Duele profundamente ver el nivel al que se ha rebajado la discusión pública en Colombia. Todo parece haberse degradado con una rapidez que desconsuela. En esta columna he levantado la voz muchas veces para denunciar cómo se han destruido los espacios que nos pertenecen a todos: vandalizan calles, tumban estatuas, dañan monumentos, y con ellos también nos arrebatan símbolos de nuestra historia, de lo que somos.
Pero lo más doloroso no es lo que ocurre afuera, sino lo que está pasando por dentro: en las ideas, en el pensamiento, en la manera en que imaginamos el futuro. Hoy cuesta encontrar propuestas serias. Lo que se impone es el grito, la grosería, el escándalo. Cuando deberíamos estar discutiendo con altura los grandes temas que nos aquejan como país, solo encontramos insultos, ofensas y ataques personales. El debate público se ha convertido en un lodazal del que uno solo quiere mantenerse lejos. Y en las redes, en los espacios digitales, parece que estuviéramos nadando en un basurero de palabras vacías y agresivas.
Desde todos los rincones llegan la maledicencia, el desprecio, el ataque. Y esto no solo es preocupante: es desesperanzador. Uno ve, lee, escucha sin que nadie tenga una propuesta. No se quiere construir. Solo se destruye. Es desalentador.
En medio de todo este ruido, ya ni el arte aparece como un refugio, como un bálsamo, como una pequeña luz que nos ayuda a sobrellevar tanta oscuridad diaria. Ha llegado la hora de decir "basta". De exigir respeto, de unirnos para levantar la voz ante esta avalancha de mal gusto y vulgaridad que lo invade todo.
No se trata de que todos pensemos igual. No queremos unanimidad, pero sí merecemos un mínimo de respeto, reglas básicas de convivencia, no es mucho pedir, es lo justo.
Es momento de exigir ideas, caminos, soluciones. Que nos digan cómo planean enfrentarse a los grandes problemas estructurales del país. Que no nos traten como tontos, como si no entendiéramos. Sabemos perfectamente que muchos solo hacen ruido para tapar lo que está mal, para esconder el caos que se está viviendo.
No podemos seguir premiando el show, la burla, la desfachatez. Necesitamos construir un futuro con esperanza, con visión.
Nos acercamos a un nuevo ciclo electoral: elecciones para el Congreso en marzo, para la Presidencia en mayo. Es ahora cuando debemos abrir los ojos, analizando las propuestas con rigor y votar por quienes de verdad ofrezcan algo serio, profundo, posible. No podemos seguir premiando el show, la burla, la desfachatez. Necesitamos construir un futuro con esperanza, con visión.
Tal vez no me corresponda decirlo desde este espacio, pero sí me nace del alma pedirles que valoremos a quienes desde cualquier orilla ideológica aún creen en la importancia de las formas, del respeto, de la altura en el debate. Eso no es debilidad, es inteligencia, es dignidad, es respeto hacia nosotros, la audiencia. Colombia está cansada, agotada, herida por tanta violencia verbal y de la otra.
Queremos propuestas, queremos saber hacia dónde vamos. Hoy pareciera que vamos a ninguna parte. Como si la corrupción, el cinismo, el descaro y la vulgaridad se hubieran apoderado de todo, como si no quedaran líderes verdaderos.
Nos faltan proyectos reales, luces que nos guíen. Necesitamos referentes que nos devuelvan el rumbo. Por eso hago un llamado urgente: a quienes nos lideran, a quienes aún creen que se puede hacer política con ética, con grandeza, con amor de patria. Les pido: basta de insultos, basta de ocultar los abusos, basta de despreciar al que piensa diferente.
El otro drama de todo esto es que ya nadie escucha, es un diálogo de sordos, un ruido sin sentido, y así, no se puede construir nada. Me preocupa profundamente, lo digo con el corazón en la mano, la única salida es volver al respeto, a los buenos modales, a las ideas. Volver a creer. Tenemos una tarea enorme. No perdamos más tiempo. Colombia lo merece. Nosotros lo necesitamos.