La paz no puede ser vista como mera derrota de unos y victoria de otros. Toda transición implica una creación de nuevas realidades que requieren innovaciones en el vocabulario. Así como hay una transición en lo jurídico, hay y debe haber una transición en el lenguaje común.
Una paz anclada en el lenguaje de vencedores y vencidos puede desembocar fácilmente en una repetición del conflicto armado, alimentada por el resentimiento y el anhelo de venganza. A veces es la siguiente generación la que pasa la cuenta de cobro (esto no es una amenaza; detesto los chantajes).
A veces, el lenguaje borra las diferencias: por ejemplo, perfectamente cabe la posibilidad de que una misma persona pueda ser vista durante el periodo de la justicia transicional como víctima y victimario, y sea tratada como tal.
Preferible no llamar una misma cosa con dos nombres diferentes; acordar censurar los mismos comportamientos, vengan de donde vengan, pueden ser ambos aportes cruciales a una paz estable. ¡No más eufemismos!
El solo proyecto de exterminar unos a otros, incluso con el lenguaje, vuelve poco estable los acuerdos logrados. La presión social es útil, pero generar vergüenza humillando es peligroso. Debemos aprender a corregir sin humillar.
Con el paso del tiempo se verán como excepcionales los años en los cuales hubo conciencia plena de la responsabilidad en el uso de las palabras, se usaron guantes de seda para nombrar comportamientos y personas. Por ejemplo, la diferencia entre ‘dejar las armas’ y ‘entregar las armas’. Uno de los dos nombres era inaceptable y tenía consecuencias prácticas. La transición propia de una justicia transicional pone en juego transformaciones de nuestro lenguaje, su vocabulario, sus significados e, incluso, sus efectos.
Ni la ley de la JEP ni la terminología acuñada con motivo de paz son eternas. Parte de los actores si decidieran que así fuera, hay que comprenderlos. En la medida en que la construcción de la paz sea exitosa olvidaremos el andamiaje conceptual construido transitoriamente, y la ‘derecha’ ya no se nombrará ‘derecha’.
Cuidar las propias palabras es más fácil si reconocemos el carácter vinculante de ciertos compromisos previos con los cuales Pedro sobrio se amarra las manos para que Pedro borracho no sobrepase ciertos límites.
El que se compromete a dejar de fumar, el que reconoce que no debe haber pena de muerte, el que entrega las llaves antes de tomar, la prohibición de la tortura. La Constitución es, precisamente, un sistema de compromisos previos que protegen a los ciudadanos de comportamientos dañinos propios y ajenos. Y hacen posible la confianza entre ciudadanos y la confianza en el Estado.
En estas nuevas realidades creadas por la transición y el vocabulario que hay que innovar, la JEP es el resultado no solo jurídico de esta situación excepcional que pretende garantizar la construcción de la paz y la no repetición. La JEP es un trabajo de filigrana jurídica que estipula ataduras previas para cuidar la vida y acabar la guerra. ‘La vida es sagrada’, o aún mejor ‘tu vida es sagrada’, debe convertirse en el mantra de nuestras colectividades y de la JEP.
ANTANAS MOCKUS