida orgánica o genéticamente modificada, divide a republicanos y demócratas más o menos equitativamente. De manera similar, el apoyo para el uso de animales en investigación científica tiende a dividirse uniformemente entre ambos partidos. Incluso el ex Presidente Donald J. Trump firmó una iniciativa bipartidista limitando el uso de perros en investigación.
Podría desconcertar a los puristas comedores de espinacas enterarse de que entre la mafia vegana de los inversionistas del Valle del Silicio en compañías de comida a base de plantas figuran Peter Thiel, un emprendedor multimillonario y acérrimo simpatizante de Trump, y el ex vegetariano Elon Musk, cuyos Teslas tienen piel exclusivamente vegana.
John Mackey, el fundador de mercados Whole Foods, quien dijo ser un consumidor de comida “100 por ciento a base de plantas”, también es un libertario de hueso colorado quien se quejó de que los “socialistas estaban tomando el control” cuando se retiró el año pasado, igual que Hitler, si bien lo recuerdo.
La gente deja de comer carne por todo tipo de razones, con la salud superando por mucho otras consideraciones, así sean ambientales, sociales, religiosas, además del sabor o el estilo de vida.
En años recientes, se ha visto una aceleración de los esfuerzos por politizar la comida en todo tipo de formas, así sea acusando a autores de recetarios de apropiación cultural o exhortando a la gente a descolonizar sus dietas.
Y no olvidemos los esfuerzos absurdos de los republicanos por rebautizar las papas a la sa para castigar a los ses por su postura en la guerra de Irak. (Desde luego, las papas a la sa son belgas).
He aquí algo que se ha vuelto deprimentemente simplista: lo que ayuda a un lado del espectro político normalmente antagoniza al otro. Un reporte reciente de Deloitte arrojó que las ventas de alimentos a base de plantas están empezando a estancarse en parte debido a “una resistencia cultural a un producto que algunos ven como ‘woke’”.
Meter con calzador las dietas de la gente a nuestra deprimente división entre derecha e izquierda no beneficia a quienes adoptan como su causa la promoción del vegetarianismo. ¿Y acaso hay alguien que realmente espera con ansias una mayor polarización?
Por: intelIGENCIA/PAMELA PAUL
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