Murió hace casi tres décadas en un pueblo minúsculo, con cero aclamación y rápidamente olvidado, salvo por algunos veteranos que todavía se maravillan de cómo Zaharia Cusnir, un pobre trabajador del campo con cuatro hijos, dedicó tanto tiempo a tomar fotografías con una cámara soviética.
“Estaba en todas las bodas y funerales con esa cosa”, recordó Vyacheslav Bulkhak, un jubilado que aún vive en la aldea ahora casi abandonada de Rosietici, al norte de Chisinau, la capital de Moldavia.
La única otra cosa que los residentes recuerdan de Cusnir —en ocasiones maestro, trabajador agrícola colectivo y herrero— es que le gustaba beber, algo nada inusual en una región de Moldavia llena de viñedos. Cultivaba sus propias uvas y elaboraba vino.
Lo que realmente lo distinguió fue su pasión por la fotografía. No tenía entrenamiento ni equipo sofisticado, sólo una Lubitel, una imitación soviética réflex de doble lente barata, pero robusta, de una cámara alemana producida por primera vez antes de la Segunda Guerra Mundial.
Ahora, Cusnir está siendo aclamado como un artista de talento inusitado, un maestro de la composición cuya sorprendente intimidad de sus obras ha sido celebrada en exposiciones en Francia, Italia, Moldavia, Polonia y Rumania.
Nicolae Pojoga, un veterano fotógrafo de guerra y profesor de la Academia de Artes de Chisinau, ayudó a descubrir miles de negativos perdidos de Cusnir. Las fotografías eran en su mayoría retratos de vecinos del pueblo tomados en las décadas de 1950 y 1960.
En vida, la única vez que Cusnir llamó mucho la atención fuera del pueblo fue cuando, durante un periodo de hambre aguda, disparó a ladrones que intentaban robar comida de su jardín. Un tribunal soviético dictó una sentencia de cárcel. El veredicto puso fin a su carrera como maestro y, después de ser liberado de prisión, lo dejó buscando trabajo en la granja colectiva del pueblo y andando en bicicleta a las aldeas cercanas para tomar fotografías de campesinos en su mayoría pobres a cambio de una pequeña cuota en efectivo o unos huevos.
Cusnir, nacido en 1912, mostraba a las personas como querían ser vistas, no como figuras forzadas de la propaganda soviética o papanatas del campo, sino como individuos rebosantes de carácter.
Las fotografías salieron a la luz por casualidad en el 2016 cuando Victor Maxian, un estudiante de Pojoga, visitó Rosietici en busca de un lugar para filmar un documental. Después de seleccionar la casa abandonada de Cusnir, notó negativos antiguos en la tierra del piso.
Habían caído al suelo a través de agujeros en el techo desde un pequeño ático donde el fotógrafo había escondido su archivo antes de su muerte en 1993. Nadie los había tocado desde entonces.
Maxian y Pojoga reunieron todas las imágenes que pudieron encontrar y descubrieron casi 4 mil negativos, muchos de ellos en el ático y dañados, y luego pasaron meses limpiándolos y produciendo impresiones.
“Tan pronto vi las fotos de Zaharia, supe de inmediato que eran muy especiales. Este es un hallazgo sensacional”, dijo Pojoga.
De los cuatro hijos de Cusnir, sólo vive Maria Ratnikova, de 80 años. Todavía tiene vívidos recuerdos de la pasión de su padre por la fotografía. Tomar fotografías nunca fue sólo un pasatiempo o incluso una profesión —aunque ganó “unos cuantos kopecks”, dijo, por fotografiar bodas y retratos— pero fue “un gran amor”.
“Era un hombre encantador y trabajador. Tuve mucha suerte”, añadió.
Para Pojoga, Cusnir era un espíritu afín y profundamente conmovedor. “Nunca había sentido tanta emoción como la que sentí al descubrir estas fotografías”, dijo.
Por: ANDREW HIGGINS
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