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Opinión

Bogotá, entre residuos y basuras

La alcaldía tiene tres años para lograr una mejor gestión de los residuos y mejorar la calidad de vida de los bogotanos.

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ASESOR DE ASUNTOS PÚBLICOS Y PROFESOR CATEDRÁTICOActualizado:

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Hubo una época en la que surgió una campaña oficial para que los recolectores de basura no trabajaran borrachos. Me encontré hace poco el afiche de un “escobita”, como los llamaban en los años 70, tambaleándose mientras barría una calle con su uniforme de la Edis (Empresa Distrital de Servicios Públicos), una botella de licor en la mano y un letrero que reprochaba el comportamiento. Un episodio más de este país tragicómico.
(Le puede interesar: La apoptosis del migrante).
Hoy, la percepción que tenemos de ellos ha cambiado, aunque el problema que originó su actividad se mantiene. Aquellas eran épocas de crecimiento demográfico y aumento de basura que, como ahora, daban un dolor de cabeza a la alcaldía y un mal olor a la ciudad. Los desperdicios han sido un inconveniente para Bogotá desde mediados del siglo pasado y han evolucionado en la medida en que se han intentado atajar sus consecuencias negativas.
La construcción del relleno sanitario Doña Juana, una especie de monte Testaccio romano, fue una solución pestífera para la disposición de desechos; además, la privatización del servicio de aseo mejoró el cubrimiento, y aparecieron los recicladores populares. Sin embargo, la paradoja de la modernidad que expuso en algún momento la antropóloga Sarah Moore hizo efecto en la capital: entre más moderna era y mejoraba la calidad de vida de los habitantes, más basura empezaba a recoger.
La alcaldía de Carlos Fernando Galán recibió una herencia indeseada, pero como toda herencia, le llega con bienes, derechos y obligaciones, resultado de la falta de planeación histórica y la ausencia de incentivos para el aprovechamiento y disposición final de lo que nadie quiere en sus casas. La basura, que con las últimas tecnologías ya genera riqueza en algunas partes del mundo, acá sigue siendo sinónimo de pobreza y suciedad.
Aproximadamente, se generan 9.000 toneladas promedio diario de desechos, y el famosa Doña Juana, de casi 40 años, viejo y desgastado de tanto material recibido y de catástrofes como la de 1997, sigue recibiendo anualmente 2.2 millones de toneladas.
Basta asomar la cabeza y darle una mirada a cualquier calle de cualquier barrio de cualquier localidad, y veremos regueros de comida, papeles, cartones, botellas, y un largo etcétera. No parece haber una forma rápida de resolver este problema ni los puntos críticos y los lugares de arrojo clandestino.
Desde 2019, esos puntos neurálgicos han aumentado hasta llegar a más de 700. Y si bien el año pasado disminuyeron a niveles de hace siete años, aún se necesitan mayores esfuerzos, especialmente en el suroccidente, donde hay actividades económicas que generan una carga adicional al servicio de recolección.
El manejo de residuos y la cultura ciudadana no responden a la problemática actual. Las canecas y cestas son vandalizadas; no hemos adoptado hábitos de reciclaje y la economía circular no está dentro de nuestras prioridades. Además, no contribuimos a la estabilidad financiera del sistema. Datos del concejal Juan Daniel Oviedo muestran que el 30 % de los hogares de ingresos altos pagan la tarifa de aseo de estrato 1, 2 y 3, lo cual es regresivo e injusto.
El reto es bastante grande. La generación de basura y residuos seguirá aumentando, y los costos deben ser asumidos por todos.
Tampoco ayudan los recicladores casuales y habitantes de la calle -herencia que esperamos gestione pronto y eficientemente la Secretaría de Integración Social- que merodean en recorridos interminables buscando cartón y vidrio, y terminan botando el resto al suelo a merced de perros y ratas.
La istración conoce el problema y parece querer avanzar. En el plan de desarrollo vigente se prevé un 20 % de reducción de elementos dispuestos en Doña Juana, y se plantea un nuevo modelo de gestión de residuos que, aunque no se conoce por cuestión de confidencialidad en el esquema de concesión, está orientado al aseguramiento de la prestación del servicio a familias de menores ingresos, al aprovechamiento de materiales con organizaciones de recicladores formalizados en rutas selectivas, y al tratamiento de residuos que pueden convertirse en materias primas, incluyendo biogás.
Sobre el segundo pilar, no hay que dar por hecho la importancia de quienes formalmente se han organizado para recolectar, separar y comercializar sobrantes para su reciclaje. Según datos del Concejo de Bogotá, hay registrados 25.600 recicladores, la mayoría en Kennedy, Ciudad Bolívar y Bosa. Es ese trabajo invisible y rechazado, el grado cero de la cadena de valor, el que - dice el historiador Frank Molano- rescata el valor oculto de los residuos.
Estos héroes, como escuché que los llama la directora de la Uaesp, necesitan ser motivados en la política pública y ser reconocidos en las calles, al igual que los recolectores de empresas de aseo. Hubo una época en la que los bogotanos les llamaban “marranos”, hasta que se acuñó un apodo más decente y fueron conocidos como “escobitas” para honrar su labor.
Las basuras no son una dificultad solo de esta ciudad, lo cual es bueno, pues podemos aprender de las buenas prácticas en otros lugares del planeta.
Cooperación internacional brindó ayuda a recicladores de Ho Chi Minh, Vietnam, para fortalecer sus habilidades, lograr beneficios que se trasladen en un mejor trabajo e incentivar el liderazgo cooperativo de las mujeres. Chile creó un programa de compostaje para la provincia de La Pintana que recogía más de 30 toneladas de residuos vegetales que son usados para ser tratados y producir abono, generando beneficios sociales y ambientales. Otro caso famoso es el de Sao Pablo que genera grandes cantidades de energía a partir de los gases de la descomposición del material orgánico.
El reto es bastante grande. La generación de basura y residuos seguirá aumentando y los costos deben ser asumidos por todos. Es una de esas “maldiciones” del progreso y el desarrollo.
El Gobierno local actual tiene aún tres años para demostrar que es posible lograr una mejor gestión de los residuos, y que podemos mejorar la calidad de vida de los bogotanos y crecer económicamente sin afectar la salubridad, el orden y el espacio público.
Muchas “escobitas” están haciendo su labor, la alcaldía debe seguir avanzando en dar gobierno a los problemas de las basuras, y el resto de los ciudadanos debemos ubicar nuestro rol en este lío que generamos y heredamos al mismo tiempo.

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