La situación mundial se ha venido deteriorando considerablemente en los últimos dos años con el de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos. Su inicio estuvo antecedido de una campaña política muy compleja en la cual la influencia rusa y las irregularidades generadas están siendo investigadas por el fiscal especial, Robert Mueller. Constantemente surgen nuevos acontecimientos que hacen aún más crítica la coyuntura.
En las últimas semanas se ha presentado un cierre financiero del gobierno federal por la insistencia de Trump, rechazada acertadamente por el Congreso, para incluir en el presupuesto la construcción del muro en la frontera con México, cuyo costo se ha estimado en 25 billones de dólares. Este cierre afectará negativamente a cerca de 800.000 funcionarios del gobierno. Es el tercer cierre del gobierno durante los dos años de la presidencia de Trump.
Adicionalmente, a las múltiples renuncias de sus colaboradores se ha sumado la del respetado secretario de Defensa, general Jim Mattis, por su desacuerdo con el anunciado retiro de las fuerzas armadas norteamericanas de Siria, retiro rechazado por republicanos y demócratas y, en cambio, elogiado por el presidente de Rusia, Putin. A este retiro se suma el del general John Kelly, experimentado jefe del gabinete, quien intentó infructuosamente establecer orden en las actividades en la Casa Blanca, incluyendo las del yerno y una de las hijas del presidente. Se señala acertadamente que los dos generales eran las dos últimas personas analíticas y con opiniones equilibradas que quedaban en el gabinete. El futuro probable es el de decisiones desacertadas del presidente Trump, basadas fundamentalmente en sus impulsos y su experiencia como promotor inmobiliario.
Con razón, un editorial de The New York Times preguntaba hace unos días quién podrá proteger a EE. UU. ahora. Un respetado columnista de ese diario, Charles M. Blow, en un artículo sobre el cierre de la Fundación Trump por manejo inadecuado del presidente Trump y sus hijos, concluía que consideraba muy difícil que la familia Trump pudiera manejar el país si no había podido dirigir una fundación.
El tema internacional ha sido otro de los rompecabezas del gobierno de Trump. Ha decidido –de nuevo unilateralmente, sin consultar a asesores experimentados– modificar las alianzas con sus socios tradicionales, como la Unión Europea y algunos países asiáticos, renegociar desfavorablemente convenios internacionales como el Nafta e imponer tarifas en las importaciones que han ocasionado perjuicios a los ciudadanos estadounidenses. En este asunto, el distanciamiento que ha ocasionado Trump con el Gobierno chino y las confusas relaciones con el Gobierno ruso constituyen factores desestabilizadores en el contexto mundial. Ojalá el cambio en la composición de la Cámara de Representantes, donde a partir de enero el Partido Demócrata tendrá mayoría, restituya los pesos y contrapesos que tiene el Gobierno, fundamentales para mejorar la gobernabilidad.
Robert Woodward, experimentado periodista de The Washington Post que describió muy fielmente la crisis de Estados Unidos bajo el presidente Nixon en el caso Watergate –la cual llevó a su renuncia–, publicó hace unos meses un interesante libro sobre la primera parte del gobierno de Trump que tituló Fear (Temor) para resaltar su preocupación por el futuro del país bajo su gobierno.
El año entrante será particularmente crítico para determinar los cambios fundamentales en el Gobierno y evitar una crisis que podría ser de grandes proporciones. El Congreso de EE. UU. y la opinión pública deberían jugar un papel central en la corrección de la ruta, ciertamente inconveniente, que ha escogido el mandatario. El país político debe escuchar al país tecnocrático para integrar opiniones y buscar soluciones productivas de largo plazo.
CARLOS ANGULO GALVIS