En ‘Lo que no fue dicho’, José Zuleta arriesga a decirlo todo y cierra un ciclo de su vida. Es una novela autobiográfica, donde la literatura, una familia abrupta, la sexualidad, la azarosa existencia conforman un universo de detalles. Si algo caracteriza al libro es el tono de una inocencia salvaje. Desde lo más sencillo hasta lo más trascendental es narrado con un sentido epicúreo de la vida.
Entre los muchos personajes que transitan el texto, reseñaría a la abuela, Margarita, que lo acompaña en un tramo de su infancia y que un día le dice “si su papá y sus amigos leen ‘El capital’, por qué son tan pobres”; la madre, esquiva, a la cual conoce hasta los 27 años; el padre, que lo retoma hasta la primera adolescencia y le presenta a León de Greiff y Camilo Torres; De Greiff le enseñó que son las palabras “lo único que queda cuando no haya nada”. La libertad que predica su padre, un hombre sensible y de mente recia, lo obliga a buscar su propio camino, en casa no cabían los dos. En un intrincado diálogo le dice: “En este juego de ensayo y error, usted es el que ensaya y nosotros, sus hijos, somos el error”.
A los quince años busca su destino y funge de ayudante de camionero, trabaja en una imprenta, es matón fugaz de conejos, comienza a escribir; en un capítulo inolvidable le lee cuentos y novelas a una ciega en España. La estructura de episodios cortos, intensos, le da un aroma feroz de novela de aventuras. En un momento le agobia de su padre el intelectualismo, y en la isla Mulatos, uno de sus destinos, donde respira un mundo sencillo y maravilloso, piensa que “la ilustración no es obligatoria, querido Kant, deberías haber venido a Mulatos”.
La relación con su padre, Estanislao, es de choques y nostalgias. Les leyó ‘El Quijote’, en algún momento de su vida piensa: “Hay libros tan buenos que uno quiere quedarse a vivir en ellos”. Momentos, oraciones, que marcaron un camino, el de todos: “Pienso que la guerra nos está quitando todo lo que podemos ser”, le dice el padre que recibió amenazas del Eln, “a un hombre de izquierda, es algo indigno, casi ridículo”.
Su padre muere joven, a los 55 años, y le dolió su muerte como nada había dolido. Considera a su padre “la gran despensa de la memoria”, pero José quiso “ser lejos. Desaparecer. ¡Qué dicha!”. Lo logró y se dio a la ficción, “pues suele ser luminosa”.
ALFONSO CARVAJAL