¿Le gustan los chismes pero no se atreve a itirlo? Usted no está solo. Conversaciones sobre otra gente ocupan gran parte de la comunicación humana, y sin embargo ‘chismosear’ tiene muy mala reputación. Los chismes representan entre el 65 y el 80 % de las charlas diarias, inclusive desde la niñez –los niños son naturalmente chismosos desde los 5 años–.
A pesar de esa tendencia humana, los chismosos todavía no son muy apreciados porque a nadie le gusta vivir con miedo de lo que la gente pueda estar diciendo a sus espaldas. Ese disgusto reflexivo tiende a desaparecer convenientemente cuando uno está por recibir un jugoso pedacito de información sobre alguien que conoce.
Desde que tengo memoria he oído que uno no debe recibir ni pasar chismes porque es lo peor. Según el Talmud, son una “lengua venenosa de tres puntas” que mata a tres personas: el narrador, el oyente y la persona de la que se habla. Al lado de esos argumentos hay otros igualmente convincentes y producto de investigación científica que demuestra que los chismes pueden ser saludables, benéficos e, inclusive, primordiales.
En el libro ‘Aseo, chismes y la evolución del lenguaje’, el antropólogo Robin Dunbar, de la Universidad de Oxford, sugiere que la práctica de repetir rumores sobre la vida y las actividades de otros es un instrumento vital en el orden social y la vinculación.
Nuestros antepasados primates se vinculaban a través del aseo: el rascado mutuo y las espulgadas los ayudaban a comunicarse y a la defensa en caso de ataques de depredadores. A medida que los homínidos se hacían más inteligentes y sociales, sus grupos se volvieron demasiado grandes para unirse mediante el aseo personal. Es ahí cuando intervienen el lenguaje y los chismes, en el más amplio sentido.
El idioma nos permite saber lo que otros han estado haciendo, incluso si no estamos allí para presenciarlo. Según Dunbar, la charla ociosa con y sobre otros les dio a los humanos primitivos un sentido de identidad compartida y los ayudó a tomar conciencia de su entorno. ¿Qué tal? Un papel preponderante de la evolución, ni más ni menos.
Note que estoy hablando de chismes ‘normales’, no de chismes maliciosos, pero inclusive esos, que ocupan una porción mínima del inmenso cosmos del chisme, pueden ayudar a unir a las personas.
Lo que las nuevas corrientes dicen es que hablar de otros cuando están ausentes, si bien no es algo agradable, puede servir para promover la cooperación y ayudar a identificar lo que está mal en nuestras vidas y trabajo.
Si dos personas comparten sentimientos negativos sobre una tercera, es probable que se sientan más cercanas que si ambas se sintieran positivas acerca de él o ella, según un estudio que dice además que los chismes pueden incluso hacernos mejores personas, porque pueden inspirar esfuerzos de superación.
Investigadores en las universidades de Stanford y Berkeley encontraron que una vez que las personas fueron excluidas de un grupo debido a su reputación de egoísmo, reformaron su comportamiento en un intento de recuperar aprobación.
En lugar de un medio para humillar a la gente y hacerla llorar en el baño, los científicos sociales consideran los chismes como una forma de aprender sobre normas culturales, vincularse con otros, promover cooperación e incluso permitirnos medir nuestro propio éxito y posición social.
Los chismes no son necesariamente deseo de difamar a alguien o alegrarse de sus desventuras. Pueden ser una oportunidad para descubrir cómo alguien hizo algo bueno o malo y aprender del ejemplo.
La próxima vez que se sienta tentado a compartir cierta información sobre alguien, piense que puede estar realizando una tarea esencial de la familia humana.
CECILIA RODRÍGUEZ