Caramelo

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Esta columna es para Caramelo, el caballo que todos vimos atrapado en un tejado de la población de Canoas, cerca de Porto Alegre, durante la reciente catástrofe de Brasil que deja ya muchos afectados que perdieron sus viviendas a causa de las inundaciones. Habla bien de nuestra especie que todo un pueblo se haya movilizado para salvar a un caballo. Y como lo lograron, el hecho nos devuelve cierta forma de esperanza y nos hace pensar que las catástrofes sirven, como dijo ya Rebecca Solnit, para que los humanos, al descubrirnos como tales en la escueta desnudez de una tragedia, encontremos la manera de ser un poco más humanos y con ello recuperar las virtudes que perdimos: la compasión, la cooperación, la solidaridad, la empatía.

Jasson Hickel, un antropólogo que escribe sobre el papel de los humanos en el Antropoceno, anota que la raíz de todas las crisis reside en la cultura: haber perdido la noción de las interconexiones por itir como válido el pensamiento dualista. Eso nos hizo menos humanos y nos alejó de la posibilidad de seguir siendo cocreadores del proceso evolutivo de la vida.

Seis días duró Caramelo encima de un tejado flotante; el video y la crónica de su rescate valen la pena verlos precisamente porque conmueven: /cultura/gente/inundaciones-en-brasil-asi-rescataron-a-caramelo-el-caballo-que-termino-en-el-techo-de-una-casa-3341835
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También hubo perros que los rescatistas atendieron con diligencia, ofreciendo una lección inédita de humanidad que tal vez corrobora lo que un día escribió Fritjop Capra y que hoy cobra relevancia: cuando hablamos de la vida se trata de una trama indivisible: naturaleza y humanos, tejido amenazado por un pensamiento único. Caramelo y nosotros, nosotros y él. Símbolo que nos habla del triunfo de la vida; esperanza, porque, quizá (y ojalá) otro tiempo vendrá distinto de este.

@GuzmanHennessey