Son cientos de miles de personas las que vagan por el planeta en busca de un lugar en el mundo. Huyen de hambrunas, guerras, conflictos de toda índole, o cambios en el clima que hacen invivible su territorio. Han dejado sus casas, sus familias en muchos casos, partiendo de la nada hacia lo desconocido, o a un lugar donde sueñan con poder restablecer sus vidas.
Hoy son noticia internacional en Europa, a donde llegan desde el sur a las costas de España, Grecia o Italia sobre todo, pero también atraviesan irregularmente algunas de sus fronteras internas. En días pasados llegaron a la meridional isla italiana de Lampedusa decenas de miles de personas, imposibles de acoger con alguna dignidad. En realidad, en toda Italia hay catro centros con solo 493 plazas. ¿Cómo acoger a los miles de personas que llegan en demanda de refugio? Es el primer problema en la política italiana, y las soluciones que plantea la primera ministra, la ultraderechista Meloni, para las que busca el apoyo de la Unión Europea, son todas represivas. Acuerdos bilaterales de devolución con los países de origen y el uso del sistema represivo Fontex para blindar las fronteras europeas. El pasado día 20 publicó este periódico un interesante (como todos los suyos) informe de Mauricio Vargas sobre la actualidad del problema inmigratorio en Europa.
Poblaciones enteras van a ser obligadas a emigrar, no hacia las ciudades más próximas, sino a través de continentes enteros.
Lo que me interesa apuntar es que la inmigración se ha convertido en el asunto central de la extrema derecha europea, desde Escandinavia hasta el sur, de cara a las decisivas elecciones generales del próximo año, y en algunos comicios locales. Por ejemplo, en el land de Baviera, al sur de Alemania, la represión del asilo y la migración se ha erigido en bandera central de los ultras, mientras en toda Alemania, el pasado 14 de septiembre se anunció que “hasta nueva orden” se suspendía la acogida de inmigrantes procedentes de Italia.
La cuestión migratoria se ha situado en el centro de la política de la derecha europea, tras un movimiento muy fuerte para frenar el derecho de asilo, plenamente reconocido en los convenios internacionales. Hoy se hace esperar hasta 18 meses a los demandantes, incluso “reenviándolos” a países africanos, para que esperen la decisión sobre su acogida.
Capítulo aparte y absolutamente decisivo es el que representa la repercusión migratoria del cambio climático, al que me he referido en otra ocasión, pero que es cada vez más alarmante actualidad estos días. Poblaciones enteras van a ser obligadas a emigrar, no hacia las ciudades más próximas, sino a través de continentes enteros. Por ejemplo, Bangladesh, donde un tercio de la población vive sobre el nivel del mar, está amenazada por una inminente subida de las aguas.
Dentro del aumento de la población mundial, hacia un pico demográfico que llegará a 10.000 millones de habitantes en la década de los 60, será esencial la consecuencia en las regiones tropicales, donde olas de calor mortales y cosechas calamitosas sacudirán a las poblaciones obligándolas a ir hacia el norte. Una tragedia anunciada que, según Naciones Unidas, reclama “una reacción enérgica”.
P. S. Barbarie. Lo acaban de denunciar diversos organismos internacionales. En los campos de refugiados del norte de Siria es común la imposición de la “pubertad forzada” a niñas de 12 años, que son obligadas a seguir tratamientos hormonales que desencadenan su ciclo menstrual. Las convierten así en muchachas “fértiles” que pueden ser casadas. Si luego hay algún trastorno, se las repudia. El Fondo de Naciones Unidas para la población (UNFPA) acaba de denunciar que 5,9 millones de niñas están en riesgo de nuevas formas de violencia, entre ellas “la pubertad forzada”.
ANTONIO ALBIÑANA