Sé en qué momento estamos y por esto no digo amor y paz, sino amor y hongos. Si regresamos al hipismo y el 68, multitudes de jóvenes se lanzaban a las calles, con guitarras, grafitis, peludos o en minifaldas, psicodélicos, y gritando a las autoridades: “Hagan el amor”. Hoy, la paz se cambió por naturaleza, y la actitud frente a los alucinógenos, por dosis medidas, para aprender lo que ya distintas tribus aborígenes sabían: que ciertas plantas nos preservan, como uno de los mejores secretos, otra realidad extendida.
El documental ‘Hongos fantásticos’, de Louie Schwartzberg (Netflix), con Paul Stamets, reconocido microbiólogo, como protagonista, conversa con varios estudiosos para que los hongos se profundicen en la ciencia y se usen en la vida terapéutica y social, superando las estigmatizaciones de los Estados. En la medida en que centros prestigiosos como Johns Hopkins vayan dando resultados halagüeños, podremos ir aceptando su uso y entrar en otras dimensiones, que perdimos por nuestra civilización logocéntrica.
Nuevos campos de salud y bienestar vienen acercándose a otras realidades, como hacen la neurociencia, medicinas alternativas, bioenergética o los estudios de yoga. En microdosis programadas, en las que no se alucina, los alucinógenos se están usando para la cura del cáncer, la depresión y padecimientos extremos, lo que alerta a sus iniciados por posible comercialización de los laboratorios: imagínese, me dijo una profesional, que “en cambio de Sanax (ansiedad, pánico...) se usen hongos”.
Los hongos son entes extraños, no son considerados vegetales ni animales, sino algo intermedio; se esconden en los desechos o en quebradas, y crecen hacia abajo, creando inmensas redes (similares a la web), quizá de comunicación entre ellos o con los humanos. Destacable que todos los participantes coinciden en que luego de su experiencia con hongos le han perdido el miedo a la muerte, debido quizá a ser testigos de las conexiones cósmicas en las que se descubre que no estamos solos y que otros poderes y seres, tal vez divinos o extraterrestres, nos hablan y conducen.
El documental, entre conceptos académicos y fotografía y diseños fantásticos, y un guion que parece una historia infantil en la que seres feos, los hongos, son bellos agentes de cambio que pueden salvarnos, nos deja una sensación esperanzadora. En mi pequeña experiencia psicodélica, un sentimiento me dominaba, sentir al otro y quererlo.
ARMANDO SILVA