Muchos brasileños celebraron la victoria de la actriz Fernanda Torres en los Globos de Oro, y su posterior nominación a los Premios Óscar, como si Brasil hubiera ganado la Copa del Mundo. Y no es para menos. No solo la actuación de Fernanda Torres es magnífica, sino que hay varias razones que explican este entusiasmo. El premio y la nominación tienen una altísima carga simbólica en esta época de autoritarismos descarnados, y la película es el reflejo de una dictadura que, en Brasil, se resiste a pasar.
Aún estoy aquí, de Walter Salles, es la adaptación del libro homónimo del escritor brasileño Marcelo Rubens Paiva. Sin entrar en muchos detalles, la película retrata la lucha de su madre, Eunice Paiva, por encontrar los restos de su esposo: preso, torturado y desaparecido en enero de 1971 en Río de Janeiro durante la dictadura militar.
La razón principal que nos ayuda a entender el entusiasmo es que, a diferencia de otros países, Brasil es el único país sudamericano donde los torturadores de la dictadura nunca fueron juzgados. Durante el gobierno de Dilma Rousseff se instauró una Comisión de la Verdad, la cual entregó su informe final en diciembre de 2014. Esta fue fundamental para que algunas de las víctimas de la dictadura pudieran esclarecer lo que había sucedido con sus familiares. Marcelo Rubens Paiva afirmó en la red social X: "Gracias a la Comisión de la Verdad, tuve elementos para escribir el libro Aún estoy aquí, y ahora tenemos esta impresionante película. Y Dilma pagó un precio alto por la necesaria recuperación de la memoria". Para los que no saben, Rousseff fue detenida y torturada durante la dictadura. Recordemos que Bolsonaro, durante el impeachment a Rousseff en 2016, justificó su voto a favor de la destitución homenajeando al coronel Carlos Alberto Brilhante Ustra, uno de los 377 militares señalados por la Comisión de la Verdad como responsables directos o indirectos de torturas y asesinatos durante la dictadura.
Es un poderoso acto de memoria y una reivindicación del derecho a la verdad y a la justicia; nos recuerda que estos crímenes no pueden quedar impunes.
Por esto hay algo de justicia poética en que este premio llegue después de que el gobierno negacionista de Bolsonaro, él mismo un ferviente defensor del golpe militar de 1964, hubiera pisoteado a las víctimas de la dictadura y hubiera pronunciado frases como: "El error de la dictadura fue torturar y no matar".
Pero, además, la película puede ser leída como una denuncia a la impunidad característica de los países latinoamericanos, donde, en algunos casos, sabemos quiénes son los autores materiales de un crimen, pero casi nunca conocemos a sus autores intelectuales. En el caso de Rubens Paiva, quien era diputado y hacía parte de la comisión que investigaba la financiación de los grupos que conspiraban contra el gobierno de João Goulart cuando ocurrió el golpe militar en 1964, nunca encontraron su cuerpo ni se conocen los nombres de sus torturadores. De hecho, por muchos años, la versión oficial del Ejército fue que Rubens Paiva había huido en una emboscada mientras estaba bajo custodia de los militares. No fue sino hasta el 2014, gracias al trabajo de la Comisión de la Verdad, cuando uno de los militares reconoció el crimen. De los cinco militares acusados de participar en su asesinato, dos están vivos, pero ninguno ha sido preso ni llevado a juicio.
Esta película resuena en América Latina por una historia de luchas, pérdidas y duelos comunes. Resuena ahora que Colombia despierta ante el horror de La Escombrera. Aún estoy aquí es un poderoso acto de memoria y una reivindicación del derecho a la verdad y a la justicia; nos recuerda que estos crímenes no pueden quedar impunes, y que seguiremos aquí, resistiendo al olvido y honrando la memoria de quienes lucharon contra las dictaduras en nuestra América y en el mundo.