Están pidiendo el recibo de compra a la salida de Carulla y eso me tiene cardíaco. Tal es el tamaño de mis problemas, una pelotudez al fin y al cabo. Como dice uno de mis escritores preferidos: “A la vida no le pedí otra cosa sino que pasara por mí sin que yo la sintiese”. Y tal cual, a la fecha carezco de mayores dramas.
Sé también que hacer mercado en Carulla puede causar roncha porque ya me lo han dicho. Se trata del supermercado más caro del país y, como están las cosas, cualquiera que se dé algún lujo es tildado de insensible, elitista o facho. Pasa que Carulla es el único gusto que me doy. Me adelanté dos años a la pandemia y desde hace cuatro solo compro comida, nada de ropa, viajes o antojos. Todo lo hago a pie, a los sitios donde me invitan me vuelo sin pagar la cuenta y a los cumpleaños llego sin regalo. Desde hace rato llevo una vida monacal, solo que ausente de Dios y llena de mostaza Heinz para las salchichas.
El punto es que me enzorra que pidan el recibo porque nunca antes pasó y ahora les dio por esas. ¿A cuenta de qué hay que demostrarles que uno es inocente? Solo por eso dan ganas de robarles aunque no vaya a hacerlo para que no se las den de reglamentarios.
¿En esta cruzada por la naturaleza descubrieron que hay plástico bueno y plástico malo, o cómo es el asunto?
Pero más que el recibo, hay todo un tema con que hayan reemplazado las bolsas de plástico por las de papel, todo en nombre de “salvar al planeta”. Cambiaron el plástico por el papel porque por el segundo pueden cobrar, ya está, no hay que darle más vueltas; el argumento ecológico se lo inventaron para que no protestáramos. Convirtieron un gasto en una ganancia y hay que aplaudirlos, que llevan un negocio y no un hogar de beneficencia. No sé ustedes, pero yo prefiero que me hablen de frente y no que me vean la cara de idiota.
Entonces va uno como borrego con su bolsa reutilizable rumbo al mercado y vuelve a casa más amansado todavía, sintiéndose el niño ambientalista. ¿No han visto que el supermercado está lleno de plástico y solo eliminaron el que les convenía? La mitad de los productos que venden viene en plástico, vas a la sección de frutas y verduras y hay todas las bolsas de plástico que quieras, puedes llevar de regalo para tus amigos si se te da la gana. Entonces qué, ¿en esta cruzada por la naturaleza descubrieron que hay plástico bueno y plástico malo, o cómo es el asunto?
Cada vez le veo menos sentido a eso de que la Tierra es de todos y que hay que cuidarla. ¿A cuenta de qué, si siempre ha sido prestada? De hecho, cada vez las cosas tienen menos sentido. De niño, hacer mercado era mejor que ir a Disney. Iba con mi madre y me perdía entre los colores y los olores, las formas de las cajas y el diseño de los pasillos. Luego llegábamos a casa y desempacar era como estrenar. Ahora siento que todos se quieren aprovechar, hasta los del supermercado, que antes eran mis amigos.
Antes todos eran amigos, el conductor de bus y el policía, incluso el cajero del banco; hoy todos quieren aprovecharse. Es raro lo del banco, solía verlo como el lugar donde nos daban plata para comprar lo que queríamos, ahora solo buscan exprimirte hasta dejarte inservible y seguir con el próximo cliente.
Tan bellos que somos, preocupados por el planeta, pero comprando ropa por dos pesos que luego no usamos, cambiando el celular por otro con mejor cámara y reemplazando las bolsas de plástico por las de papel, que seguro no contaminan. Y todo por la plata. Nada más cochino que el dinero, solo que no lo vemos. Con él como norte, no hay campaña ecológica que valga. Por culpa del estilo de vida que llevamos y que no vamos a cambiar, estamos condenados. El fin se aproxima y eso tampoco lo hemos visto.
ADOLFO ZABLEH DURÁN