Una Cumbre con más ausencia que nunca

Estas Cumbres de las Américas se han venido celebrando sin pena ni gloria cada 3 o 4 años desde 1994, aunque nunca con tanta expectativa como la inaugurada el lunes pasado, en Los Ángeles, con Estados Unidos como anfitrión. De entrada, una sensación de fracaso se extendió antes de empezar, por vetos e inasistencias anunciadas. Un tema central por tratar: el problema de las migraciones latinoamericanas hacia Estados Unidos, con una marcha de cerca de 15.000 personas de 18 nacionalidades que, atravesando México hacia el norte, trataron de llamar la atención de la Cumbre.

Y un problema, el de las migraciones, que, sin la asistencia de la presidencia México, fue inabordable en toda su dimensión. En esta ocasión, la reunión se ha planteado como un intento del presidente Joe Biden de salvar la influencia de Estados Unidos en América Latina, cuando a la anterior cita, realizada hace 4 años en Perú, su antecesor Donald Trump decidió no asistir, comunicándolo solo un día antes a los organizadores.

Se recuerda hoy la Cumbre celebrada en 2005, en Mar del Plata, en la que salió escaldado el entonces presidente George W. Bush con su propuesta del Alca (Área de Libre Comercio de las Américas) frente a un exultante Hugo Chávez, cuando, con el acompañamiento del presidente argentino Néstor Kirchner y del brasileño Lula de Silva, entonaron un “¡Alca, Alca, al carajo!”.

El problema marco de esta IX Cumbre ha sido la postura de Estados Unidos como anfitrión de rechazar la asistencia de Cuba, Venezuela y Nicaragua, con el argumento de que estos países no son verdaderas democracias. Inmediatamente se solidarizaron Honduras, Perú, Bolivia y, sobre todo, México, un país decisivo en los problemas previstos por abordar por una convocatoria que ha quedado así disminuida sin remedio. López Obrador, presidente de México, sin adherirse a los regímenes venezolanos, nicaragüense o cubano, considera que Biden “sigue la vieja política de intervencionismo y falta de respeto a las naciones y a sus pueblos, para imponer su agenda a la región latinoamericana y otorgar credenciales democráticos. ¿Quién autoriza a una nación u otra? ¿Hay un gobierno mundial?”, se preguntaba el presidente mexicano antes de anunciar que no acudiría a la cita de Los Ángeles.

Entre estas tensiones se ha abordado el problema decisivo de la Cumbre: las migraciones. El presidente Biden ha promovido una declaración para controlar la crisis migratoria reinante, cuando los campamentos de haitianos y centroamericanos comienzan a saturarse en la frontera mexicana y los cruces ilegales amenazan con incrementar los 1,7 millones de inmigrantes devueltos en 2021. En su campaña electoral, Joe Biden hizo generosas promesas de construir “un sistema de asilo ordenado y humano” en la frontera sur de Estados Unidos. Sin embargo, tras su llegada a la Casa Blanca las condiciones se han vuelto todavía peores para los refugiados atrapados en el lado mexicano de la frontera estadounidense, mientras que el feminicidio y la guerra de carteles en México, la crisis humana y delincuencial de Haití y los desastres provocados por el cambio climático en Centroamérica han impulsado hacia las fronteras de Estados Unidos a centenares de miles de familias. Hoy se recuerda que durante sus primeros seis meses, Biden devolvió a México a cerca de 1 millón de personas, utilizando la normativa Trump sobre el cierre de fronteras, mientras la vicepresidenta Kamala Harris lanzaba como mensaje del gobierno demócrata: “No vengan”.

Como alternativa, López Obrador proclamaba hace unos días desde El Salvador: “Estados Unidos es protagonista del fenómeno migratorio y debe en consecuencia darle solución, modificando sus políticas migratorias y ayudando a combatir las condiciones que obligan a millones de personas a abandonar sus lugares de residencia”. Concretando: apoyar a Centroamérica con una ayuda inicial desde el Congreso de Estados Unidos de 4.000 millones de dólares (en los mismos días Estados Unidos envió 30.000 millones de dólares de ayuda a Ucrania). El lunes pasado, a última hora, la vicepresidenta Kamala Harris anunció un aporte de compañías privadas como inversión en Centroamérica de 1.900 millones de dólares.

Parches y declaraciones solemnes de una Cumbre más, que no va a resolver ninguno de los problemas cruciales del subcontinente, demostrando la debilidad diplomática de la istración Biden, anfitriona del evento, y el hecho de que Estados Unidos deja en un segundo plano su política regional ante la guerra de Ucrania y el desafío chino a largo plazo.

ANTONIO ALBIÑANA

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