Nunca me he considerado opositor del gobierno de turno, creo ser un ciudadano más que, por mucho que se fije en errores y aciertos, lo único que puede hacer es criticar o elogiar, pero sin perder la cabeza. Entregarse con pasión a la política, o a cualquier otra cosa, es una flaqueza de la personalidad, y mis defectos van por otro lado.
Lo que veo de este mandato es que ha conseguido algo que no había ocurrido con los anteriores: que preocupe más la incompetencia que la corrupción. Antes no es que estuviéramos gobernados por los setenta sabios de Alejandría, así que para destacarse más por la improvisación que por la deshonestidad hay que ser de verdad muy incompetente. Y eso es lo que se siente, que no hay un plan, que tienen un concepto idealista de país y que cada mañana se levantan a ver cómo lo aplican, pero inevitablemente se estrellan contra la realidad, que no es la misma que tienen en sus cabezas.
Quieren las cosas, pero no saben cómo llegar a ellas porque no alcanza con el deseo. “Quiero la paz mundial y acabar con el hambre”; sí, todo muy bello, pero ve y hazlo. ¿No fueron oposición durante décadas? ¿No tuvieron tiempo suficiente para organizar un plan serio y aterrizado? Ahora reparten embajadas y puestos públicos (que ya no es mermelada sino ciencia política) y exhiben su improvisación con temas como el de las pensiones. Durante campaña prometieron reformas, subsidios y castillos en los Alpes para todos, y ahora resulta que mucho de eso no se va a poder hacer. Dicen que es porque se equivocaron en los cálculos, lo que refuerza la teoría de que no es un asunto de mala fe sino de incapacidad.
Torcidos sigue habiendo, pero pasan a segundo plano porque cada vez que abren la boca la embarran y mandan la economía un poco más al carajo
Pero no es que se haya acabado la corrupción, sino que sus limitaciones para ejercer los cargos que ocupan es tan evidente que eso está opacando al que siempre creímos que era nuestro mayor problema como nación. Torcidos sigue habiendo, pero pasan a segundo plano porque cada vez que abren la boca la embarran y mandan la economía un poco más al carajo. Y al final eso es lo que importa, que haya dinero para que la gente pueda comer y tener comodidades. La inversión social importa, la paz importa, la educación y la salud claro que importan, pero al final si usted logra que la gente tenga la capacidad adquisitiva suficiente para ser independiente en la toma de ciertas decisiones, tiene al pueblo conforme.
Pero parecen estar empeñados en deteriorar nuestro bolsillo con unas ideas quijotescas, jugando al Capitán Planeta con dinero que no les pertenece. Y no les importa porque es como un juego en el que no pueden perder, por ahora. Su realidad actual consiste en tener unos cargos con sueldo asegurado y su aspiración, como todo político que se respete, es alargar la pita lo máximo que puedan.
A mí no me importa que la primera dama baile en cuanto evento protocolario haya, por ejemplo, que si le nace del alma, bienvenido sea. Lo que me afecta es que sufro de un pánico escénico que me impide expresarme con mi cuerpo en situaciones diurnas sin licor de por medio, entonces me estreso montones cuando se contonea porque me veo yo en esa situación y me muero de la vergüenza. Pero son bobadas mías, ella y los funcionarios del Gobierno verán qué hacen, que los elegimos porque confiábamos en su criterio. Lo único que me pregunto es si la situación del país es tan positiva como para que den ganas de bailar en todo lado.
Hace rato entramos en la dinámica de oscilar entre un extremo y otro, eligiendo un mal peor para contrarrestar el daño causado. Montamos a Petro para neutralizar el efecto Duque, luego votaremos a Cabal para matizar lo de Petro y después llegarán Carrascal y Polo Polo. Cada vez más decadentes, estamos como el capítulo de Los Simpson de las lagartijas en Springfield, y solo nos resta esperar a que llegue el invierno para que mate a los gorilas.
ADOLFO ZABLEH DURÁN