Aquello fue una verdadera ovación. En el auditorio del Centro de Convenciones de Barranquilla, los 2.000 asistentes se pusieron de pie para agradecer con su aplauso prolongado y sonoro el discurso de Cayetana Álvarez de Toledo, quien había viajado desde España para intervenir ante el importante Congreso de la construcción de Camacol.
La verdad es que en este país en el que son escasos los verdaderos líderes de opinión, capaces de generar reflexiones individuales profundas y acciones políticas contundentes con su pensamiento y su palabra, cada vez es más frecuente la viralización de conferencias y discursos de la gran Cayetana.
Al igual que cuando interviene ante el Congreso de España en su condición de vocera de su partido y diputada por Madrid o cuando alza su voz para defender a María Corina y pedir que cese la tolerancia internacional ante el robo de las elecciones, su palabra es directa y virtuosa, su manejo del idioma impecable y su contenido certero y contundente. Dueña de un gran sentido del humor fino, muy inglés como su formación y de una amabilidad elegante y austera, ella sabe bien que las palabras tienen valor. Que tienen magia. Que tienen poder. Que inspiran y animan.
Cuando Cayetana terminó su discurso y paró de hablar sentí algo parecido a lo que me ocurrió en el concierto de Paul McCartney: no quería que terminara. Quería que Cayetana siguiera hablando… o que siguiera cantando verdades a los cuatro vientos, interpelándonos e invitándonos a preguntarnos si cada uno de nosotros está haciendo lo suficiente para que nuestro país pueda recuperar el rumbo y evitar que ruede fatalmente por los despeñaderos del populismo, del odio entre hermanos y del imperio de los violentos.
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En tiempos de la proliferación de burros de Troya en nuestros países iberoamericanos, Cayetana los caracterizó y definió su ‘modus operandi’ a partir de la cuna de los burros de Troya de esta generación que es Venezuela.
Los burros de Troya, dice ella, llegan al poder cabalgando sobre las garantías que les brinda la democracia para luego demolerla en su propio beneficio, abusando del poder que han conseguido y perpetuándose al mando de los gobiernos desde los cuales, por sí mismos o por interpuestas personas, van progresivamente desmontando la institucionalidad democrática mientras satanizan y persiguen a sus opositores, atacan la prensa libre y extienden sus tentáculos hacia otras ramas del poder público para aniquilar su independencia y anular progresivamente el sistema de controles y frenos ante los abusos del poder.
Los burros de Troya, dice ella, llegan al poder cabalgando sobre las garantías que les brinda la democracia para luego demolerla en su propio beneficio, abusando del poder que han conseguido
En el discurso populista tan suyo, los burros de Troya dicen amar al pueblo pero en realidad lo que aman es usarlo para legitimar sus acciones que más que al pueblo mismo, buscan es beneficiar al burro o a los suyos, defender sus egos o sus intereses, proteger a sus aliados y salvaguardar a sus amigos.
Los burros de Troya no unen, dividen. No convocan, dispersan. No construyen, destruyen. A sus detractores los califican de nazis, delincuentes, criminales y asesinos. Los burros de Troya, cortados todos con la misma tijera, siembran odios. Los burros de Troya calumnian opositores.
Los burros de Troya que han venido pastando en las praderas del Foro de São Paulo, del Grupo de Puebla y del socialismo del siglo XXI golpean a los creadores de empleo, prosperidad y riqueza, atacan a la empresa privada, empobrecen a sus países y estimulan el retroceso de la seguridad y la proliferación de la violencia.
Por todo eso, donde quiera que aparezcan, hay que enfrentar a los burros de Troya para no perder lo construido y para no repetir los errores de Venezuela. Y entre más pronto, mejor, porque los herederos de los burros de Troya pueden resultar aún peores que ellos mismos. Ojo.
JUAN LOZANO